Gabriel me traía de la mano. Me llevó a su cuarto por primera vez, entró después de mi y cerró la puerta; enseguida me enamoré del lugar, en cada rincón estaba ese estilo, ese olor que podría reconocer a kilómetros y que nunca he podido describir...
Lo miré a los ojos, esos ojos negros que miraban un vacío que parecía tener muchísimo más contenido de lo que yo veía diariamente.
De pronto me abrazó y yo no pude seguir pensando, al sentir su aliento en mi cuello un escalofrío casi me desbarata, y al sentir sus manos en mi espalda supe que ya nada podía salir mal, que ya nada importaba porque él estaba conmigo.
Levanté mi cabeza y la acerqué a la suya, después le di un beso y el lo respondió con ternura, lentamente todos mis miedos iban desapareciendo, tan lentamente cómo su mano derecha se introducía por mi blusa.
- ¿Estás nerviosa?- me preguntó con esa voz que podría calmar a un ángel.
- No...ya no- le respondí, era verdad, todas las piezas habían encajado.
Una media sonrisa surgió de sus labios, yo también sonreí y me separé de él, caminé hacia la puerta y apagué la luz.
Volví hacia él en la penumbra y le susurré:
-No veo nada Gabriel...somos iguales ahora-
-La vida es sentir...sólo eso.- me respondió...la magia que ocurrió después va más allá de todo relato.