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Mi relación con la selva es nada más que ilustrativa, gracias a lecturas sobre África, al National Geo, que nos muestra las esplendorosas sabanas y la rica fauna que la caracteriza, además de las añejas películas de Tarzán el Hombre Mono. Por lo tanto, al encontrarme frente a frente con un enorme león que caminaba en dirección opuesta a la mía, además de aterrarme, me invocó a pantallazos todo lo que he aprendido sobre el continente negro.

Alcancé a ver que la enorme bestia se relamía y no puedo negar que sentí algo de vanidad al sentirme apetecido, sentimiento que, de inmediato, fue arrasado por un enorme caudal de adrenalina, que me hizo correr desaforado, cual si intentara batir alguna marca de velocidad. Doblé una esquina y trastabillé, lo que prueba que esa caída inoportuna no es asunto sólo de las películas, sino que sucede en la vida real. Imaginé a la mole chascona pisándome los talones y no sé de donde aparecieron estos arrestos velocísticos de mis piernas. Con la cabeza zumbándome por el miedo, me percaté que una panadería tenía sus puertas abiertas y hacia allá me dirigí.

Ingresé al negocio aquel y cerré las puertas con una presteza que hasta a mí me asombró. El dueño, un señor calvo y de nariz desmesurada, pensó que esto era un asalto y se proveyó de un fierro que guardaba bajo el mesón. Yo le grité, con voz entrecortada, que un león me perseguía, en el mismo instante que el gigantesco felino aparecía en el frontis de la panadería.

-¡¡Mamacita!!- exclamó el dueño y subió unas escaleras tan rápido que desapareció en cosa de un segundo de mi vista. Yo, hice lo propio y trepando de tres en tres escalones, batí el récord de mi compañero. Me encontré con el dueño, quien, temblando de pánico, trataba de abrir una puertecilla del techo. Al final, lo logró y colocando una banca, pegó un brinco y volvió a desaparecer. En ese mismo momento, un aterrador rugido hizo temblar la habitación. Por lo que, como ustedes podrán suponer, trepé aún con más agilidad que el señor que me antecedía.

Ambos en la azotea, nos miramos, cual de los dos más pálido y desencajado. De pronto, el hombre se llevó sus manos a la cabeza y exclamó: - “¡Dios mío! ¡La Macarena! ¡Mi pobre Macarena!”. Se trataba de su esposa, que en esos momentos atendía la caja y como era sorda, no se dio cuenta de nada. Ahora me pregunto, ¿qué hacía una mujer sorda atendiendo la caja? ¿Leería los labios de los clientes? El tema dejó de preocuparme en el mismo momento que un atronador rugido pareció echar abajo la azotea. El hombre gimoteó, imaginando a su mujer despedazada, pero su instinto de conservación fue más poderoso y brincando hacia un extremo de la azotea, intentó cruzar a la vivienda vecina, a la cual la separaba un trecho de un par de metros.

Aún tuve arrestos para buscar un tablón y colocarlo de tal modo que pudiésemos caminar sobre él. El dueño de la panadería cruzó el corto tramo con una agilidad envidiable. Pero, para mi mala suerte, el tablón crujió cuando el tipo estaba a dos pasos de la meta y al tantear yo su solidez, éste se rompió y fue a parar cuatro metros más abajo. Maldiciendo mi perra fortuna, busqué desesperado en medio de los cachureos, hasta que di con una gruesa soga de unos diez metros de largo. Ni loco iba a descender al patio, por lo que arrojé un cabo al otro lado para que el dueño, que debía llamarse Pepe, ¿que español no se llama Pepe?, lo anudara a una chimenea que se elevaba enhiesta. Después, cual si fuese un experimentado escalador, crucé el trecho aferrado a la cuerda, impulsándome con los pies y con el miedo, sobretodo.

Un poco después, aparecieron la policía y los bomberos, quienes, después de mucho bregar, consiguieron reducir al animal, que había escapado de un circo establecido desde un par de semanas en la comuna. Cuando descendimos, pudimos ver los estropicios que dejó el león en las vitrinas: tortas, pasteles y todo lo referente a fiambres, habían sido desmantelados por el felino. De la señora Macarena, ni huellas. Después supimos que la pobre señora, sin percatarse de lo que estaba ocurriendo, continuó sentada en la caja, hasta que el león apareció en su horizonte visual. Entonces le sobrevino algo parecido a una catatonia y de allí la sacaron, tiesa y pálida como figura de yeso, yendo a parar a la posta, en donde la recuperaron de ese estado de shock después de largas semanas de tratamiento.

Ahora, cuando veo un león en las revistas, en internet o en esos programas dedicados a la selva, de inmediato siento que un impulso se apodera de mis piernas. Pero, reacciono y me tranquilizo. De todos modos, estoy al tanto de los circos que visitan la comuna y también me he informado de las medidas de seguridad implementadas en el zoológico para impedir que alguno de tales felinos se escape y me lleve de nuevo la sorpresa más desagradable que pueda tener un cristiano (en el más literal sentido de la palabra)…










Texto agregado el 21-09-2009, y leído por 255 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
23-09-2009 Como de los mejores tiempos.! foruslegolas
21-09-2009 ¡¡¡Qué bueno poder leer este texto que hace aumentar la adrenalina!!!******** almalen2005
21-09-2009 no es para menos,que encuentro madre mia.Me dieron ganas de empezar a correr a mi tambien,muy bueno amigo como siempre ******** shosha
 
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