- De acuerdo…te llamo…Sí ,tengo tu teléfono en la agenda…Hasta el vier… Chau.
Con gran alivio cierra la puerta y apoya la espalda y la nuca contra el marco, tomándose las sienes por unos instantes como si despertase de una pesadilla.
Se despoja lánguidamente de las sandalias y las arroja lejos.
Ha concluido la enésima tertulia entre los amigotes intelectuales de su marido; hombres y mujeres hastiados de comodines culturales rayados por el uso y opiniones librescas que ninguno necesita para vivir y en las que ni siquiera cree. Gente decididamente aburrida que no encuentra acomodo en el colchón relleno de dinero y joyas que ocupa sus camas Luis XIV.
Veladas paquetas, como se acostumbra decir, acompañadas del consabido y muy sustancioso piscolabis de copas finas y rosetas de salmón. Alcohólicos de abolengo.
Con la idea de ordenar las cosas antes de retirarse a dormir, se dirige hacia la mesa principal colmada de tacitas de café, vasos, botellones, restos de comida y varios ceniceros rebosantes de colillas.
Opta por sentarse sobre el borde de la mesa tomándose con ambas manos del filo. Cruza las piernas sobre los tobillos meciéndolas como un escolar. Atrae hacia sí una silla y reclina las piernas sobre el borde del espaldar. La nueva postura hace que el vestido de seda se descorra por encima de las rodillas cubriéndole apenas la mitad de los muslos. Nota con indiferencia que una cascarilla de pintura se ha desprendido de una uña, estira una mano y toma una servilleta. Comienza a construir un barquito con ella en tanto un pensamiento que no la abandona vuelve a pulsar en su mente.
Entra una corriente de aire helado por una ventana que se ha dejado semiabierta a fin de ventilar la atmósfera de cafetín. Siente escalofríos. Con el brazo libre se friega el otro y hasta donde puede alcanzar, las rodillas y los muslos. Se detiene en el barquito: “Quedó bonito”.
- Rodo ¿dónde estás?...
Nadie contesta.
- ¿¡¡Dónde estás Rodo¡¡?
Desde ultratumba alguien responde: “Aquí…en el baño; no podía aguantar más. Tratamiento completo.
- ¡Cerdo¡
- ¿¡Qué dijiste¡?
- Nada…nada.
Se sienten pasos que se acercan. Un flato estruendoso anticipa la presencia de un hombre que avanza arreglándose el cinturón del pantalón.
- ¡Aaaagh¡…estuvo dura la cosa…
Deja el barquito terminado sobre la mesa y aprieta un cigarrillo entre los dedos. No lo enciende.
- Para tratarse de un Juez de tu nivel me parece decididamente repugnante lo que acabas de hacer. Me has perdido toda consideración. Te comportas como un jeque omnipotente y vulgar.
- Vamos vida mía, fue un “lapsus”.
Observa el viejo Manet sostenido de un clavo en la pared, el famoso “Victorine Meurent con traje de espada”, como lo ha titulado el autor sin mayor originalidad a su juicio. El castigo cotidiano. Odia ese cuadro que representa una mujer con cara de oveja, esgrimiendo una espada enorme en medio de una desvergonzada escenografía de ruedo taurino.
Su esposo no lo vende por ningún dinero. Es una copia muy bien realizada y para él constituye una suerte de talismán.
“¡Ay Rodo¡…cada vez que vengo aquí ese cuadro me transporta a otra dimensión. Cuántas sensaciones ¡santo cielo¡”, acostumbra parlotear la doctora Celeste Placé de la Torre Enciso, “Chila” para los íntimos.
“Rodolfo bien sabes que el precio lo pones tú, te lo compro inmediatamente cuando te venga en ganas”, repite con insistencia el Profesor Francisco Iturriaga Pons de Sales. La esposa normalmente acompaña las expresiones de admiración de su marido con una exclamación de dentadura postiza: ¡ Es una divinura ese cuadro¡
Hoy el tema del cuadro tuvo un punto álgido cuando la Licenciada Ada Velázquez de Somma Arrospide alabó frente a Monseñor Liborio Menéndez Estevez de la Cruz la expresión aristocrática de la mujer armada, dispuesta solemnemente a matar un animal indefenso.
“…No puedo arribar a su misma interpretación estimadísima pues como usted comprenderá, esos simbolismos rozan y no tenga dudas que alteran sensiblemente mi concepción de la vida cristiana, lo cual me resulta inquietante y hasta intolerable para serle franco. Por otra parte debo reconocer que en caso de emitirla, con el perdón de nuestro Señor, mi opinión no sería autorizada como la suya, crítica de arte de gran renombre si las hay”.
“Es usted muy amable Monseñor; yo también soy una sierva del Señor y pido su absolución por la falta involuntariamente cometida”
“Por supuesto que te absuelvo hija mía… en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”
“Amén”.
Rodolfo mira fijamente a su mujer y muy especialmente el torneado de las piernas y la cueva prometedora que esconde el pequeño trozo de vestido más ajustado al cuerpo.
La penetrante mirada, desbordante de lujuria, no pasa desapercibida por la mujer.
- Tomaste demasiado Rodo, mejor harías en irte a acostar.
- Es muy cierto pero eso no me impide reconocer que eres muy hermosa y hoy estás para comerte.
- Bah, bah, tonto… vete acostar.
Le acaricia las piernas voluptuosamente succionándole con necesidad de niño los senos descubiertos tras desgarrarle el vestido. Ella trata de rechazarlo pero la furia del marido es incontenible. La boca despide un olor repulsivo y una saliva pegajosa se impregna en el cuello y los hombros de la mujer. Se desabrocha la bragueta y aparece expuesto una especie de cañón de dulce de leche, levemente enhiesto y notoriamente desganado. Lo apresa entre los senos de la mujer intentando luego otras satisfacciones lascivas. Ella le da vuelta la cara con gesto de repugnancia esquivando como puede el intento procaz. Consigue con gran esfuerzo empujarlo lo suficiente, aunque sin impedir que se le trepe encima. La vajilla vuela por los aires incluido un jarrón se Sèvres.
La tiene tomada del cabello y resuella como un caballo. Ella por fin desiste y lo deja hacer. Conoce el final de la historia.
- Ayúdame mujer…no sé que me pasa.
- Bueno sí… ¿a ver? Ya está…y ahora ¿qué?
- Ya verás, ya verás…
En tanto el marido intenta lo imposible bufando y echando pestes, la sometida mira el techo con el cigarrillo en la mano, entreteniéndose con el descenso de una pequeña araña colgada desde un hilillo que baja del plafond central. Nuevamente la sacude un estremecimiento totalmente ajeno al acto promiscuo que comparte a su pesar con el marido.
- No hay caso…No puedo, no puedo ¡maldita sea¡ Si al menos tú me ayudaras un poco más…
- Te aconsejé que te fueras a dormir. La humillación te la has inferido tú mismo.
Como un chico al que pescan robando dulce, se aleja humillado del lugar rumbo al dormitorio. Golpea con un puño una de las paredes. Estornuda estruendosamente a lo lejos como liberando el caudal de energía vergonzante que lo agobia.
“Cerdo”…
El marido está despierto cuando ella se introduce en la cama.
- ¿No te has dormido aún? ¿Qué te pasa?
- Sartre
- ¿Sartre?... ¿A qué viene a estas horas mencionarlo? pregunta con interés.
- Como recordarás Pacho y Coco se trenzaron nuevamente en la discusión interminable que sostienen desde hace tiempo a propósito de la obra de Sartre y su mujer, Simone de Beauvoir. Las insoportables pendejadas acerca de que la presencia precede a la esencia, los valores humanistas de Marx, el conflicto entre la opresiva y destructiva conformidad espiritual y un auténtico estado de existencia; el existencialismo, Kierkegaard, Camus y la mar en coche. Pero esta noche agregaron nuevos ingredientes al asunto.
- En fin, no sé a que te refieres pero recuerdo que la habitual sancochada hizo que Monseñor me pidiera lo acompañara a dar una vuelta por el jardín. Me confió que esos dos gustan de hostigar la paciencia de la gente. No comulga con la cobertura de los temas que abordan ni tampoco con las confusas conclusiones a que arriban Más bien le aburren.
- Si, si. Se trata de eso pero esta noche hubo algo más, como te dije, que atrajo mi atención
- Bueno, pero repito… ¿A qué viene todo esto?
- ¿Has leído el libro de Bianca Bienenfeld: “Memoires d’une jeune fille gérangée”?, una mujer muy atractiva allegada a Simone, con la cual mantuvo relaciones escabrosas y luego con los dos escritores a la vez. Compartía la cama con ellos hasta que su origen judío la hizo caer en desgracia. La escritora Deidre Bair publicó no hace mucho los antecedentes del asunto basada en la biografía de la Beauvoir. Sylvie LeBon por su parte, hija adoptiva de Bianca editó las famosas “Cartas a Sartre” que hasta hoy siguen causando escándalo.
- Desconocía todo eso.
- Es un tema muy” restringido” como se dice vulgarmente.
- Muy bien, sea.
Bostezó largamente.
- Y ahora por qué se te ha ocurrido pensar en todo eso.
El marido se incorpora apenas, apoyando el codo en la almohada. Baja la vista socarronamente..
- Mira, ejeemm…Sé muy bien que tienes un amante, se llama Alfredo y es contador en una empresa a la cual alguna vez presté mis servicios de abogado. Perdona la sinceridad. Sé del asunto hace tiempo y no te reprocho nada. No necesito preguntarte acerca de la veracidad de todo eso pues los he hecho seguir, los vi entrar personalmente en un lugar cercano al Obelisco. En fin…
- Bien…alguna vez tenías que saberlo. Amo a ese hombre muy a mi pesar pues soy una mujer de respeto, pero las circunstancias de la vida nadie las puede prever. Desde que me lo presentaste en una fiesta en la chacra no pude dejar de pensar en él. Lo demás es muy ingrato para ti…supongo.
- Efectivamente es muy ingrato. Al profundo dolor de mi impotencia sexual debo agregar los cuernos de mi mujer. Sin embargo algo de bueno podemos rescatar si tú no opones reparos.
- ¿Que algo de bueno podemos rescatar? ¿Qué te traes?.. Se encuclilló en la cama, lívida y confusa.
- Este…bueno…quiero decirte que…a mi no me disgustaría, digo… probar con tu amante…
- Qué me estás sugiriendo…desgraciado infeliz.
Le propina una violenta bofetada. Él vuelve la cara tomándose una mejilla.
- Entiendo tu desagrado pero...piénsalo bien.
Vuelve la espalda y apaga la veladora.
Rompiendo la oscuridad, con voz en sordina le propone: “Llamémosle isósceles, recto o escaleno…pero podríamos hacer el intento, digo. Depende de tu poder de persuasión y en lo que atañe a nuestro matrimonio, a esta altura de nuestra relación indecente, sería de tontos anteponer prejuicios. El dinero no cuenta. Te aseguro el resto de tu vida pasándote una suculenta mesada para que la goces con quien quieras pero…ateniéndote a ciertas reglas. ¿De acuerdo?
- Déjame consultarlo con la almohada.
- Hecho.
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