Una madre llevaba a su hijo de la mano por una avenida comercial repleta de personas que apuradas sudaban bajo un cielo soleado de Diciembre. La hora "peak" estaba en su esplendor, y el pensamiento común de la multitud se resumía en encontrar las ofertas más convenientes para regalar en Navidad, las compras navideñas a última hora no podían pedir más que cinco chalecos del mismo modelo y distinto color para los tíos y un par de juguetes plásticos para los sobrinos.
El niño y sus cortas piernas prácticamente flotaban junto a las piernas de su madre, que caminaba con paso rápido antes de que cerrasen la importadora de cosméticos; al llegar a la tienda por supuesto repleta el chico por fin pudo soltar la mano de su madre con la condición de que no se alejara del lugar, por lo que aburrido se sentó en los asientos en la vereda a jugar con su muñeco de acción. Luego de unos minutos dejó el juguete y miró a su alrededor: nada muy interesante, una joven trataba de evitar a dos hombres que descarados miraban su trasero, un perro sentado frente a un restaurant miraba por la ventana el jugoso filete de uno de los comensales, y junto a él un anciano leía un libro tanto o más viejo que él.
De pronto su mirada se centró en la estatua de un ángel sobre la vitrina de una tienda al otro lado de la calle. La figura de hormigón miraba un cielo inexistente, majestuoso, casi altanero. Sus preciosas facciones y torso perfecto eran una viva imagen de los cánones de belleza actuales.
El muchacho quedó mirándola pensativo un buen rato, su rostro dudoso hizo que el anciano a su lado lo mirara con curiosidad y le preguntase:
-¿Crees en los ángeles hijo?- El niño recién salido de su ensimismamiento lo miró con el ceño fruncido y respondió:
- No lo sé… nunca los he visto, por lo que no creo que existan-
- Acaso sólo lo que pueden ver existe?- Le dice el anciano
- No lo sé, lo único que sé es que creí en Papá Noel hasta cuando descubrí a mi papá poniéndose su disfraz en el baño la noche buena pasada- aclara el chico con seguridad.
A lo que el anciano sin poder evitar soltar una carcajada le dice:
- Pues debes internar creer un poco más, como dijo una vez Thomas Carlyle:
"Aquél que tiene fe no está nunca solo", además cómo sabes si no te habrás topado alguna vez con uno.
-No lo creo…¿acaso usted ha visto en la calle alguien tan perfecto?...esas cosas no pasan- Dijo negando con la cabeza pensativo.
-Acaso crees que los ángeles son tan hermosos cómo esa estatuilla?...eso es sólo hormigón hijo.
- ¿A sí? Pruébemelo- Le dijo al anciano, desde que su primo le había hecho creer que el polvo para el rostro que su abuela guardaba en el velador eran las cenizas de su abuelo muerto había decidido que las cosas había que probarlas.
- …¿Ves esta hendidura que todos tenemos sobre el labio?- Dijo mientras ponía su dedo sobre su delgada boca.
- ¿Esta?- Preguntó mientras hacía lo mismo con el suyo creyendo que todo esto ya era ridículo.
- Si…pues todos la tenemos porque antes de nacer, nuestro ángel de la guarda nos toma entre sus brazos, nos pone su dedo sobre nuestra boca y nos dice: "Shhhhh... no debes contar nada sobre mí, mi existencia se te irá olvidando con los años, pero siempre estaré contigo aunque no me veas, y puedes sentirme cuando quieras, en cualquier momento, en cualquier lugar…cuando sientas un calor inexplicable, es porque te estoy abrazando, cuando hagan una buena acción y te sientas feliz, es porque estoy orgulloso de ti, y cuando rías hasta llorar, es porque estoy riendo contigo". ¿Ves, ahí está la prueba, ahora nadie te puede decir lo contrario.
Acto seguido el viejo levantó su dedo y lo puso sobre la pequeña boca del niño, su dedo calzó perfecto, cómo si el mismo hubiera hecho la hendidura.
Después de esto la madre del chico salió de la tienda con unas bolsas en la mano y llamó a su hijo, cómo este no respondió se acercó a él, lo tomó de la mano y se lo llevo apurada.
No pudo despedirse del anciano que lo veía irse con una cálida sonrisa en el rostro, de pronto el niño creyó recordar un rostro amable sobre él y un dedo que se acercaba a su rostro, resolvió que aún no habían pasado los años suficientes para que olvidara del todo, pero estaba seguro de que no diría nada, obedecería a su ángel de la guarda.
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