Hoy es un día lluvioso y soy una nube más que llora por la enfermedad de desgracia que Vicente arrastra.

Sin importar lo débil que sea mi fragilidad, decidí ir a visitarle.

Mientras caminaba por la ciudad, mi mente era distorsionada, por el recuerdo de aquellos momentos dulces y agrios que se aferraban cada vez más en mi interior.

Toque la puerta, y me empujo contra la pared.

Mire como sus ojos eran transformados en el espejo que separaba la realidad de la irrealidad.

Sus fríos labios pálidos, solo eran el reflejo distorsionado de la sonrisa de aquellos tiempos.

En esta noche tan especial seria nuevamente su victima.
Me veía muriendo, yaciendo desnuda en su cama.

El solo deseaba ser amado, yo le amaría eternamente.

Comenzó a besar mi cuerpo, mientras la calida sangre caía de mi pecho.

Mi sonrisa desaparecía, como todas las promesas dulces se desmoronaban al mirar sus ojos. Podía sentir el egoísmo en los latidos de su corazón.

De pronto, la habitación empezó a dar vueltas y me impedía pensar.

Me abrazo tiernamente, sus dedos descendieron por mi espalda rozando con mucha fuerza, un puñal en mi piel.
Sus fríos labios tocaron los míos con mucho cuidado, separándolos levemente, en ese entonces sufrí un colapso.

Todo lo que escuchaba eran sus últimas palabras de amor egoísta suplicándome que fuera suya para siempre.

Después, solo surgió el temor que lo devoraba por completo, quizás algún día el no lo recuerde, cuando su enfermiza mente no pueda ayudar mas que a perder todos sus recuerdos para siempre.

Yacía muerta en sus brazos, por culpa de su desquiciada forma de amar.