Error o milagro
En el pueblo Machín se velan muertos todos los días, pero no hay funeraria. Entonces se utiliza una sala que está al costado derecho de la capilla. El pueblo no es grande, pero es increíble como se muere la gente. Se dice que en Machín hace un calor infernal y la gente se deshidrata; es la primera causa de muerte en el pueblo. Tampoco hay frigoríficos para los difuntos.
Frente a la plaza vivía Jacinta y su hija María acaba de morir de una manera muy extraña. María era(es) parapléjica. De manera muy sorpresiva agachó la cabeza y dejó de hablar y cuando su madre le preguntó qué le pasaba no hubo respuesta. Fue raro. Daba la impresión que estaba durmiendo, pero Jacinta tomó su pulso y no lo sintió. La llevó al hospital lo más rápido que pudo. El médico, después de varias horas, diagnosticó que la niña había fallecido por una insolación, como tantos otros habitantes de Machín antes que ella. Jacinta colocó su mano encima de la sábana que cubría su hija, a la altura del pecho y dijo: ''Ni hablar.''. No dijo ''que se le va hacer'' ni ''no somos nadie'', lo que el doctor Fonseca hubiera esperado. Simplemente colocó esa mano menuda allí mismo, sobre el pecho de su hija muerta y murmuró: ''Ni hablar''. ''Yo que usted prepararía el sepelio cuanto antes'', intervino Amanda, la enfermera. Como si ni hibiera oído una palabra, Jacinta levantó la cabeza, frunció la boca y diji: ''Dígame donde hay que firmar para que nos den de alta''. El doctor le prestó su propia pluma para que se marchara lo antes posible.
Los vecinos la ayudaran a llevar su hija a la salita de la capilla. En el pueblo sólo hay pobreza. Los difuntos son enterrados sin maquillaje, sin vestimenta especial. Jacinta cubrió su hija con una manta de la abuela Lina y murmuraba ''Ni hablar''.
El calor era tal que el aire caliente entraba en la sala de velorio. Jacinta no se movía del lado del ataúd con sus ojos tristes y las lágrimas gordas que mojaban el pecho de María.
La gente llegó precipitadamente. Estaban todos los familiares, amigos y colegas de trabajo de la madre.
-¿Viste la muerta Rosita?-dijo una amiga de la madre de la difunta-, no parece
tan muerta.
-¡Ay!-contestó Rosita dándole un golpe en el brazo-, ¿qué estás diciendo? ya estás con tus leseras esotéricas Juana.
-¿Se pueden callar?-dijo Pedro(el vecino de Juana)- es un momento de silencio señoras, respeten a los muertos.
-Pedrito, no parece muerta, tiene la piel rosadita ¿viste? Da la impresión que estuviera viva.
-Juana, los muertos a veces parecen vivos por el color de su piel.
-¡Si claro!-dijo Juana.
La música era tan lúgubre como el lugar. Unas flores de plástico adornaban las esquinas y el parqué crujía con cada paso. Las señoras estaban todas vestidas de negro, con gorritos de encaje y pañuelos amuñados en sus manos. Se escuchaba cuando cada uno se sonaba la nariz, llantos justificados e injustificados, risitas nerviosas. La gente se murmuraba a los oídos. Sólo Jacinta estaba callada. De momentos las señoras rezaban y cantaban el Ave María. Nadie se movía salvo unos niños que jugaban al rededor de las sillas. Se reían y jugaban a las escondidas. Pero los adultos no se daban cuenta.
Pedro se acercó a Jacinta y dijo:
-Jacinta, mi vecina hermosa. Deje de llorar, su hija está en paz al lado de Dios.
-Pedrito-contestó Jacinta con el pañuelo en la nariz-, no puedo convercerme que mi hija ya no está. Es extraño, podría jurar que está durmiendo.
-Pero es exactamente eso-Pedro le hacía cariacias a María en la frente-, tómelo como si fuera un descanso para ella y verá que la pena disminuye. ¡Oh! Su frente está tibia Jacinta.
-No puede ser Pedrito, debe se el calor infernal de hoy.
Jacinta tocó la frente de María. Estaba tibia. Que extraño, pensó. Para
asegurarse de un falso pensamiento se acercó al rostro de su hija y murmuró a su oído:''hija de mi corazón ¿qué está pasando?'' y gritó:
-¡No puede ser! Pareciera que me contestó.
Nadie entendió lo que Jacinta estaba diciendo, Pedro hizo el mismo gesto para ver si era cierto, luego llegaron Juana y Rosita. Todos estaban practicamnete encima de la difunta tratando de averiguar lo que estaba pasando. Luego de unos instantes María abrió los ojos. Pero la gente se asustó y salieron de la sala. Jacinta le habló y su hija respondió sin saber donde estaba ni por qué.
En la entrada de la salita Juana dijo:
-Te lo dije Rosita-llevó sus manos a su pecho afirmando el milagro-, es un milagro. Sabía que algo extraño estaba sucediendo.
-No seas lesa Juana-respondió Rosita con su aire de seguridad-, lo más probable es que el médico se equivocó de diagnóstico. Los milagros no existen.
-Te aseguro que si amiga.
-Bueno, si tu lo dices. Imagínate para la pobre Jacinta. ¿y qué dirá María? A mi me daría un terror espantoso despertarme en un atúd. Menos mal que no la enterraron.
-Es la gracia de Dios.
Una ambulancia vieja y descolorida vino a buscar a María. La llevaron al hospital nuevamente y Jacinta pidió que fuera examinada por otros médicos. Lloraba, pero debido a la sorpresa de volver a recuperar su hija. Los vecinos hicieron una peregrinación hasta el hospital, todos vestidos de negro, con sus gorritos de encaje y los pañuelos amuñados en sus manos; sólo se escuchaban los pasos sobre el asfalto y los murmullos. Nadie se explicaba lo que pudo haber pasado. Si fue error o milagro.
|