La luz tenue del sol se colaba a los lejos por las ventanas y las luces del techo comenzaban su trabajo de asegurarse de prestar un servicio para que los pobres asalariados pudieran continuar con su labor. Era una empresa que se dedica a solucionar problemas, aunque no pudiera resolver los propios, no tenía nada moderno y sus habitáculos parecían viejos y sin probabilidad de arreglo.
Sin embargo, iba convencido que allí encontraría el descanso después de unos años de mucho trabajo con mucha responsabilidad que fructificaron de la mejor forma y que por esas cosas de la vida era necesario salir de allí para encontrar nuevos horizontes.
El sentimiento que llevaba era inmenso, tranquilidad por un lado pero perdida por otro y quizás tanto, que sentía como por dentro se movía un vacío que recorría todo mi pecho y que hacia que mis piernas fueran frágiles y temblaran.
Sentía que había terminado un ciclo y que aunque no quería ingresar a trabajar aquella empresa era la tabla o el bote que necesita un naufrago para sobrevivir, tenía más ofertas laborales pero la más ajustada a lo que uno idealiza como futuro se acoplaba a lo que podría ser.
Al lado de una pared blanca con tintes de amarillo se imponía una mujer cincuentona, de buenas formas, alta, morena, con mirada inquisitiva que se apresuraba a saber quién era yo y a qué venía.
Me dijo: ¿a quién necesita?, le respondí con la sonrisa que siempre me caracteriza, en tono amable y cordial, buenas tardes, tengo una cita con Miguel Preciado, el gerente de la empresa.
Hasta el momento estoy convencido que mi sonrisa causo una buena impresión porque el tono de la secretaria fue más suave, más amable y hasta con un grado de complicidad.
La secretaria hundió la punta de sus largos dedos sobre un aparato telefónico muy moderno que contrastaba con lo que allí se veía y en tono sumiso y respetuoso dijo: Doctor, esta acá el señor Fernando Iglesias y dice que tiene una cita con usted.
La respuesta debió ser afirmativa por que luego de unos cortos instantes se abrió una puerta imponente por su tamaño y color caoba oscuro y salió el gerente quien con una sonrisa de oreja a oreja, me dijo viene listo para trabajar? Aunque me causo sorpresa el recibimiento asentí con mi cabeza y le brinde una sonrisa igual a la que él me había dado. Estaba todo listo, ya me tenía tareas y sabía exactamente como iba a funcionar.
La buena suerte con la que siempre había contado otra vez se volvía a asomar para castigar mi permanente negativismo y la labor encomendada era de confianza del gerente y prácticamente me aseguraba una etapa llena de cosas buenas tanto personales como económicas.
Estuve un poco escéptico porque mi proceder con todo era muy práctico, siempre pensaba que me podía suceder lo peor y cuando me pasaba algo bueno todo era ganancia y cuando salía lo peor por lo menos ya estaba preparado. Me reía de mi mismo porque realmente las cosas peores eran muy escasas y realmente para lo que me servía eso era para conocer mejor las personas.
El trabajo…
El gerente llamó a una de sus asistentes, una mujer joven, con buen cuerpo, piernas largas, ojos bonitos y de apariencia agradable, se llamaba Juanita; y le dijo: Fernando es la persona de la que te había hablado llévelo a que conozca su nueva oficina, preséntelo y denle todo lo que necesite.
Ella me miraba de arriba abajo muy sonriente tratando de ser muy agradable conmigo y en tono muy suave casi coqueto me dijo:
-Gusto en conocerte, Miguel me ha hablado muy bien de ti y te estábamos esperando porque necesitamos que nos ayudes en todo lo que estamos haciendo aquí
Con esas palabras me alcance a sonrojar, sentía que las mejillas se llenaban de color y mis ojos se abrían más de lo deseado y mi sonrisa innata se pronunciaba más.
Con la confianza del jefe y la amabilidad de Juanita, a pesar que ya era el final de la tarde, yo note que el sol, aunque se ocultaba brillaba con más esplendor y en ese momento supe que en esa empresa podía estar tranquilo por lo menos un tiempo mientras me llegaba otra oportunidad que me hiciera sentir más útil y acorde con lo que yo era.
Juanita me brindó toda su confianza, me dijo que el Gerente estaba feliz de tenerme cerca de él porque sentía que le faltaba una persona que tuviera experiencia en el manejo de las relaciones con otras empresas privadas y públicas y que yo cumplía con ello.
La verdad es que yo conocía al gerente desde hace algún tiempo precisamente porque en donde trabajaba había sido uno de mis clientes y habíamos entablado una buena relación laboral y a lo mejor eso era lo que había hecho que yo llegara con todos los pergaminos necesarios para convertirme en alguien de confianza.
Había una oficina contigua a la del gerente con unos vidrios enormes, unos cuadros con litografías de Vincent Van Gogh, las cuales cumplían con su misión de adornar y que para el efecto no me importaban demasiado, un escritorio moderno en madera, una sala y un baño y unos ventanales que permitían ver a Bogotá en todo su esplendor pues quedaba en un piso 16.
Juanita me dijo: esta va ser tu oficina, si quieres cambiar algo me dices e inmediatamente lo hacemos.
Mi sorpresa fue mayúscula pues sentía que me estaban dando más de lo que yo imaginaba a pesar que de dónde venía también tenía muchas comodidades.
La sorpresa fue mayor cuando me dijeron que la secretaría del gerente atendería mis cosas y que podía contar con ella como si fuera el propio jefe.
La noche se hizo evidente, la oscuridad a lo lejos, las luces de las calles y edificios indicaban que en ese día no se podía hacer más. A Juanita se le notaba algo de desespero por salir y al parecer llegué en el momento en el que ella necesitaba salir, por eso con mucha amabilidad y en tono de complicidad le dije:
-Juanita, gracias, si tienes algo que hacer, hazlo, yo me quedo aquí un rato revisando las cosas y ya nos veremos mañana temprano.
Fue como cuando uno tiene un dulce en una mano y hay un niño esperando a que se lo de. Fue la mejor noticia para ella, si mi hubiera podido alzar lo hace. Se despidió amablemente y nos quedamos de encontrar al día siguiente para presentarme mi equipo de trabajo.
Inicio del trabajo….
Al contrario del día anterior, la luz del sol no hizo su aparición y unas nubes negras amenazaban con descargar un bombardeo de gotas que iban a ser que la ciudad colapsara y se complicara el panorama para mi primer día de trabajo.
Llegue muy temprano a la nueva oficina, Juanita estaba esperándome, estaba bellísima y sus ojos redondos me invitan a iniciar mi labor, cuando deje de admirar a esa mujer, comprendí que no estaba en una cita sino que comenzaba mi primer día de trabajo.
En ese momento pensaba que definitivamente nunca podría de dejar de admirar a las mujeres bonitas pues ellas en mi despertaban unas ganas de vivir y porque no, era una de mis razones de ser.
Volviendo a la realidad, Juanita me indicó que yo contaba con tres personas, una llamada María José, otra Carmen y otro llamado Luís.
De María José me dijo que era quien venía cumpliendo las tareas que yo iba a desempeñar, que era profesional en Finanzas Internacionales, que era agradable, llevaba un buen tiempo en la empresa pero que le faltaba más creatividad y liderazgo, además que tenía una vida personal llena de problemas.
De Carmen me dijo que era profesional en Relaciones Internacionales que cumplía con sus tareas a cabalidad, pero que solo obedecía órdenes y cumplía únicamente con lo que tocaba hacer.
De Luís me dijo que era un profesional en derecho recién graduado que la empresa le había ayudado con sus estudios y que era lo que se denominaba el “todero” de la oficina.
Juanita me indicó que los había citado temprano para presentármelos y que muy seguramente estaban por llegar.
Efectivamente aparecieron los tres al mismo tiempo en bandada como si fueran a una feria y quisieran conocer la vedette a ver que impresión les causaba si era muy gorda, si era bonita, o tenía el lunar grande y negro que suelen tener en la mejilla.
Después del saludo protocolario y la presentación formal, María Jose me miraba con unos enormes ojos verdes llenos de curiosidad pero que a la vez mostraban tristeza, mientras que Carmen se veía como más retadora y sobradora como dando entender que ella era la inteligente y Luís el típico buena gente, sin pretensiones de ser más y con un carácter afable y bonachón.
Sin la mayor pretensión, queriendo parecer sencillo, les dije quién era yo, de donde venía, porqué había llegado allí y como iba a ser el trabajo.
María José no ocultó su agrado por mí, se mostró complaciente, colaboradora, diligente y con muchas ganas de entablar una buena relación de trabajo conmigo. Mientras que Carmen fue más apática y sólo atino a decir que contara con ella para lo que necesitara. Luis más generoso, más cordial y con ánimo de colaborar.
Ahí comenzó todo…
El trabajo fue pasando normalmente, se crearon nuevas cosas en beneficio de la empresa, se organizaron los procesos internos y cada quien cumplía a cabalidad con sus funciones, salvo Carmen a quien habían encargado de otras tareas.
Transcurridos dos meses de trabajo, la empresa ya significaba algo distinto, era agradable, tenía sus complicaciones como todas, había gente de todas, el chismoso, el emprendedor, el sapo, la coqueta, el inteligente, el resentido, el amable, el conquistador, el apático, el deprimido, el trabajador, el vago y bastantes personas cordiales y amables.
La Juanita linda, hermosa que había conocido ya se había desdibujado y era la típica trepadora que se mantenía al lado del gerente para poder hacer sentir a los demás trabajadores todo su poderío y sentirse como la dueña de la empresa.
En ese tiempo comencé a hablar con María José sobre su vida y la verdad era bastante tormentosa, yo me preciaba de conocer hasta los bajos mundos pero su experiencia me sorprendía a la vez que me causaba algo de desconfianza pues cada historia tiene dos caras y cada quien la cuenta de su manera.
María José era una mujer muy atractiva con unos ojos verdes de esos que hablan por sí solos, con un cabello hermoso en cualquiera de sus formas, un rostro totalmente iluminado y una contextura normal para alguien con ese rostro. Sin embargo, la tristeza que llevaba por dentro no permitía ver a esa mujer hermosa que es.
Entre más conocía de su historia tormentosa, llena de muertes de familiares, novios enfermos, personas que se aprovecharon de ella, sin padres que le pudieran ayudar y familia distante, más era mi interés por saber acerca de ella.
Ella lo intuía y parece ser que le agradaba que yo estuviera enterado de todo acerca de ella. Al principio, no vislumbre nada más allá que el típico consejero, trabajo que había realizado muchas veces en el transcurso de mi vida, especialmente con mujeres y que había dado sus réditos pues ello me había dejado con buena reputación de amigo, amante y hasta lógicamente de consejero, sin ser sicólogo y siendo todo lo contrario un ingeniero industrial.
María José se convirtió en mi persona de confianza dentro de la empresa y mi sustento para trabajar. Comenzó por hacerse notar con sus trabajos, con su capacidad y con su intuición para desarrollar las cosas. Realmente el trabajo no era del otro mundo sino que obedecía a tareas del día a día que apuntan a un objetivo.
Sin darnos cuenta nos convertimos en cómplices, y yo siendo su consejero me permitía decirle hasta con quien salir, éramos amigos y socios.
La relación…
Después de una jornada laboral de esas intensas en las que se siente que el cuerpo no responde y solo se busca algo que lo aparte de esas tareas, bajo un día lleno de hojas secas caídas de los árboles altos que no dejaban pasar sino el viento y con un frío que nos ponía helada la punta de la nariz, María José comenzó a soltar lo que siempre he llamado en las mujeres su avanzada romántica que no es otra cosa que los sueños utópicos sobre el hombre ideal que desea cada mujer.
María José con su encanto, con su hermoso rostro, con los ojos verdes más abiertos, con sus muestras de tener un ser maravilloso en su interior que hacia llamado a gritos por salir dijo con voz casi inentendible, no se si por nervios o pena:
- Que maravilloso sería poder dar este paseo como lo estamos haciendo con alguien al que realmente se ame.
Fue conmovedor porque lejos de mi estaba la intención de tener alguna relación con ella, pues pensaba que yo era como el hermano mayor, el papá desaparecido, la tía buena y que podía sacarla de su tristeza y ayudarla a recuperar el tiempo perdido en sus pasos malos por la vida. Estaba convencido que era una forma de conseguir una buena amiga y ayudarle, además porque aunque no me considero fiel y firme no tenía la necesidad de conseguir a nadie pues otras experiencias no me habían parecido nada del otro mundo y nada porque arriesgarme a perder algo que ya tenía organizado dentro de mi matrimonio.
Los secretos, las historias, lo más íntimo que me contaba María José hicieron que nos convirtiéramos en cómplices e incluso comenzamos la tarea de buscar a alguien que pudiera tener con ella una relación afortunada que le compensara todo lo que había sufrido.
Fueron historias jocosas, el que quiere casarse con ella con una salida, el que tiene problemas con la esposa y quiere darle celos con otra, el que solo quiere una aventura, el que se quiere aprovechar de lo que ella tiene, el intenso, el huevón, en fin, ninguno nos servia para los planes que teníamos.
Entre esas historias, un día de esos que se tiene que ir a cumplir con compromisos de esos hartos, decidimos ir juntos y era tan aburridor el evento que hasta los meseros bostezaban, decimos irnos antes y por el camino comenzamos a hablar de mi y no de ella.
Hasta ese momento no había visto a María José tan interesada en preguntar por mis sentimientos, por mi relación y si estaba realmente feliz. Por aquellas cosas de la vida me imagine a donde quería llegar y sin ningún pudor le dije que no estaba mal pero que me hacía falta sentir.
Sentir… palabra de seis letras que indica la forma como se experimenta una impresión, un dolor, un sentimiento, un placer o un dolor espiritual fue la detonación de la historia. Ella cambio su expresión, se iluminó, su piel se erizo, su ojos brillaron y sus manos temblaban al igual que su cuerpo e inmediatamente dijo: necesito lo mismo.
Después de semejante confesión, no paso nada. Parecía que habíamos cometido un error y que no deberíamos haber llegado a eso. Sin embargo, nos mirábamos de reojo con el sentimiento de culpa.
Por esas cosas de la vida, comenzamos a hablar de otros temas y dentro de la conversación María José me dijo que tenía ganas de hacer una inversión que le dijera como me parecía. Realmente era la compra de algo superficial que no era importante y entonces le dije en tono de broma que más se diera un viaje y que yo la acompañaba, a lo que ella sin pensarlo me dijo que si que se iba conmigo. No lo tomamos en serio, pero después cuando la fui a dejar en su casa me hizo seguir, nos sentamos en un sillón grande y allí de un momento a otro las fuerzas que teníamos se fueron al piso y como si fuéramos un imán aferrándose a algo metálico sus labios se entreabrieron y con una respiración casi interrumpida mis labios se abrieron y se lanzaron hacia los suyos para no dejarlos escapar y poderlos tomar totalmente con los míos.
Ese momento fue hermoso, eran dos seres que se necesitaban que sabían que se gustaban más no se amaban, que tenían necesidades similares pero que sabían que no podían tener algo formal. Fue intenso, hubo necesidad de más pero las ganas tuvieron que darle paso a la realidad y las obligaciones y compromisos no permitieron que llegáramos más lejos, ambos teníamos compromisos ineludibles que cumplir.
Fue tanta la intensidad de aquel beso que no podíamos dejar de suspirar y por ello nos prometimos que nuevamente lo íbamos a intentar. Había algo más fuerte que nos impulsaba a estar juntos.
Al día siguiente en la empresa nos encontramos, María José tenía un rostro diferente, más hermoso, alegre, sin esa tristeza y yo me sentía igual. Ello nos impulso a seguir adelante para poder concretar esa cita tan anhelada que queríamos tener.
Dentro de tantos juegos que habíamos inventado para que María José consiguiera alguien, se atravesó una cita que algo prometía, pero que resultó ser superficial y nada especial. Ello nos impulso a concretar la cita en lugar especial.
Aunque faltaban pocos días para el encuentro, estos resultaron todo un reto, primero porque sentíamos la necesidad de hacerlo, pero al mismo tiempo existía la angustia de querer parar todo a tiempo. María José sabía que esto era un experimento y que no perdía nada con intentar, simplemente nos dábamos la oportunidad de conocernos más íntimamente pero que ello no supondría nada más de ello, pues aunque existía la atracción mutua éramos conscientes que era una relación que no nos llevaría a nada.
Como un niño que espera a las 12 de la noche del 24 de diciembre para que Papá Noel le de sus regalos, me desperté aquella mañana de un domingo, un tanto nervioso, agitado, y sudoroso, pues tenía que cumplir la tan esperada cita y para ello tenía que inventar alguna actividad para poder salir de casa.
El ánimo de hacer las cosas y la costumbre de planificar todo con el mínimo detalle, viendo los pro y contra hizo que esa salida fuera un juego de niños. Con atuendo deportivo llegue muy puntual a la cita, allí ella, María José me esperaba o más bien sentí cuando llegue que no me esperaba. La situación al principio fue un poco tensa, los ánimos estaban a la espera de la reacción del otro y el momento se fue tornando un poco más amable pero tenso.
María José estaba dispuesta a vivir ese momento como lo habíamos acordado, pero no la veía tan segura. Hablamos de lo que iba suceder, nuevamente la atracción se hizo presente, sus labios y los míos se fundieron en unos solos y de ahí en adelante nuestros cuerpos se fueron enlazando y pegando con la convicción de que lo queríamos, pero al mismo tiempo descubriendo a la otra persona. No puedo decir que fue algo fantástico lleno de magia porque ese día fue como un acercamiento para saber como era esa persona en el momento de amar.
Ese día quede bastante sorprendido, María José no era esa mujer puritana que pensaba. Alguien a la que pensé que tenía que enseñar muchas cosas pues su forma de ser, de ver las cosas, la integridad y costumbres de su familia me hacía pensar que iba a estar con una monja.
Después de ese día el silencio fue cómplice de los dos. Había sucedido, era un hecho, ambos nos sentíamos satisfechos, pero no sabíamos que había sucedido realmente entre los dos y ello que significada. En los días próximos tuvimos la oportunidad de hablar nuevamente y como quien quiere saber como le fue en el examen nos cuestionamos el uno al otro. María José con toda la confianza me decía que había valido la pena que se había sentido bastante bien e igualmente le manifestada que sentía lo mismo.
Sorprendentemente, más que querer hacer el amor, apareció un nuevo sentimiento, necesitaba verla todos los días, sentirla cerca, oír su voz, poderle tocar una mano, mirarle los ojos, hablar sin tapujos acerca de todo.
Hay si comenzó la magia, la necesidad de tenerla se hizo más fuerte, quería compartir el aire con ella, quería sentir su aliento cerca, quería que me arrullara con su voz y quería que siempre estuviera conmigo.
María José parecía sentir lo mismo, cada día nos uníamos más y más, incluso llegamos a preocuparnos por los compañeros de trabajo y ante ello comenzó lo que fue nuestro secreto.
María José quería que siguiéramos la relación al igual que yo, pusimos las condiciones nadie se enteraría de lo nuestro ella no le decía a nadie y yo tampoco, fue lo mejor que pudimos hacer, todo salio perfecto.
Con este pacto comenzamos a unirnos más y más, nos fuimos de viaje un fin de semana y allí tuvimos nuestra segunda experiencia, la cual fue una especie de segunda aproximación en la cual seguíamos experimentando con nuestros cuerpos, lo cual a cada momento resultaba más placentero. Fuimos felices y la vida nos estaba brindando la oportunidad de conocernos íntimamente para saber exactamente si lo que habíamos comenzado como una necesidad de sentir se estaba tornando en un juego amoroso que sin darnos cuenta estaba acaparando nuestros sentimientos.
Después de aquel viaje, la necesidad de sentir se hizo más intensa, ya no podía ver la vida sin tener a María José entre mis brazos, poderla abrazar, poderla besar, poderle susurrar y especialmente sentir que era mía.
María José me demostraba a cada momento lo mismo y desde ese momento los encuentros se hicieron más seguidos y de ahí en adelante la magia del amor se apoderó de nosotros. Sus labios se entreabrían para esperar que los míos los capturaran, nuestros cuerpos se unían como si fueran uno sólo, sus manos me acariciaban, mientras que las mías comenzaban a recorrer todo su cuerpo, ella quería que mi boca se uniera más a la de ella y poco a poco la ropa se convirtió en un estorbo y pude con mi boca besar todo su cuerpo y acariciar su rostro, tocar su pelo, fundirme entre sus muslos y ella a cada segundo me demostraba cuanto me amaba, cuanto me sentía, Dios mío como me hacia sentir de bien.
Los días en la empresa se tornaron más agradables, las mañanas antes de llegar a trabajar eran un suplicio, contaba las horas para poderla ver y los encuentros fueron más intensos y llenos de amor, el complemento y acople eran perfectos, el amor fluía por cada uno de los poros de su piel y era tan especial que no podía creer que existiera una mujer así.
La relación se hizo fuerte, pero sabíamos que lo nuestro no podía pasar de ahí y aunque yo era el beneficiado ella estaba dispuesta a asumir el papel de amante, con un secreto a cuestas, con el ánimo de aparentar y dándolo todo cada vez que estábamos en la intimidad.
María José ahora era más hermosa, sus ojos verdes, su piel morena, su sonrisa, su porte, su elegancia, el brillo de sus ojos la delataban, sus amigos le decían lo bien que se veía, estaba recuperando toda la confianza en si misma y el amor la hacía ver como una verdadera princesa, bellísima y muy madura.
Cada día que la veía mi piel se tornaba sensible, la sentía, sabía que era real, sabía que me gustaba, sentía que la necesitaba y sentía que la amaba y que no podía dudar que estaba igualmente correspondido.
Todo fue color de rosa por más de un año y medio hasta que sentí la necesidad de pensar en lo que uno nunca se debe pensar, no quería hacerle daño, no podía ofrecerle nada seguro, no podía irme con ella y creía que María José no se merecía esto porque me había dado tanto que era injusto hacerle llevar una vida sin ninguna esperanza.
Busque que ella se apartara de mi lado, tuve la oportunidad de recomendarla para un mejor trabajo y ella dado su amor por mi aceptó sin reproches. Se fue y sentía que se me había acabado todo, no era capaz de pensar, las horas eran largas, el sol no brillaba, la luna no se veía, el viento era helado, las cosas eran grises, me hacia falta su calor, me hacía falta el verde de sus ojos y la piel canela que me hacia vibrar.
Aunque nos separamos esto no fue impedimento para seguir nuestra relación sentíamos que no podíamos apartarnos, que su cuerpo y su piel al igual que la mía vivían en un intensa resequedad y necesitaban hidratarse con nuestras caricias y nuestros besos.
María José asumiendo un papel de mayor madurez me dijo que la dejara decidir si quería o no seguir conmigo, que era su problema aceptarme como era y aceptar la relación como era, además que sentía que conmigo había vuelto a sentirse toda una mujer feliz, con mucha fuerza y con gran parte de sus problemas por allá en lo más profundo.
Conscientes de lo que teníamos, tuvimos altibajos, María José trato de conseguir una nueva relación que no le implicara esconderse, sin suerte alguna pues creo que en medio de todo estaba el amor que ella sentía por mí y eso hizo que mi amor se tornara más posesivo, tan así que me sentía su único dueño.
El amor parece que siempre tuviera una carta bajo la manga, María José se comenzó a cansar de estar escondida de no poder manifestar todo su amor a todo el mundo sin tapujos y comenzó a asistir a más eventos sociales con tan mala suerte para mi que consiguió uno de esos hombres que parecen perfectos, lo cual no creo, pero que llena expectativas, pues tienen una buena posición social, cuenta con recursos suficientes, son los mártires de una separación, tiene hijos adultos por los que no se tienen que preocupar y gozan del respeto de los demás por su seriedad y sapiencia que les da experiencia y que pueden deslumbrar a mujeres como María José que saben que es una oportunidad única y que por más que me quiera tiene más futuro con su nueva relación.
Después de muchos años María José se casó, vive feliz, me mantiene como un buen recuerdo, no he vuelto a hablar con ella, pienso que hizo lo más sensato, al principio sentí que había sido desleal conmigo, pero lo que hoy creo es que me dio una lección de vida. Cambie de pensamiento, me volví menos machista, nunca me volví a entrometer en una relación como esta. Cada vez que la pienso siento una presión en el pecho y hoy 25 años después todavía no se que pasó porqué la perdí.
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