A traición, la pared me devuelve siempre el golpe:
Menos flores / raras, no quiero
nada de lo que tengo.
Saliva para domar las canas, pero.
Partes los versos jugando a ser
postadolescente
por y
para
siempre, aunque
rápido. Un poco
eterno.
Caos, pálido, gestos gastados que no sabes esconderte
en la palma de la
mano.
Golpes
de efecto que rebotaron
a lo culata
y te los devolvió la pared, así de bien.
Las llaves te esperan en su casillero
de recepción de
hotel. Las camisas
mal dobladas
de la maleta. Termínale
una canción a una prostituta gitana
que te encontraste una vez y ni siquiera le
hablaste,
pero que no se entienda,
sí, el poema, que no se entienda,
que cada cual tenga a
su vanidad alimentada, opinión personal, carita desencajada y boquita
de persona importante
en habitaciones pequeñas
en autopistas desiertas
en distancias que tiemblan
en chaleco y chaqueta que te llaman desde lejos
pero después no esperan.
Te rebota, te lo digo, en el papel pintado con motivos florales. A quemarropa, te rebota, sí, motivos florales, verdes y rojos,
dos duros, el lavabo de señoras,
el cenicero limpio
desde que dejaste de fumar.
Estás sólo.
A traición, la pared, siempre,
devuelve el golpe
las historias que recuerdas, las esperas en los portales, te devuelve el golpe.
Escúchame, sentado en la cama, mirando la pared, y rebotándole
las razones feas por las que me afilé los colmillos,
las razones idiotas que lo explican todo
sin decir nada
absolutamente nada
sentado en la cama
contra la pared
y rebotan
y te parten la cara. Y, sí,
es definitivo:
te dejan un gesto
falso masivo idiota reventado
algo arisco a lo que llamar
personalidad. |