La bruja Madalisia, maquinadora como era, quiso comprarse a toda la comarca en la cual vivía, principalmente a una muchachita que era como una Blanca Nieves moderna, sólo que mucho más letrada y de ingenua, cero contenido. Estudiosa como era, tomó sus cuadernos de álgebra, ya que estudiaba una carrera científica en una Universidad humanista que era gratuita para darles la posibilidad de crecer como personas útiles de la sociedad a toda la juventud del lugar, con excepción de negros, amarillos, comunistas, gays y antipinochetistas, porque se suponía que todos ellos portaban en sus genes el germen de la destrucción y el resentimiento. Minerva, que era el nombre con que sus padres habían bautizado a la preciosa chica, no creía en brujas, María, pero estaba segura que de haberlas las había. Entonces se dio a la tarea de crear una fórmula que era infalible para espantarlas. A los pocos días ya había inventado un milagroso brebaje que al beberlo le permitía pronunciar las doble ele como che, de tal suerte que caballo se pronunciaba cabacho, cebolla se transformaba en cebocha, hallulla se pronunciaba… bueno, pero nuestra amiga prefería las baguettes así que se evitaba pronunciar algo que podría sonar medio procolálico. Una tarde que la chica caminaba por el parque, con sus infaltables cuadernos bajo el brazo, se topó a boca de jarro con la famosa bruja que venía envuelta en su manto de piel de murciélago que la hacía verse verdaderamente chic. El esperpento venía recitando una de sus horribles letanías que sólo se las agraciaba su medio pollo Tamerlán, que escuchaba los versos con sus ojos en blanco.
–Música, misterio
en la tumba vacía
gusano, hueso podrido
postre mefistofélico
para que las almas negras
se regocijen
y sobrevuelen los tumores
taciturnos de la luna de alquitrán.
-Bravo, bravo, profería Tamerlán, mientras disimulaba su asco bajo su túnica de piel de chupacabras.
-Allá viene esa a la que quiero atraer para mis dominios- apuntó con su garra larga y sucia la horripilante Madalisia.
En efecto, a escasos metros de ellos, la muchacha permanecía junto a un estanque de aguas límpidas en la cual nadaba una bandada de patos semi silvestres.
-Hooooooola linda niña- profirió la bruja, sin poder disimular la envidia que sentía hacia esa mujer a la cual admiraba secretamente pero que odiaba con todo su corazón.
La chica, que ya se había empinado al seco su poción, la miró como al desgaire y le contestó un hola que sonó muy impersonal.
-¿Qué haces tan sola por estos parajes? –le preguntó la maliciosa bruja.
¿Cho sola? ¿Qué decís? ¿Acaso no ves que estoy estudiando álgebra?
Al escuchar esa pronunciación que le alteraba hasta la médula de los huesos, Madalisia comenzó a vomitar una reguera de sapos encantados, quienes al tocar el suelo, fueron recuperando sus verdaderas identidades, Unos eran poetas, que por no querer dar su brazo a torcer pasaron a engrosar la lista de batracios enjaulados en la saliva espesa y pestilente de Madalisia, otros eran empleados públicos que de inmediato corrieron a integrarse a sus respectivas ocupaciones y así evitar tener lagunas en sus imposiciones y unos cuantos habían sido sus amantes que por decirle la verdad encallaron en las densas aguas de su incomprensión. Minerva, al ver tan desencajada a la harpía, con la mayor de sus perversidades, le dijo: Eh, che, te noto medio cachada, si querés te chevo a mi casa para que te recuperes con un matecito?
El guaaaaaaaa que profirió la horripilante mujer fue como el impulso para que fuese a dar de cabeza a la laguna a la cual Minerva había derramado unas cuantas gotitas de agua bendita, es decir cerveza de la buena. Ante esto, la bruja comenzó a tragarse el lago y a engordar de tal forma que Tamerlán acudió en su socorro, se quitó su piel de chupacabras y se arrojó al agua, arrastrando a Madalisia a la orilla, donde haciendo tripas corazón, juntó sus labios con los de ella y comenzó a hacerle respiración artificial.
En el intento se tragó cinco salmones, dos barracudas, un par de patos y una pelota de fútbol que había ido a parar al lago cuando estaba cero a cero la cuenta. A los diez minutos, Madalisia abrió sus ojos legañosos, vio a su galán junto a ella y estirándole sus sarmentosos brazos quiso besarlo. Tamerlán, que era tonto pero no leso, arrancó a morirse ante las estruendosas carcajadas de Minerva, que contemplando a la bruja ridículamente mojada y tirada en el césped como el anticristo de las sirenas, le preguntó con voz inocente: -Che querida, que becha te ves achí tirada en el pasto. ¿Querés que te alcance una toacha? Allí mismo le dio un ataque a la malvada bruja que comenzó a desinflarse como un globo para elevarse por los aires hasta perderse entre las blancas nubes…
¿Atacará una vez más la perversa bruja Madalisia? Pronto lo sabremos…
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