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La Muerte del Disco era una tradicionalista que se enorgullecía de prestar un servicio
personalizado, y se deprimía a menudo porque nadie lo valoraba. Señalaba que la
gente no tenía miedo de la muerte en sí, sólo del dolor, la separación y la nada, y que
no era nada razonable tomarla con alguien sólo porque tiene las cuencas de los ojos
vacías y pasión por el trabajo bien hecho. Todavía usaba guadaña, decía, mientras que
las Muertes de otros mundos habían invertido hacía tiempo en cosechadoras
automáticas.
Estaba cubierta en su mayor parte por una túnica negra y una capucha, y
probablemente era de agradecer. Sostenía una larga guadaña en una mano, y no
había manera de pasar por alto el hecho de que, donde debía haber dedos, sólo se
veían huesos.
La otra mano esquelética sostenía unos daditos de queso y un trozo de piña pinchado
en un palillo.
— ¿Y bien? -inquirió la Muerte con una voz que tenía la calidez y el colorido de un
iceberg.
Advirtió las miradas de los magos y bajó la vista hacia el palillo.
— Estaba en una fiesta -añadió con un matiz de reproche.
— Oh, Criatura de la Tierra y la Oscuridad, os exhortamos a abjurar de... -empezó
Galder con voz firme, imperiosa.
La Muerte asintió.
— Sí, sí, ya me sé todo eso -dijo-. ¿Por qué me habéis llamado?
— Se dice que puedes ver tanto el pasado como el futuro -replicó Galder un poco
molesto, porque el gran discurso de conjuro y dominación le gustaba mucho y la gente
decía que se le daba muy bien.
— Muy cierto.— Entonces quizá puedas decirnos qué pasó exactamente esta mañana -dijo Galder.
Recuperó el control y añadió en voz más alta-: Os lo ordeno por Azimrothe, por
T'chikel, por...
— Vale, vale, ya has dejado bien claro lo que quieres -respondió la Muerte-. ¿Qué
queréis saber con exactitud? Esta mañana pasaron muchas cosas. Nacieron personas,
murieron personas, todos los árboles crecieron un poco, las olas dibujaron interesantes
pautas en el mar...
— Me refiero al asunto del Octavo (El libro con mayor poder que existe) -dijo Galder con frialdad.
— ¿A eso? Oh, no fue mas que un reajuste de la realidad. Tengo entendido que el
Octavo no quería perder el hechizo número ocho. Al parecer; se había caído por el
borde del Disco.
— Un momento, un momento -interrumpió Galder. Se rascó la barbilla-. ¿Estamos
hablando del que va dentro de la cabeza de Rincewind? Un tipo alto, un poco flaco. ¿Es
ése...?
— Exacto, el hechizo que ha llevado encima todos estos años, ese mismo.
Galder frunció el ceño. Alguien se estaba tomando demasiadas molestias. Todo el
mundo sabía que cuando muere un mago los hechizos contenidos en su mente
quedaban libres. Entonces, ¿por qué salvar a Rincewind? El hechizo acabaría por volver
a su sitio.
— ¿Sabes por qué? -dijo sin pensar. Entonces se acordó y añadió rápidamente-: Por
Yrriph y Kcharla, os exhortamos a...
— Podrías cortar el rollo, ¿no? -dijo la Muerte-. Yo sólo sé que todos los hechizos
deben ser pronunciados juntos la próxima noche de la vigilia de los puercos o el
Mundodisco será destruido.
— ¡Eh, ahí delante, hablad más alto! -pidió Grishald Spold.
— ¡Cállate! -ordenó Galder.
— ¿Yo?-dijo La Muerte sorprendida.
— No, él. Viejo sordo...
— ¡Te he oído! -se enfureció Spold-. Vosotros, los jóvenes...
Se detuvo, porque la Muerte le miraba con aire muy pensativo, como tratando de
memorizar su rostro.
— Oye -dijo Galder-, ¿te importa repetir eso último? ¿El Disco será qué?
— Destruido -repitió la Muerte-. ¿Puedo irme ya? Me he dejado la copa.
— ¡Espera! -se apresuró Galder-. Por Cheliliki y Orizone y todo eso, ¿qué quiere decir
«destruido»?
— Es una antigua profecía escrita en los muros interiores de la gran pirámide de
Camis-Het. Y me parece que lo de que «el mundo será destruido» está bastante claro.
— ¿Eso es todo lo que puedes decirnos?
— Sí.
— ¡Pero si sólo quedan dos meses para la Noche de la Vigilia de los Puercos!
— Sí.
— ¡Podrías al menos indicarnos dónde está ahora Rincewind!
La Muerte se encogió de hombros. Era un gesto para el que estaba particularmente
bien dotada.
— En el bosque de Skund, en la cara de las montañas del carnero orientada al borde.
— ¿Qué hace allí?
— Autocompadecerse mucho.
— Oh.
— ¿Puedo irme ya?— Oh, sí -dijo-. Sí, gracias. -Luego, como no es conveniente tener enemigos ni entre
las criaturas de la noche, añadió con educación-: Espero que sea una fiesta divertida.
La Muerte no respondió. Estaba mirando a Spold igual que un perro mira un hueso,
aunque en este caso las cosas eran más bien al revés.
— He dicho que espero que sea una fiesta divertida -repitió Galder un poco más alto.
— Por el momento, sí -dijo la Muerte llanamente-. Aunque supongo que a medianoche
la cosa decaerá.
— ¿Por qué?
— Es cuando creen que me quitaré la máscara.
Desapareció, dejando atrás sólo un palillo de cóctel y un trozo de serpentina.

Texto agregado el 14-09-2009, y leído por 74 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
15-09-2009 esta un poco raro pero esta bueno no es bueno nu malo nenita91
 
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