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Al amanecer,
cuando todavía el claro amarillo era naranja,
cuando la fruta exprimía su zumo en el vaso de un desconocido,
el fuego invisible quemó la nada de la tormenta.
Al arder
la nada se transformó en cenizas marrones,
el fuego dejó sus heces a su paso por la inmensidad
apoderándose del terreno más misterioso del planeta.
Al oscurecer
la luna amaneció en noche iluminada;
borró a su paso las nubes tormentosas, escarmentadas por el fuego.
La luna se congeló para estar siempre presente.
*Javier Santalices* |
Texto agregado el 16-09-2009, y leído por 65
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