Vivía en el agua. Había nacido de la transformación de un corcho en una piedra. Cuando lo supo, quiso conocer a su madre, que flotaba en la superficie del agua. Pero el aire lo asfixiaba. Comprendió entonces que para acercarse a ella debía esperar hasta que se transformara nuevamente en piedra.
Al tiempo, la metamorfosis se produjo. Cuando la vio descender, se le acercó y la rozó, acariciándola. Entre tanto, del cuerpo de ella emergía un pequeño apéndice, que rápidamente se desprendió y cayó hacia el fondo.
Transformada nuevamente en un corcho, ella volvió a la superficie emitiendo una nube de pequeñas burbujas. La siguió, movido por un incontenible impulso, y de improviso sintió el mareo que le anunciaba la proximidad de la asfixia. Se asustó, quiso descender, pero ya no podía hacerlo.
Presa de una indecible angustia, se dejó ir hacia el fin. Pero al llegar a la superficie, la sensación de ahogo se desvaneció y pudo comprobar que ya no necesitaba respirar como antes. Era un corcho y flotaba, contento, casi feliz, junto a otro, probablemente su madre.
Abajo, otro ser intentaba repetir el ciclo
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