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Estoy en aquel momento híbrido del día híbrido, es domingo, es tarde, pero no lo suficiente, es esa hora de saber que no hay nada, nada para ti al menos. Salgo a la calle, camino, miro las vitrinas, aquellos escaparates de los libros y las películas extranjeras, y todo sabe a la misma espera, a la misma argamasa del muro que es el lunes, y tú qué haces, de momento, no saber nada, mirar el neón, ese maquillaje, mirar los fabulosos automóviles, los vestidos, las joyas, las muchachas, subiendo a la pasarela de la ciudad, y yo aquí con este vacío, con este no saber qué hacer, con este saberme estúpidamente adolescente, y me salgo de mí mismo, me miro desde afuera, me observo con la incredulidad más despiadada, me pregunto si será que estoy profundamente equivocado, inmensamente deprimido y lo suficientemente solo como para creer algo que no es, será que estoy pidiendo algo que no existe, será que no son frívolas, será que infantilmente busco la quinta pata de un gato que ya es demasiado real, que ya no sabe cambiar, que dejó para los libros de historia las revoluciones y los razonamientos, qué será…
Pero no llego a nada. Lo he pensado mil veces, no tengo argumentos para creer que estoy loco ni para creer que están todos dormidos, pero yo sé, dentro de mi, que este mundo que vivimos ahora no se creó viendo televisión, yo sé que en las discotecas no se inventó nuestra “civilización”, pero no sé más que esa corazonada pesimista, nada. Y me voy entristeciendo, no sé, me voy apagando en esto de no saber qué pensar, en esto de dudar tanto de lo que sientes casi evidente y verlos a ellos tan seguros, claro, por supuesto, es que McDonald´s, Coca-cola, es que Microsoft, es que MTV, es que mi Rolex, mi Mercedes Benz, mis acciones en Texaco, es que el friendly damage, es que tantas mentiras, y yo sin poder saber, yo tan estúpido, tantas pichangas en aquella plaza y su cancha de tierra, yo de tanto silencio, tanto aceptar, tanto callar…
Y voy por estas calles a ningún lado, ando en vez de ir, juego a evadir esto de adentro mirando lo de afuera, lo que me debería importar. Y esquivo a la gente, me meto en ese hormiguero de desconocidos, de indiferentes, en la ciudad del Hombre, sí, así con la mayúscula de los libros que hablan de un espíritu humano que ya no se puede hallar entre estos hijos del plástico, del dólar y la moda. Voy por el “paseo” Ahumada, voy rápido, voy huyendo, de las luces, de los gritos, de mi conciencia. Voy tan rápido como puedo y ahí, en una esquina, una esquina asquerosamente cualquiera, choco con un alguien también asquerosamente cualquiera, y exploto, y grito, y casi golpeo a ese tipo, y “esta puta ciudad de esclavos”, y me voy.


Despertar.
Levantarse.
Colegio.
Ellos. Todos ellos. Me saludan, me detestan, me insultan, se ríen de mi.
Y no me duele. Debería dolerme, eso se supone, pero no, no me duele, más bien, me da tristeza. Y no lo puedo entender, no puedo. Yo también sé que debería enfurecerme, golpearlos, pero no, no pasa nada dentro, nada.



Y el Quijote, y los factoriales, y la revolución francesa, y el fútbol, y… todo. Por fin se acaba otro día de clases, intento volver a casa, pero no puedo, no puedo volver a encerrarme a ver televisión y a calcular cuánto es n!, cuando n = pq – q , como si importara, como si le diera algo de sentido a toda esta mierda, a todo este odio, a esto de ir por la calle, atropellar a alguien, pedirle disculpas y recibir una puteada y una mención honrosa a mi madre, huir entre la multitud, esa marea, y mirar más vitrinas, más de todo lo mismo, un maniquí, un televisor, una camisa. Empezar a deprimirse en el dolor de estos días vacíos, días vividos por costumbre, porque sí, pero más porque no, porque no tengo el valor de dejar esto, de abandonarlo, no tengo valor ni cobardía suficientes para suicidarme. Es cierto, se necesita una de las dos para morir, y yo no tengo ni valentía ni cobardía para eso. Es que soy como cualquier otro pero más inseguro, más de duda, y no sé, no sé qué pensar, quizá no deba hacerlo…
Me paseo por esas calles llenas de multitiendas, llenas de gente endeudándose, llenas de cámaras y ojos de metal, a ver si encuentro algo, algo, a ver si algo es la respuesta, a ver si la solución se puede comprar, pero sé en mi asqueroso interior que esto no sirve, que es otra evasiva, que es otro mirar para el lado cuando el dedo te apunta y no sabes qué responder, porque no sé qué responder, el valor absoluto de las cosas no se escribe con dos barras, y ese es el problema, ese es a veces el dilema, todo lo transamos, todo, nada puedo esconder de mi lo suficiente como para que no se transforme en otro bono emitido por Ford, el de los autos y el de Huxley, nada puede ser de verdad, todo está sujeto a las “variaciones del mercado”.
Voy a un kiosco, pido un cigarrillo, fumo. Si esto fuera en verdad lo que mis compañeros creen, me sentiría mejor, pero no, nada nuevo, es el mismo humo de aquellas muchachas, es el mismo disfraz para el mismo vacío. Me subo el cuello del abrigo, sí, como los bohemios deprimentes de las películas, y vago un rato por las asquerosas calles, pensando, intentando pensar, creyendo pensar, haciendo como que pienso… Y la verdad se acumula como el polvo en las esquinas de un cuarto abandonado, estoy solo, no quiero volver a casa, no quiero abrir esa puerta para ver la pared del frente y saber, con algo peor que la certeza, que esto es más que soledad, es aislamiento, no es que estamos solos, no es eso, es que estoy solo, mirando a un par que se besa, y yo queriendo saber si eso sería una solución, queriendo creer que existe la cura, la manera de no desear sacar una metralleta y asesinar unos cuantos miles, pero todo se torna absurdo a estas alturas, todo es otra niñería de un adolescente con mañas, todo es el deseo de un grito que diga que existo, que erostrático o no, me libre de este agujero, de este estar atado a una pared condenado a mirarte al espejo, esto que es como haber cerrado los ojos a la fuerza.
Subo a una micro, camino al fondo, me siento, el viejo del lado se para al instante y se va a sentar a otro lugar, no soy de fiar, como todos. El cacharro parte con el estruendo de todos, está destartalado como todos, y en él vamos, como siempre, como todos, y la vida se trata de esto, de tener un siete en química orgánica y huir de algo dando vueltas por la ciudad, dando vueltas dentro de un laberinto sin entradas ni sorpresas, escupiendo palabras creyendo que así se puede asir algo que te tiene atado y que te asoma al vacío, y no sabes qué hacer, qué decir, no sabes si hay algo qué hacer, no sabes si hacer es precisamente una respuesta, no sabes si responder, es la salida… Y como siempre me voy perdiendo en este fango, en este túnel a oscuras, como las calles, las sucias calles, donde todo se vende, donde todos se cubren la cara, donde yo escondo la mirada cuando no quiero ver nada, cuando no quiero creer que todo termina en esta prueba de álgebra rayada al reverso con las pataletas de alguien que no sabe qué le pasa…

Texto agregado el 05-06-2004, y leído por 206 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
15-09-2005 Interesante relato, qué quieres que te diga. A pesar de que lo hayas escrito hace tanto tiempo (o tan poco tiuempo), sigue teniendo validez. Lo sé, pues así me he sentido también. Aún me siento así algunas veces. Creo que leerás esto, y te impresionará un poco que diga estas palabras... Bueno, en realidad te mostrará un tanto indiferente. Pero sí, buen relato. Nos vemos. _ahau_
07-06-2004 No tiene sentido que comente I y II, porque de algún modo III viene aritméticamente después de I y II. He leído las tres búsquedas, y sólo he hallado una pregunta, que no explicitaré aquí, porque evidenciaría que te conozco más de lo que debería, al menos en lo que a estos muros virtuales se refiere; jamás leí estas cosas antes de ese "por fin" a medias del 14 de diciembre, pero tú tampoco tenías obligación de darnos cuenta de cuanta cosa se te atravesaba en la calle y en el segundo cuaderno, así que no me sorprende -desde ese punto de vista-. Sin embargo, sé perfectamente (y esto es una infidencia) que esos pasos del protagonista son, de alguna manera, muy parecidos a los tuyos, y eso que alguna vez me preocupó -y mucho-, hoy no deja de preocuparme, por ti, por lo que conversamos alguna vez y, de todas maneras, seguiremos conversando. No dejará de preocuparme hasta que no vea que retiras tu participación de la Bolsa, que dejas de ver los neones y que miras, de una vez, hacia el frente, inclusive con los ojos que tú, que solamente tú tienes en la nuca. Abrazos, telperos
 
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