Nada más entrar en el hotel me percaté de que, sus instalaciones eran magníficas. Ya lo adelantaba su página en Internet. “A 150 m de una expléndida playa el hotel “Marsalada Beach Resort” cuenta con todas las instalaciones necesarias para lograr que sus vacaciones resulten inolvidables. Seis piscinas, sala de cine para 50 personas, gimnasio, spa, talasoterapia y una amplia variedad de masajes impartidos por personal especializado. Durante todo el día un grupo de animadores hará las delicias de nuestros clientes y por la noche, en la sala Belvedere podrán disfrutar con una amplia variedad de shows, para todas las edades. A las 12 de la noche, baile con música en directo por la orquesta “Midnight Dream” que acompañará a la fabulosa vocalista Silvana. El servicio “todo incluido” le permitirá disfrutar de nuestro restaurante Buffet “La Boullavaise Feliz” o comer a la carta en cualquiera de nuestros restaurantes especializados en comida japonesa, mexicana, francesa o italiana. En la piscina “Lago de la Sirena” podrá degustar, sin salir del agua, su bebida preferida en el snack bar Neptuno. Todo el hotel y personal están especializados para que usted y los suyos pasen unas vacaciones inolvidables sin necesidad de salir de nuestras instalaciones…”
De eso hacía ya cuatro días durante los cuales mi mujer y yo pudimos comprobar la realidad de todo lo anunciado. Todavía nos quedaban diez días más de vacaciones y fue ese sábado cuando decidimos realizar una escapada nocturna al pueblo más cercano. “Cenaremos en algún restaurante del paseo marítimo, Cari, y luego podremos tomar un pelotazo en alguna disco de la zona, -le dije a mi mujer mientras subíamos a recepción para que llamasen a un taxi-. La señorita de recepción, lucía en su impecable uniforme un distintivo en el que se podía leer: “Gedra Freshnner”. Gedra nos miró la pulsera de plástico que nos pusieron a nuestra llegada que confirmaba que éramos clientes del hotel con derecho a “todo incluido” y una amplia sonrisa iluminó su cara.
-¿En que puego segvigles? –Dijo con un evidente acento alemán.
-Eh… Bueno, ¿Podría llamar a un taxi?
-Mmm. ¿Un tagxi?
-Si, -respondí-. Es que queremos salir a dar un paseo esta noche. Hemos pensado cenar fuera y…
-¿Un tagxi? –Volvió a preguntar ella sorprendida-.
-Si, eso, un taxi. Un coche de esos blancos con una raya colorá que te llevan a donde les pidas.
La cara de Gedra cambió instantáneamente.
-Pegdon, señog, pego sé pegggfectamente lo que es un taxi. Lo que no entiendo es paga que necesitang un tagsi. Ustegues no se van hasta…. dengtgo de diez dias y además el turopereitor tiene un magnífco bus paga guecogegles y llevagles al flughze… pegdon, al aegopuegto, queguía decig. Yo… Disculpe pego no compgerendo nada. ¿Están ugstegdes desacontentogs con el segvicio del hotel?
-No, estamos encantados. Todo es precioso, -contesté con paciencia. Lo que pasa es que esta noche, mi mujer y yo queremos cenar en el pueblo y…
-Pego… Ustegues tienen pulsega y eso quiegue decig que gozan del “all Included”. Todo pagado en el hotel. No tienen necesidag de gastag sus iugos. ¿Es que no les place nuestgra comida?
En ese momento, Gedra empezó a hacer pucheros y una lágrima resbaló por su mejilla.
-¡Oh, si! Todo es magnífico –reiteré-.
-Pues entongces… -y paró de hacer pucheros-. ¿Pog qué quieguen ig a cenag fuega? Tenemos nuestros guestaugantes a su disposición. All included ¿Guecuegdan? Sin gastag sus iugos.
-Ya, pero… nos apetece dar un paseo, luego tomar una copa…
-¿No le aggada nuesgtro show? Tieneng todo tipo de bebigdas en elg bag. Esta noche el grupo “Beijing Magic les sogprendegá. Son seis, seis… Mmm. ¿Cómo se dice…? ¡Equilibrigstos! ¡Oh, si! No se lo pueguen unstedes pegdeg… Son ellos magníficos y ellas muy guapas que guealizan ejejcicios sobre cuegda floja miengtras con boca sujetan papagayo de Colombia con jaula y todo…
Cari tiró suavemente de mi brazo.
-Es igual, Cari, me dijo, no podemos hacerle esto a Gedra. Ya saldremos mañana. Hoy me apetece ver a esos equilibristas pequineses con su papagayo colombiano.
El espectáculo no estaba mal, reconocí. Pero yo hubiera preferido cenar fuera esa noche. Mañana, le dije a Cari, saldremos pero, para evitar problemas buscaremos un taxi nosotros mismos. Se ve que esa Gedra tiene mucho cariño al hotel.
Si, Cari, -respondió Cari-. No es necesario disgustarla.
El día siguiente, a las nueve de la noche, Cari y yo, perfectamente arreglados, nos disponíamos a salir por la amplia puerta giratoria del hotel. A mitad del recorrido la puerta se detuvo. Empujé decidido la hoja giratoria pero, inexplicablemente la puerta giró en sentido contrario al esperado. Caminamos unos pasos hacia atrás hasta volver al hall donde una Gedra sonreía inquisitiva.
-Mmm. Pegdon. ¿Puedo ayudagles?
-Si, gracias, Gedra. Es que la puerta se ha estropeado. Intentábamos salir al exterior y…
-¿Salig al egsteriog? ¿Pog qué quieguen salig al exteguiog?
En esta ocasión, fue Cari la que se adelantó.
-Es que… es que… Querríamos hacer algunas compras.
-Pues pog aquí no se va. Nuestgo centgo comegcial, con tiendas de todo tipo está dos plgantgas más abajo.
Intervine yo decidido a no dejarme impresionar por la recepcionista.
-Ya, pego… digo… pero es que necesitamos… ¡Una farmacia! Quiero comprar mmm. Comprar… ¡Un antiinflamatorio! Me torcí un tobillo esta mañana y ahora me duele un poco el pie.
Gedra tomó su teléfono móvil y gruñó algunas palabras en alemán. Veinte minutos más tarde me encontraba yo en el consultorio médico del hotel. Dos radiografías del pie hechas, una latero-lateral y otra dorso-plantar y mi tobillo envuelto en una apretada venda elástica que juré quitarme en cuanto saliera de allí además de sendas muletas en cada una de mis manos. El doctor “Hans Muller” sonreía profesional. Y no se pgeocupge pog los honogaguios. Recuegde. All included. ¡Y tomegse la medicasón cada ocho hogas! En un pag de diags quiego vegle pog aquí de nuevo.
Escucha, Cari, -le dije a Cari nada más salir de la consulta-. Tenemos que salir de aquí sin que nos vea esa recepcionista de los co… de los co… Bueno, sin que nos vea Gedra.
-Si, pero, ¿cómo? –Contestó Cari-. Esa mujer permanece siempre de guardia en la recepción. Y no sé si habrá otra salida.
-Tiene que haberla. Una entrada de mercancías y, al menos otra, por la cual entre y salga el personal. Ayer, mientras el doctor Hans te vendaba el pie vi una puerta que ponía “Exclusivo para personal del hotel”. Quizás sea esa la salida.
-Bueno, nada perdemos por comprobarlo, Cari..
Bajamos un piso y dejamos a la derecha el consultorio. Después de un largo pasillo vimos la puerta que buscábamos. Empujamos para comprobar que estaba abierta. Una amplia sala, con dos puertas. Una de acceso a un vestuario de personal y la otra por la que se accedía directamente a la calle. Gedra, apoyada en esta última y con la evidente intención de cerrarnos el paso nos miró fijamente a los ojos. En ese momento me pregunté cuándo había cambiado la sonrisa que presentó el primer día, por esos ojos de teniente de las SS responsable de la seguridad de un lugar como Auschwitz del cual, evidentemente, hubiera resultado más fácil fugarse.
-Mmm perdón, dije en un susurro. ¿El doctor Hans está por aquí? Es que me duele el pie.
Mientras en mi habitación me quitaba las vendas elásticas por segunda vez pensaba en el dolor de mi trasero originado por la inyección de Nolotil 500 que el doctor Hans me acababa de poner.
-Escucha, Cari. Esto requiere un plan más elaborado. En algún momento esa mujer tiene que dejar de vigilar. ¿Has hecho indagaciones?
-Si, Cari. He recorrido la playa y hacia unos 300 metros por el norte y otros tantos en dirrección sur hay vallas de espino y un par de torres con focos iluminando el perímetro. También he escuchado ladrar algunos perros. Y juraría que en lo alto de la torre estaba Gedra mirando con prismáticos de campaña. Escapar por la playa me parece imposible. Recuerdas el estampido que escuchamos esta mañana? Fue el estallido de una mina antisubmarinos. Un turista japonés intentaba alcanzar la libertad a nado. Pobre. Mañana habrá una ceremonia sintoísta en su honor. Será por supuesto, en el restaurante Fuji y en el espectáculo de esta noche se hará una demostración de origama, lectura de haikus y una pelea de sumo. El hotel lo tiene todo pensado. ¿Iremos a la misa del japo? También está en el “todo incluido”.
-Si, iremos. Ese héroe merece nuestro homenaje. Después prepararemos la fuga.
La misa, en japonés, duró cerca de cuatro horas tras las cuales Gedra autorizó la salida del cónsul del japón y de su chofer que también asistió a la ceremonia. Después se plantó ante la puerta giratoria para evitar que algunos clientes pudieran abandonar el hotel. Cari y yo nos dirigimos al bar “Ukelele”. Teníamos un plan previsto para salir a cenar esa misma noche. Para ello era necesario realizar una maniobra de distracción para la cual necesitábamos pedir varios vasos de ron. Tuvimos que apelar a toda nuestra paciencia pues el camarero, un senegalés de casi dos metros y negro como el ébano que apenas hablaba español, se empeñaba en que el ron debería ir acompañado de Coca Cola o al menos, de una rodajita de limón con dos piedras de hielo. Cuando por fin conseguimos que nos trajeran dos vasos de ron sin aditamentos, vaciamos éstos y otros doce más en una botella de cristal que antes había contenido agua con gas, tratando en todo momento, de ocultar nuestra acción a los ojos del senegalés que tras servir cada copa comprobaba, con el protocolo bien aprendido, que llevábamos en nuestras muñecas las consabidas pulseritas del “todo incluido”. Tras llenar la botella acudimos a la boutique “Fashion Genuine” en la segunda planta del hotel.
-Buenas tardes, dije a la dependienta que nos atendía, quisiéramos saber si tienen ustedes trajes de soldado.
La dependienta, una argentina alta y delgada de mirada lánguida y cara de modelo de los 60 sonrió profesionalmente afirmando con un leve movimiento de cabeza.
-Ehh… claro, viite? En nuestra tienda tenemos todo tipo de vestidos y uniformes. ¿Es para la fiesta de disfraces de mañana? ¿Cierto? Y… digame cómo lo preferís vos. ¿Soldado del tercio de Flandes? ¿Husar de la reina? ¿Guerriyero boliviano? ¿Guardia Suíza del Vaticano…?
- Seleccionamos dos clásicos de carapintada argentino. Estaban de oferta pues regalaban la gorra y un par de trozos de carbón de hulla para tiznarse la cara.
Finalmente tuvimos que buscar un encendedor. En el hotel, clasificado para no fumadores, estaba absolutamente prohibido fumar. Y esto incluía desde la entrada hasta dos millas mar adentro. Observando al camarero senegalés comprobamos que tenía una mancha de nicotina en los dientes. Le seguimos seis horas hasta que le pillamos en los urinarios del spá encendiéndose un pitillo. “O nos das el encendedor o se lo contamos a Gedra” –le dijimos con aspecto fiero. Con este último utensilio, que el camarero no dudó en entregarnos aterrorizado, todo estaba preparado para iniciar nuestro plan de fuga. La botella de agua con gas rellena de ron fue cerrada con una mecha realizada a partir del algodón que había desinfectado previamente la parte de mi anatomía que recibió el pinchazo del doctor Hans. Nos pusimos la gorra y los uniformes, pintamos nuestra cara y en las mochilas colocamos una ropa más adecuada para la cena y unas toallitas desmaquilladoras para, al finalizar, poder retirar el tizne de nuestra cara. Subimos a la recepción y tomamos posiciones nada más salir del ascensor. Cari corrió semi agachada hasta ocultarse detrás de un Ficus benjamina situado entre los ascensores y el Piano Bar que abriría quince minutos más tarde. Yo salté tras el mostrador del mismo, rodé hasta alcanzar el piano de cola arrastrándome entre las patas de éste y el taburete del pianista. Llevaba el Molotov en mi mano y hube de manejarme con cuidado para evitar que se derramase su contenido. El pianista acababa de llegar y en esos momentos tomaba asiento dejando sus piernas a unos centímetros de mi cara. Levantó la tapa del piano, colocó la partitura y, como cada noche dio inicio a su actuación, que, inevitablemente comenzaba con el Nocturno de Chopin. Esa era la señal acordada con Cari. Salí rápidamente de debajo del piano, ante la mirada atónita del pianista, al grito de ¡Banzai! con el que pretendía homenajear al heroico “japo” fallecido el día anterior. Con el encendedor del senegalés prendí la mecha de algodón y arrojé la botella hacia el mostrador de recepción en el que esos momentos se encontraba Gedra. Fue una lástima pero estuve a punto de acertarla en medio de la cabeza. La botella se rompió en un fragor de fuego y cristal y algunas sillas, una mesita y un fichero comenzaron a arder. Gedra gritó con eficiencia teutona: “Atchung! Eine commander attack!” De inmediato pulsó un botón y varios chorros de líquido anti incendios apagaron las incipientes llamas mientras que el equipo de mantenimiento y limpieza reparaba condiligencia los daños sufridos. No importaba, era suficiente para la distracción, pensé, aunque volví a lamentar no haberle atizado en la cabeza a Gedra. Cari ya se dirigía hacia la salida y yo emprendí el mismo camino. Algunos clientes más envalentonados por la acción imitaron nuestro ejemplo emprendiendo una veloz fuga hacia la puerta giratoria. Alguien arrojó una maleta samsonite de un turista que en esos momentos intentaba la inscripción, contra el ventanal de acceso. También lanzó un lamento cuando comprobó que se trataba de un cristal blindado. Pero había algo más con lo que no contábamos. Mientras sonaban las alarmas, unas enormes planchas de acero cayeron del techo paralelas al ventanal y a la puerta giratoria bloqueando, de manera irremediable, cualquier intento de fuga. Cari, yo y catorce clientes más, entre los cuales se encontraban varios menores, todos con los brazos en alto en señal de rendición, fuimos rodeados por la alemana que movía su cabeza de un lado a otro mientras fruncía sus labios pintados de carmín rosa pasión.
-Nein, nein, nein! ¿Ustegdes no compgendeg? Hotel all included, miguen sus pulseguitas. Cualgquieg cosa que necesitag, no pagag iugos. Comida, cena, bebidas, gopa, atgracgciones…
Cari y yo no pudimos mirar nuestras pulseras. De hecho las habíamos cortado y quitado para evitar que, durante la acción, pudieran dificultar nuestros movimientos. Miramos, en cambio, nuestras muñecas desnudas y el movimiento no pasó inadvertido para la alemana que abrió sus ojos azules hasta que sus párpados casi le alcanzaron las cejas.
Noooo! –Gritó-. Pego, pego… ¿Ugstedes no teneg pulsega? ¿No egstán en all included?
No dio tiempo a contestar. Nos agarró sin mediar palabra por el cuello del uniforme, nos colocó en la puerta giratoria y nos sacó de inmediato del hotel no sin antes gritar: ¡Españologs delingcuentes, gogones!
Nuestra primera cena en libertad fue magnífica. Luego nos dimos una vuelta por el paseo marítimo y nos sentamos en una terraza donde pedimos un café y un chupito de pacharán. Pagamos los 30 iugos… digoooo, euros, sonriendo. Era caro pero… ¿Alguien dijo alguna vez que la libertad tuviera precio?
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