— ¡Canijo doctor!, no cabe duda que es muy listo —dijo John con admiración a su amigo César.
Ambos amigos se referían a un amigo mutuo, que además era el médico pediatra de sus respectivos vástagos. César recordó cuando su hijita menor, su querida princesita, se enfermó de una bronquitis y que el médico del Seguro Social los trajo a puras vueltas, con sus medicinas se puso peor la enfermita; bastó una sola consulta con el doctor al que se refería su amigo John, para que en poco tiempo la nena se aliviara.
— ¿A qué te refieres? —preguntó César, mientras con la mano le hacía una seña al mesero de la cantina La suerte loca, para que les trajera una nueva dotación de cervezas.
— No sé si estas enterado de que uno de los hobbies del doc, es la búsqueda de tesoros en fincas viejas en las ciudades de la Región Lagunera tanto del estado de Coahuila como del estado de Durango.
— Algo había oído, pero no le di importancia —susurró César, después de darle un gran trago a su cerveza helada— y tú ¿cómo te enteraste?
— Porque me invitó a buscar un tesoro en una finca abandonada junto al cementerio municipal de Lerdo, Dgo. El doc tiene la teoría de que en la época revolucionaria, la gente rica de las ciudades laguneras como Torreón, Gómez Palacio y Lerdo, sobre todo en ésta última que es la más antigua de las tres, las gentes enterraban sus riquezas y escondían a las muchachas jóvenes, —John hizo una pausa para darle sabrosos besos a su botella de cerveza, al terminar lo anterior continuó—, Lerdo es la que tiene mejor clima y por eso era la preferida por la gente bien para vivir, en la época cuando Pancho Villa y su grupo de facinerosos que se hacían llamar revolucionarios asolaron a la Región Lagunera.
— Pues tiene sentido esa teoría. ¿Y cómo sabe el doc donde debe buscar los tesoros enterrados? —Volvió a preguntar César.
— ¡Fácil!, él tiene un detector de metales que están enterrados, de los llamados deepers detector y anda por toda la región con su aparatito y de este modo fue que localizó un probable entierro en la finca abandonada que te platico —le informó John y añadió—, pero no es tan fácil el asunto, la excavación tiene que ser a escondidas de los vecinos, por eso fuimos de noche.
— ¿Sólo el doc y tú?
— No, invito a otro chavo, así que éramos tres. Fuimos en el carro del doc, llevábamos picos, palas y una lámpara pequeña de gas. Lo que sea, el doc tiene todo lo necesario para estos menesteres. El aparato nos indicó donde debíamos empezar a excavar. Desde luego el doc, por su edad sólo nos dirigía, así que el otro chavo y yo nos turnábamos para la friega de hacer el agujero. Casi al empezar, que suena el teléfono celular del doc y éste después de contestarlo que nos dice: “jóvenes, la profesión de médico es muy sacrificada, tengo una urgencia, un pobre niño está muy grave; así que voy a verlo. Ahí se quedan con el trabajo, no me vayan hacer de chivo los tamales si encuentran el tesoro”, y con esta broma nos dejó.
— Es interesante lo que me cuantas, ¿qué pasó después? —Insistió César.
— El aparato marcaba al principio con una señal débil, pero a medida que progresaba la excavación la señal se hacía más fuerte y clara —contestó John.
— Rápido han de haber terminado, ¿no es así? —dijo César.
— ¡Para nada!, la tierra estaba muy compactada y sobre todo habían muchas piedras grandes que dificultaban el trabajo de excavar, nos llevó toda la maldita noche, pero la ambición y la codicia son buenas compañeras para estas labores, entre más profundo era el hoyo con más claridad y fuerza marcaba el aparato. Ahí tienes a tus pendejos escarbe y escarbe sin que el doc llegara —John dijo lo anterior con cierta melancolía en la voz.
— ¿Y cuándo llegó el doc? —Quiso saber César.
— Casi al amanecer, por cierto olía a jabón barato; pero eso si, llegó muy activo, que se mete al agujero y en un ratito que se ensucia como si hubiera estado al igual que nosotros en el jale toda la noche —contesto John.
— ¡No me la hagas de emoción! ¿Qué pasó con el tesoro? —Volvió a insistir César.
— A eso iba, de repente la punta del pico que utilizaba el doc chocó con algo metálico. ¡Y para que te cuento!, ¡qué emoción! Yo oí como campanitas celestiales, de inmediato quité al doc de donde estaba y con la pala me pongo a retirar la tierra —John con un suspiro dejó de contar la historia mientras paladeaba su cerveza.
César comprendió, que debía darle tiempo a su amigo para que la historia continuara y los dos amigos se dedicaron al placer de la gula, ya que las botanas que sirven en las cantinas no tienen igual y más cuando se resbalan con el oro líquido encerrado en paredes de cristal que es la cerveza. Al cabo de un corto tiempo le pregunto a John:
— Ahora si, ¿qué pasó con el tesoro?
— ¡Cuál tesoro! ¡Ni qué la fregada!, si era un pinchurriento riel de ferrocarril —dijo John, cuya cara se crispó al oír las alegres carcajadas de César.
— Entonces, es el fin de la historia — comentó César que hacía esfuerzos para dejar de reírse.
— ¡No!, es la primera parte, deja que te platique la segunda parte de nuestras aventuras con el buen doc —continuó John.
— Se ha de haber sentido frustrado el doc, ¿no es así? —Cuestionó César.
— ¡Para nada!, desde que llegó se le notaba contento y con ganas de platicar, después del fracaso de la búsqueda del tesoro, el otro chavo y yo estábamos todos madreados, las manos llenas de ampollas, algunas hasta sangraban. Mira mis manos —John le mostró las palmas de las manos a su amigo, a pesar de las miradas burlonas de César—, aún tengo los huellas. El doc que nos invita a desayunar al mercado de Lerdo.
— ¿Y qué tal la comida? — Preguntó César.
— En el mercado hay un puesto de comidas, donde la dueña te sirve un menudo con aguacate y tortillas hechas a mano ahí mismo, no encuentro adjetivos para describirlo, lo que si puedo decirte es que está con madre y más acompañado con dos cheves que me supieron a gloria. Te conté que el doc tenía ganas de platicar, pero la verdad es que tenía ganas de presumir.
— ¡Cómo!, ¿de que presumía?
— Ya tranquilos mientras desayunábamos, nos contó de su segundo hobby: las damas. Aprovechaba la búsqueda de los tesoros para salirse de su casa y así había la posibilidad de hacerse rico, pero cuando fracasaba como nos pasó a nosotros, él combinaba ésta actividad con alguna dama que conjugara con el doc el verbo yogar, ahora más conocido como follar. Nos había dicho del niño enfermo para que no nos mosqueáramos con su ausencia.
— ¿Pero de que les presumió? — Con curiosidad morbosa preguntó César.
— Pues que se había metido en un motel de los que están cerca de Lerdo acompañado de una próxima, con la que alegremente se dedicó al divino pecado capital de la lujuria. Y le salió barato, como buen viejo cicatero que es, por eso le gusta ir a Lerdo por la cantidad de moteles de mala muerte que existen. No sólo nos presumió de sus aventuras amorosas, sino que nos dio una clase de historia —dijo John.
— ¿Cuál historia? —Preguntó con curiosidad César.
— Ya tu sabes que el doc se las da de historiador, incluso tiene un programa donde habla de historia en la televisión local, así que nos comentó, que el riel que encontramos, pertenecía a la línea de tranvías eléctricos que en 1901 se inauguró y que corrían de Lerdo a Torreón, que habíamos hecho un hallazgo histórico. Que en la fundación del primer tranvía en 1890 que era empujado al principio por mulas, había intervenido el poeta Manuel José Othón y que de la pegajosa melodía musical tipo polka de Torreón a Lerdo, el autor probable es José Luis Ulloa Pedroza y fue compuesta en honor a ésta línea de tranvías. ¡Honor a quien honor merece! El doc es muy culto —contestó John.
— Pero, ya que me platicas del doc, es más interesante lo de las damas ¿qué más les dijo acerca de ellas? —volvió a cuestionar César.
— Nos dio consejos muy sanos y te voy a repetir sus palabras: “en las lides del amor hay que ser muy abusados, para no regarla hay que nombrar a todas las ladies incluso a nuestra propia esposa con un mismo sobrenombre, por ejemplo: reina, cariño, encanto etc., ya ustedes sabrán cual escogen, desde luego la palabra tesoro me pertenece, ya la tengo como marca registrada, desde hace mucho tiempo así las nombro y todas están muy contentas”. Y lo decía convencido de su consejo — fue la respuesta de John.
— Tienes razón cuando dices que es muy listo el doc —comentó César.
— Ha podido combinar sus dos hobbies: las damas y la búsqueda de riquezas. No miente cuando le dice a su mujer que va en busca de tesoros, desde luego no especifica a que tesoro se refiere —dijo John.
— ¿Has sabido algo del doc últimamente? —preguntó César.
— ¡Sí!, hace poco me volvió a invitar a la búsqueda de un tesoro, ahora en Tlahualilo —respondió John.
— ¿Y aceptaste?
— ¡No!, si quiere ayuda, mejor que invite a su ch… (Que útiles son a veces los puntos suspensivos).
|