“Acaso hay alguien que dibuja círculos concéntricos en el suelo y el cielo, los pinta de nubes y les da forma de piedras y uno los pisa y se cae hacia las infinidades verticales”. ( Daimonion)



El niño recorría con su tiza un círculo tras otro al ras del suelo, como un eco de frases imposibles aún de elaborar. Detrás, su madre disfrutaba los vestigios de esas letras hechas figuras dentro del relato de su cuento. Desde el papel, lo inmortal declinaba lentamente con las sombras de la tarde para perderse en esas dos figuras de colores. Y la historia trascendía en una habitación del hospital donde otra madre releía el mismo cuento, junto al último aliento de vida que caía como una piedra del pequeño y se perdía en las infinidades verticales de la sala. Del otro lado de la ciudad, el abuelo volvía a tomar de su biblioteca infantil, el relato de círculos concéntricos de un niño y su madre, que recordaba con nostalgia. En el patio de la casa grande, un montón de hojas infantiles giraban de un lado al otro, como un inmenso círculo de letras que ya nadie leía. Al llegar a la oficina, limpió sus pies sobre unas páginas de cuentos que nada le decían en sus formas, sin saber que comenzaba a pisar las posibles huellas de otras vidas.

Ana Cecilia.