Las palabras de otros
" El mundo, según Mallarmé , existe para un libro; según Bloy, somos versículos o palabras o letras de un libro mágico, y ese libro incesante es la única cosa que hay en el mundo: es, mejor dicho, el mundo."
Jorge Luis Borges
¿Cuál era la historia? se preguntaba. Octavio se levantó esa madrugada, como acostumbraba últimamente, y se sentó frente a la máquina. El reloj marcaba 1:40 a.m. cuando sonó el teléfono. Era Guillermo, su amigo. Había terminado "La morada del héroe" y la emoción que le embargaba este logro lo motivó llamar a Octavio. Faltaban sólo tres días para la recepción de cuentos en el Concurso de la Editorial Magnolia, muy reconocida en el medio, le recordó. Ambos estaban despiertos a esas horas en las que, algunos afirman, la inspiración fluye de manera más libre, sin los ajetreos constantes de la luz del día, los ruidos de la calle, los llantos y risas de vecinos molestos. El monstruo de las miles de cabezas descansaba, la ciudad guardaba un respetuoso silencio, mientras él buscaba la trama perfecta. Tenía varios cuentos sin terminar, ya que adolecía de la enfermedad de abandonarlos cuando el más pequeño detalle no llegaba a colmarlo. Varios bosquejos eran lo suficientemente originales pero les faltaba una credibilidad literaria convincente, pensaba Octavio.
- ¿Ya terminaste el tuyo? - le preguntó Guillermo.
La frase le sonó a desafío, guante imaginario del caballero que golpea la mejilla y precede al duelo.
- Por supuesto, justamente ahora lo estaba retocando - mintió.
- Bueno, bueno, no te molesto más, así te dejo terminar, bye - se despidió Guillermo.
Sintió colgar el teléfono y comenzó a repasar mentalmente las historias que había desechado. ¿El suicida que se arrepiente a último momento, cuando ya es demasiado tarde?, no, demasiado obvio, ¿el veterano back derecho que se mete un gol en contra en la final del campeonato para ganar el soborno del cuadro contrario, sepultando su carrera?, no, demasiado repetido por otros creadores, ¿el músico que intenta realzar la belleza del silencio componiendo una canción sin sonidos?, una tontería. Siguió pensando...
Desde que Laura se había marchado, hacía menos de un mes, no entendía nada. Extrañaba los momentos que compartían, sus olores, el sonido de las palabras y de sus encuentros. Algunos días creía descubrir el reflejo de su cabellera azabache, en los días en los que la lluvia acometía, pesada y dulce, besando su ventana. Tan sólo una nota sobre la cama, que ahora era el doble de enorme, y la mitad vacía...Una nota en la que decía, en pocas líneas, que no la buscara, pues su historia ya no tenía sentido. Ella quería formar una familia y él no se sentía preparado. Continuas discusiones sobre el tema le habían dado la pauta de que la novela con la persona que amaba llegaba a su fin. Recordó demasiado tarde lo mucho que la quería...demasiado tarde. Habían tenido varias rupturas, pero ésta era la definitiva y eso lo sabía muy bien. Laura arregló sus cosas, tomó dos maletas y desapareció un miércoles. Sus huellas estaban por toda la casa, cabellos en la pileta del baño, su olor en las toallas, la mesita ratona que ella misma había elegido cuando se mudaron juntos, tres años antes, con una pequeña mochila de ilusiones y sueños compartidos.
Hacía varios días que trataba de deshacerse de su presencia. Regaló la cama y el colchón, ya que no concebía estar sin ella en ese lugar, tan lleno de cosas... y tan desierto. Guardó las fotos de los portarretratos y retomó la costumbre de escribir pensando que al hacerlo podría purgar sus fantasmas del pasado, que al golpear las teclas incesantemente iría alejando poco a poco y con cada golpe los recuerdos más entrañables.
La habitación se empezó a llenar de hojas de papel arrugadas que eran desechadas una por una, cada cual acompañaba un gesto distinto, una cara alternativa de la frustración.
Puso un disco de Ismael Serrano y prendió un cigarrillo. Las bocanadas de humo se esparcían por el cuarto, los minutos pasaban y tuvo ganas de tomarse una cerveza, con el fin de despejar un poco la mente. La habitación casi a oscuras, las paredes grises, la biblioteca saqueada en parte, por los intentos de releer a sus autores favoritos y los mismos volúmenes con marcadores sobre la mesa atestada de bosquejos inútiles, libros sobre las sillas, papeles sobre el sillón...
Salió al balcón y observó como el cielo negro de la noche y las luces del Centro se tragaban a las pequeñas estrellas del firmamento. Las noches de abril son lindas para dar una vuelta, pensó. Camisa, vaquero y mocasines, suficiente. Bajó por el ascensor y tomó la calle con la idea de refugiarse en un pub, necesitaba gente, necesitaba ruido, necesitaba algo de vida...
***************
"El Primer Círculo" decía un cartel en la puerta. "In il mezzo di nostra vitta", dijo en voz baja y entró. Era una taberna under, al mejor estilo de "La Cueva", otro boliche que frecuentaba en tiempos remotos, donde conoció a Laura. La escalera descendente, el ambiente falto de luz artificial, decenas de pequeñas velas en las mesas, grabados y graffitis con alegorías del infierno de Dante. Tiene un no sé qué, diría Guillermo. Había poca gente, lugar mágico para salir de la realidad, escapar de la monotonía acompañado de una botella. Pidió la cerveza y un vaso y se arrellanó en la mesa junto a la Puerta del Infierno. La falta de luz lograba la mezcla entre lúgubre y excitante tan particular del lugar.
Salud, dijo un flaco alto desde la barra levantando su cuarto whisky. Parecía que lo había estado esperando, pero mientras el lugar se fue poblando recibía a cada visitante con la misma fórmula. Estaba solo y miraba su vaso como si intentara, infructuosamente, hipnotizarlo o hipnotizarse. Quizás intentara olvidar alguna pena, fantaseó, cursimente Octavio.
¡Lasciare ogni speranza, voi che entrate! escuchó, era la voz de Guillermo. Levantó los ojos y lo vio parado frente a su mesa y leyendo el encabezado de la Puerta. Guillermo era de un físico esmirriado, de baja estatura, movimientos torpes, sus eternos lentes gruesos que parecían haber nacido pegados a sus ojos, pero a pesar de eso, de una inteligencia fuera de lo común y procuraba, dentro de su bohemia, vestir siempre de colores oscuros. Octavio siempre lo había considerado un amigo inseparable, aunque su carácter ambivalente, depresivo y eufórico, dependiendo de la situación, lo volvía tan oscuro como sus ropajes. En su mano derecha se adivinaba un vaso vacío y en la izquierda una cerveza.
- Y si te acompaño ¿qué te parece?, la próxima la invito yo.
- Sentate.
- Estaba desvelado para variar y me dije ¿qué puedo hacer?, una vuelta no me vendría mal esta noche. Así es que aquí estoy ¿y vos?.
- Buscando inspiración.
- Querrás decir musas inspiradoras ¿no?- y rió estruendosamente.
- Necesitaba despejar un poco la cabeza.
- Me parece muy bien, ¿no seguiremos con el tema Laura?
- No, eso ya es cosa del pasado.
- Es mejor así, camarada. Sabés que este boliche tiene como un no se qué - dijo Guillermo.
- No me digas - sonrió irónicamente Octavio.
Después de la tercera cerveza y de una serie de temas insustanciales, Octavio decidió que era el momento de confesarse con Guillermo.
- Guille, la verdad es que, aunque me cueste admitirlo, no tengo nada escrito, llevo varios días de bloqueo, tengo la cabeza en cualquier lado.
- ¿En serio?
- Sí, lamentablemente.
- Bueno hermano, ya va a pasar, dicen que siempre que llovió...
- Sí pero a mí todavía me sigue lloviendo - hizo una mueca de desagrado - , encima, hace dos días "prescindieron" de mis servicios en la empresa. Reestructura, le dicen. En realidad lo hicieron para acomodar a un primo del gerente, la puta que los parió. Y como fui de los últimos en entrar...creo que no me la vi venir, fue todo tan de sorpresa...
A Guillermo se le terminaban los argumentos para animarlo. Octavio, generalmente, en su estado normal tenía el autoestima muy alta, se podría decir que hasta frisaba con la soberbia, en ocasiones. Por eso lo admiraba, por su temple, su seguridad, su "me llevo al mundo por delante" y su talento al escribir. Es por esto que le sorprendía verlo tan deprimido. En una mesa a cinco metros de donde se encontraban se escuchaba a una barra cantando el feliz cumpleaños. ¡Salud! dijo el hipnotizador y todos rieron, menos Guillermo y su amigo.
- Por lo menos tengo una buena plata guardada, más lo de la indemnización por incumplimiento de contrato, me dará para tirar unos meses hasta conseguir algo.
Guillermo tuvo una idea inteligente, o por lo menos, eso parecía.
- Que te parece si tiramos algunas ideas, como para que armes un cuento de esos que sabes hacer - dijo -. Yo sólo te ayudo con algunas líneas y lo escribes. Siempre fuiste mejor que yo en ese arte. Ya ganaste dos concursos, publicaste una novela o ¿ya te olvidaste?
-Esas son cosas del pasado, como tantas otras - dijo Octavio pensando en Laura.
- Sí pero por algo ocurrieron, tenes un talento innegable y lo sabes perfectamente. Los jueces de los concursos no siempre se equivocan, salvo en tu último premio, ¡ahí sí que le erraron, debí haber ganado yo, la puta que te parió!
Ambos rieron al unísono y brindaron por los "campeones sin corona"...
Pasaron la siguiente hora armando una historia coherente, con dos amigos escritores, un asesinato por codicia y envidia y un robo justificado. Las ideas más agresivas y brillantes provinieron de Guillermo y de la sexta cerveza.
- ¡Lo tengo! - exclamó finalmente Octavio y ambos brindaron con el último trago. Pagaron y al irse notaron que el flaco hipnotizador los miraba con una sonrisa socarrona y cómplice, como si, dentro de su borrachera, los entendiera...
***************
Al día siguiente, Octavio se apoderó de su máquina de escribir y sin titubear y de un tirón, cual trance mágico de dos horas, terminó el cuento que había pergeniado con Guillermo en la noche de "El primer círculo". Dos amigos escritores que escribían para un concurso, uno de ellos asesinaba al otro para robarle su cuento y lo presentaba como propio. No sólo no lo descubrían en el asesinato y en el plagio, sino que ,además, ganaba el premio. Hacía mucho tiempo que Octavio no se sentía tan seguro y satisfecho de leer un cuento suyo. Era algo que necesitaba, era su creación, como si fuera un hijo y él, no su padre, tal vez su Dios. La escritura era muy depurada y el hilo narrativo jugaba notablemente con la línea temporal.
Su habitación seguía hecha un caos. Notas por todos lados, en el monitor de la computadora, en la puerta de la heladera, en el televisor, en algún cuadro, en fin, en cualquier lugar donde las ideas le surgían y el papel engomado junto con el lápiz lo socorrían. El cenicero era una montaña indescifrable de puchos que parecía nunca haber sido limpiado desde que se lo habían regalado.
Luego de pasarlo en la computadora y darle el respaldo correspondiente, ordenó un poco el caos, como quien empieza nuevamente, se preparó un mate y fue a dar una vuelta. Guillermo había quedado en pasar a tomar algo para celebrar la vuelta de la inspiración de su amigo.
Cerca de las 9:00 p.m. llegó Guillermo con una carpeta en la que se suponía un manojo de hojas con "La morada del héroe", y unas cuantas botellas. Pusieron en el equipo "El hombre del traje gris" y se sentaron en el balcón.
Después de algunas cervezas, Guillermo encendió un cigarrillo y suspiró largamente, luego convidó a Octavio el cual, cortésmente, lo rechazó, apelando a su propia caja.
- Los tuyos son cáncer con filtro, no seas malo.
- Bueno, de algo hay que morirse. Paraguay es un país fantástico. Y hablando de muerte... ¿cómo quedó esa muerte? - preguntó Guillermo
- Me parece que muy convincente - se jactó Octavio - en dos horas lo liquidé y está para llevarse las palmas, te lo profetizo, Guille.
Guillermo sintió, como siempre, esa mezcla de admiración, envidia y odio que le producía la esporádica egolatría de Octavio.
- Ahora tendrás el placer de leerlo. - dijo Octavio.
- Bueno, algunas ideas te pude dar ¿no?. - acotó Guillermo.
- Con las ideas no siempre alcanza, querido amigo, sino tienes un estilo aprehendido y trabajado, son millones los bosquejos de cuentos que no llegan a nada y mueren estériles por falta de trabajo.
- Claro, tienes razón. - dijo en voz muy queda ,Guillermo. No podía creer que habiéndole levantado el ánimo, como lo hizo, ahora se olvidara tan fácilmente.
- Tomá, deleitate mientras sirvo los vasos con más combustible.- dijo Octavio
Le alargó el manuscrito escrito a máquina y vació el vaso que tenía en su mano derecha, hasta el fondo y muy dentro suyo. El seño de Guillermo se fruncía de vez en cuando y enarcaba las cejas, gestos muy suyos cuando leía algo que le resultaba interesante. Dio una pitada larga, como pensándola. Casi sobre el final del cuento esbozó una sonrisa y concluyó con una mirada apoteótica, casi orgásmica, de aprobación hacia el autor. Era realmente bueno, siempre había deseado ser un escritor, como su amigo, sólo le faltaba confianza, o por lo menos eso pensaba.
- Quedó buenísimo, te felicito, me parece que "La piel del cordero" se lleva el premio este año.
- Bueno, te agradezco, pero ahora...quiero leer el tuyo.
- Por supuesto, pero antes te voy a preparar un trago para festejar esta pequeña obra de arte.
- Tampoco es para tanto...,bueno sí, tenés razón, - rió Octavio.
- Dejate de embromar que está increíble, en serio te lo digo. Además de ser tu mejor amigo, recordá que soy tu peor crítico. Es una mezcla de policial con realismo mágico, notable.
- Lo sé - dijo Octavio y ambos rieron.
Guillermo se dirigió a la cocina y alternando varias botellas, ron, caña, corazao blue y martini preparó los dos vasos. Antes de volver les puso hielo y cuando cruzaba por la sala de camino al balcón se dio cuenta que la computadora estaba prendida. Joaquín les cantaba a los "nacidos para perder" desde el equipo.
- Che ¿respaldaste el cuento? - preguntó a Octavio.
- Por supuesto, si se me llega a perder me tengo que matar, con lo que me costó la inspiración. Lo puse en la carpeta en la que están los otros cuentos, ya sabés. Tengo otra copia sobre la mesa, por si acaso.
- Bárbaro - afirmó Guillermo.
- Esa es nuestra canción - secreteó Octavio.
- El ejército de los nacidos para perder. Aquí tiene a dos de sus combatientes- repuso Guillermo.
- Me parece que sólo a uno, ¡yo ya estoy del otro lado, Joaquín!
- Salud, por las buenas obras, los amigos y...- titubeó - hasta el fondo...camarada.
Ambos vaciaron sus vasos mientras Sabina se preguntaba quién le había robado un mes...
Al poco rato, un poco por el alcohol y otro por la somnolencia, Octavio se sintió mareado y cuando quiso incorporarse, se desplomó secamente sobre la alfombra quedando boca arriba. Guillermo ante este espectáculo se quedó de espaldas como quien conoce el desenlace de la película. Al principio su rostro parecía denotar nervios, pero pasada la impresión inicial, se dibujó una leve sonrisa en su rostro. Se acercó a su amigo que lo miraba inmóvil desde el suelo, con una desesperación creciente moviendo los ojos de un lado para otro. Balbuceaba cosas inteligibles mientras Guillermo lo observaba, aparentemente, despreocupado. Se quitó los gruesos lentes, los puso sobre la mesa y su rostro era el de otra persona. Parecía un actor que se despojaba, limpiamente, del personaje que lo hizo famoso.
- Ahí está el gran escritor Octavio Aldonza, boca arriba, indefenso, emboscado como una tonta mosca - dijo poniéndose de pie y un poco teatralmente -. Lo más probable es que, en unos minutos, no puedas mover ninguno de tus miembros, así es como actúa esta droga que sumándola al alcohol acelera, notablemente, su efecto. Descarté la posibilidad de usar cianuro, porque, dicen las malas lenguas, da unos retorcijones bárbì¥Á 9 ð ¿ Ôw
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Las palabras de otros
" El mundo, según Mallarmé , existe para un libro; según Bloy, somos versículos o palabras o letras de un libro mágico, y ese libro incesante es la única cosa que hay en el mundo: es, mejor dicho, el mundo."
Jorge Luis Borges
¿Cuál era la historia? se preguntaba. Octavio se levantó esa madrugada, como acostumbraba últimamente, y se sentó frente a la máquina. El reloj marcaba 1:40 a.m. cuando sonó el teléfono. Era Guillermo, su amigo. Había terminado "La morada del héroe" y la emoción que le embargaba este logro lo motivó llamar a Octavio. Faltaban sólo tres días para la recepción de cuentos en el Concurso de la Editorial Magnolia, muy reconocida en el medio, le recordó. Ambos estaban despiertos a esas horas en las que, algunos afirman, la inspiración fluye de manera más libre, sin los ajetreos constantes de la luz del día, los ruidos de la calle, los llantos y risas de vecinos molestos. El monstruo de las miles de cabezas descansaba, la ciudad guardabLa piel del cordero".
- Dentro de unos minutos - dijo en voz alta - tendrás un paro cardio-respiratorio, o algo así, lo cual se corresponde con todo el alcohol que ingeriste y la intención de suicidarte que tenías esta noche. Supongo que dentro de las indagaciones tomarán en cuenta que tu pareja te abandonó hace menos de un mes, te echaron del trabajo y si a eso le sumamos tu naturaleza bipolar... touché mounsier - hizo el gesto de una estocada -, no será difícil adivinar una autoeliminación.
Guardó el disckette, el manuscrito, la copia y la franela. Guardó las colillas del cenicero que había usado en una bolsita. Sobre la mesa encontró una tarjeta y sin saber porqué, la tomó. Era de un director editorial, un tal Héctor Landázuri, de la firma JAIMA, una pequeña sucursal asociada con Alfaguara. En ese momento, sintió que alguien lo miraba, lanzó una inquieta ojeada a Octavio que ahora yacía ahogado en un charco de su propio vómito. "No puede ser", se dijo a sí mismo. Luego se acercó y le tomó el pulso que había desaparecido.
"Alguien pasaba gritando al ladrón, al ladrón" decía Sabina, cuando Guillermo, aún con los guantes puestos, salió del apartamento. Cerró cuidadosamente la puerta y llamó al ascensor y cuando lo hizo, notó el detalle de los guantes, los puso en la carpeta y descendió los seis pisos que lo separaban de la planta baja. Saludó al portero y sintió la mirada hiriente del mismo. Sospechará que pasa algo si bajo solo - pensó y salió del edificio. Octavio siempre lo acompañaba hasta la puerta de calle. Para disimular, tocó el timbre en el portero eléctrico.
- ¿Octi?, sí, paso el lunes a devolverte ese libro - dijo. Nadie contestó.- Hasta el lunes, chau.
La madrugada estaba fresca y una ráfaga de viento lo despertó del todo. Cuando caminaba hacia la esquina interceptó un taxi.
**********************
Pasaron varios días y además de asistir al funeral y entierro de Octavio, el cual ocurrió sin la mayores novedades, Guillermo mandó el cuento a la editorial, retocado, en parte, para imponerle algo de su estilo. Un mes después se enteró por la radio que "La piel del cordero" era el ganador del primer premio. En ese momento sonó el teléfono de su casa.
- ¿Hola? - preguntó.
- Buenos días, me gustaría comunicarme con el señor Guillermo Arriola - dijo una voz adusta y grandisonante.
- Él habla, ¿con quién tengo el gusto? - dijo Guillermo.
- Mire, mi nombre es Héctor Landázuri, y soy director de la Editorial JAIMA - dijo la voz.
Guillermo miró la tarjeta sobre la mesa, director, Landázuri, JAIMA, excelente, pensó.
- Habla él mismo ¿en qué lo puedo ayudar, señor Landázuri?
- Estamos al tanto de su primer premio en el concurso Magnolia, señor Arriola, y nos interesaría publicar una selección de sus cuentos, si es que son tan buenos como "La piel del cordero". ¿Qué le parece?.
- Creo que deberíamos conversarlo - respondió Guillermo - porque a decir verdad, no es la primera oferta que recibo, también tengo el premio de Magnolia que incluye la edición de parte de mi obra, además tengo una novela que me parece, humildemente, que está a la altura de una publicación.
- Nos encantaría recibirlo en la editorial y ver qué es lo que podemos hacer, señor Arriola, podríamos conversarlo en su debido momento, le paso la dirección si así lo desea.
Guillermo tomó nota.
- Muy bien, nos mantendremos en contacto, sí, sí, hasta luego Landázuri - y colgó.
- Bueno, señores, ha llegado mi hora.- dijo en voz baja. Su desaparecido amigo, Octavio Aldonza, había publicado algunos cuentos en JAIMA antes de lanzar su primera novela en la prestigiosa Alfaguara, convirtiéndose en el escritor más joven en acceder a este privilegio. Sin duda era un buen paso, pensó.
Al día siguiente tomó las copias de algunos de sus manuscritos, saludó a su madre antes de salir y se dirigió por la tarde a la editorial. En el camino fue pensando en cómo sería el encuentro con Landázuri y eso le producía unos nervios indescriptibles. Era la primera vez que publicaba algo. Pero además de los nervios seguía con la sensación de ser observado, adonde fuera sentía esa mirada invisible, sólo perceptible desde aquella noche en la casa de Octavio.
El cartel de la puerta con el nombre de la editorial le dio la pauta de que algo que iba a cambiar su vida estaba a punto de pasar. Luego de franquearla, se presentó ante la secretaria, la cual le informó que Landázuri estaba por llegar. Lo invitó a esperarlo y él tomó asiento. A los quince minutos llegó Landázuri, hombre cuarentón, bastante calvo, entrado en carnes, con algo de cabello entre negro y gris tras las orejas y un tupido bigote negro, cual bohemio empedernido.
- Buenas tardes - dijo, dirigiéndose a Guillermo y estrechando su mano - por fin nos conocemos señor Arriola, pase por favor a mi oficina, adelante. ¡Silvia, por favor llévenos un par de cafés!
- Sí, señor Landázuri - dijo Silvia prestamente con una celeridad notable.
- No gracias, yo por mí, paso - dijo Guillermo recordando la pequeña úlcera que lo aquejaba en esos días.
- Como desee señor Arriola, adelante por favor, pase - dijo Landázuri.
- Con permiso - dijo Guillermo tomando la carpeta y, precediendo al editor, entró a la oficina.
Landázuri cerró la puerta, se sentó en un sillón tras el escritorio y le señaló a Guillermo una silla al otro lado del mismo. Éste se sentó y apoyó su carpeta en el escritorio. La oficina no era muy grande, pero se encontrada atiborrada de ejemplares editados por Jaima, cómo no podía ser de otra forma. Sobre la mesa había un par de manuscritos y una máquina de escribir Remington, de época difícilmente precisable. El joven se quedó mirándola con detenimiento y el editor adivinó la intención.
- La tengo allí porque, aunque no lo crea, me estimula a escribir con sólo mirarla. Sé que hoy por hoy se prefieren los teclados de las computadoras, pero ésta tiene un aire de nostalgia que me atrae mucho, debo decir, demasiado.
- Lo entiendo - dijo Guillermo.
- Veo que trajo sus escritos, Arriola, pero le informo que ya habrá tiempo de revisarlos detenidamente. Por ahora lo he invitado para que lea alguna cosa que tal vez le interese - le acercó uno de los manuscritos que tenía cerca y Guillermo lo observó con incredulidad al principio y asombro después. .
Leyó en voz alta:
"Guillermo entró con el editor a la oficina y después de acomodarse en el asiento y de ofrecer sus escritos, tomó un manuscrito que Landázuri le ofreció. Al leerlo se dio cuenta..."
Soltó el manuscrito y miró nervioso a Landázuri. Éste sonreía, sabedor absoluto del desconcierto de Guillermo.
- Y ¿qué le parece? - preguntó dándole continuidad a su sonrisa.
- ¿Qué se supone qué es esto, Landázuri?, ¿Me está tomando el pelo?.
- Sos exactamente cómo te imaginé, cambiante, enérgico, descreído, aunque te pensé un poco más alto, a decir verdad.
- ¿Me pensó?, ¿A qué se refiere?
- Por favor Guillermo, dejémonos de tonterías. Sos muy inteligente y ya te habrás dado cuenta cual es la naturaleza de tu personaje.
- ¡Si es una broma, es de muy mal gusto! - dijo el joven y se puso de pie tomando su carpeta.
- Quedate, por favor, que, a pesar de todo, mereces una buena explicación.-dijo Landázuri, con aire conciliador -.
- Empiece - dijo Guillermo tomando asiento.
- Hace días que sentís una mirada que te marca muy de cerca. La sentiste en la casa de Octavio, frente al portero, en el pub, con ese borracho mal nacido e incluso, cuando venías hacia aquí.
- Siga - dijo Guillermo palideciendo, su enojo le hizo inyectar los ojos en sangre.
- Esa es la mirada que sentís ahora, cuando yo, tu creador, te estoy mirando. Soy lo que se llama, un autor omnisciente, mi querido Guillermo, y vos sos un personaje muy rico y valioso, del cual estoy muy orgulloso.
- ¿Yo, un personaje?. Es imposible, yo soy real, de carne y hueso, igual que usted - dijo el joven desafiante y elevando el tono de voz.
Landázuri se puso de pie, dio la espalda a Guillermo y habló, en tono pausado, como era su costumbre.
- Muy bien, eso es lo que tendrías que pensar ¿verdad?, nadie podría vivir una vida que se precie de valiosa sino es real, por lo menos aparentemente. Pero hay cosas que una persona debería saber.
Guillermo permanecía estático en su silla.
- Te voy a preguntar, Guillermo,¿Cuál es el nombre de tu madre?.
- ¿El nombre de mi madre? - hizo una pausa - se llama...- el silencio se apoderó de la boca de Guillermo, mientras su rostro mostraba un esfuerzo descomunal por recordar.
- Tal vez recuerdes el nombre de tu padre - dijo Landázuri, poniendo una nota de seriedad en su mirada.
- ¿Mi padre?, su nombre es... - la frustración tomaba las facciones del joven que, en su interior, no sabía porque tenía un vacío tan grande en sus recuerdos.
- No sabes cuáles son sus nombres porque yo nunca los inventé, así como lo hice con el tuyo, sólo piénsalo un momento. Hay datos que eran vitales para el relato y hay otros que no, tú como escritor amateur sabrás comprenderlo ¿no?
- ¿Dónde cursaste tus estudios, Guillermo?- preguntó el editor.
Landázuri hablaba con mucha soltura, con pausas largas entre cada comentario, conocedor del momento, como quien hace una apuesta con el cien por ciento de certeza a su favor.
- No puede ser, tengo que recordarlos... - murmuró Guillermo, enojado.
- Lo harías sino fueras un personaje que creé para una buena historia. El único detalle es que te hice venir a mí, saliendo de los márgenes de tu mundo, es decir, del cuento. No pensé que iba a funcionar, pero bien, aquí estás...
- ¿Por qué me hiciste esto?- le recriminó Guillermo, mesándose los cabellos con ambas manos y mirando hacia el piso de la oficina.
- Todos tenemos un destino que ya está escrito y yo..lo escribí para vos, lo mejor que pude, eso te lo puedo asegurar. Soy un escritor, manejo realidades, ficciones, construcciones verbales, ése es mi trabajo, mi vocación y mi placer.
- No te vas a salir con la tuya, te voy a matar - gritó Guillermo fuera de sí y poniéndose de pie.
- No lo intentes, quedate donde estás - dijo Landázuri levantando su brazo.
Guillermo se detuvo. Su respiración empezó a agitarse con un ritmo in crescendo hasta que la falta de aire lo hizo arrodillarse, dando por tierra con su intento de abalanzarse sobre el creador.
- Si hubieras terminado de leer el manuscrito - dijo Landázuri -, sabrías que en este momento, en el que intentas atacarme, tu respiración se hace muy dificultosa. Tanto que en este mismo instante - dijo mirando su reloj de pulsera - desapareces...
Landázuri volvió la cabeza hacia el lugar en el que estaba Guillermo y ya no lo vio. Efectivamente, había desaparecido. Su relato se había cumplido al pie de la letra. No quedaba en la oficina ningún rastro de la presencia de su personaje estrella. Tomó asiento y ordenó su manuscrito.
- Si yo fuera un personaje ¿cómo sería? - dijo para sí mismo, riéndose.
Ante la demora de Silvia y el café, oprimió el botón del intercomunicador y en vez de escuchar la voz de Silvia, sólo percibió un silencio.
- ¡Silvia, Silvia! - llamó.
- ¡Silvia! - repitió enojado.
Cuando se dirigía hacia la puerta divisó sobre el piso de la oficina, en el mismo lugar donde había desaparecido Guillermo, una tarjeta.
Se inclinó y al recogerla observó que estaba en blanco. Respiró aliviado, pero al fijarse en el reverso, con una prolija letra a mano, se leía:
"El mundo es un gran escenario en el cual cada uno representa su papel"
Temeroso, miró hacia todos lados y con cara de pánico, largó el llanto.
- ¡ NO! - gritó.
Descubrió que yo, su creador, lo estaba observando...mientras buscaba un final para su historia. Casi siempre, todos, somos parte de las palabras de otros.
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