No puedo dormir
porque tus ojos están cerrados
y mirarte es el desvelo
como sentir el paso
de cientos de caballos
y la respiración
de un millón de abejas.
No puedo desvanecer la risa
de mis pestañas que se besan
y de mis cejas que se despeinan
cuando hemos terminado de rociarnos de madrugada.
Quiero, en ese instante en que sube tu pecho
acomodarme en la neblina
que deja tu exhalación.
Quiero que el descenso sea tibio
tener mi rostro mojado
y secar entre tu pelo
mi nariz que te reconoce en la calle
y te hurga entre las sábanas.
Puedo poner mi cuerpo en el tuyo
y sentir el viento de la plaza en septiembre
mientras levanto mi cuello al infinito.
Y tú, plasmado bajo mis caderas
incólume, lejano y complaciente
relajas tus manos
que se despliegan como bandada.
Entonces las sigo,
y te llevo a dos montes
de donde brotan rocas
y se hacen grietas que se clavan en tu memoria.
Quiero, que mi cuerpo estrecho de recuerdos,
mañana despierte con nubes violeta
y dedos que olvidaron partir contigo.