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CAPITULO VII
(Conclusión absoluta)

Estoy totalmente consciente de la gran controversia que este escrito puede provocar en todos los niveles de las sociedades, y se, que encontrare grandes adversarios en el ámbito cristiano o evangélico, pero no le temo a eso, ya que mi único propósito es que el mundo entero reflexione de su mal camino, sin importar la raza, el color, ni el idioma. y que así también puedan glorificar al Padre Celestial a través de nuestro Señor Jesucristo.

Si ofendo a alguien, en realidad no es mi propósito, aunque no estoy dispuesto a divariar la revelación que Dios me ha dado, le pido perdón, esperando sinceramente, que entienda mi punto de vista, que en realidad no es mío, sino el del Padre de las luces, Jehová de los ejércitos.

Quiero finalizar citando el capitulo 40 del libro de Isaías (NVI):

¡Consuelen, consuelen a mi pueblo! –Dice su Dios-
Hablen con cariño a Jerusalén, y anúnciele que ya ha cumplido su tiempo de servicio, que ya ha pagado por su iniquidad, que ya ha recibido de la mano del Señor el doble por todos sus pecados.

Una voz proclama: “Preparen en el desierto un camino para el Señor; enderecen en la estepa un sendero para nuestro Dios. Que se levanten todos los valles, y se allanen todos los montes y colinas; que el terreno escabroso se nivele y se alisen las quebradas. Entonces se revelara la gloria del Señor, y la vera la humanidad. El Señor, mismo lo ha dicho”

Una voz dice: “Proclama”.
“¿Y que voy a proclamar?”, respondo yo.

“Que todo mortal es como la hierba, y toda su gloria como la flor del campo. La hierba se seca y la flor se marchita, porque el aliento del Señor sopla sobre ellas. Sin duda, el pueblo es hierba. La hierba se seca y la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre”.

Sion, portadora de buenas noticias, ¡súbete a una alta montaña!

Jerusalén, portadora de buenas noticias, ¡alza con fuerza tu voz!
Alzala, no temas; di a las ciudades de Juda: “ !Aquí esta su Dios! ”.

Miren, el Señor omnipotente llega con poder, y con brazo gobierna. Su galardón lo acompaña; su recompensa lo precede. Como un pastor que cuida su rebaño, recoge los corderos en sus brazos; los lleva junto a su pecho, y guía con cuidado a las recién paridas.

¿Quién ha medido las aguas con la palma de su mano, y abarcado entre sus dedos la extensión de los cielos?
¿Quién metió en una medida el polvo de la tierra?
¿Quién peso en una balanza las montañas y los cerros?
¿Quién puede medir el alcance del espíritu del Señor, o quien puede servirle de consejero?
¿A quien consulto el Señor para ilustrarse, y quien le enseño el camino de la justicia?
¿Quién le impartió conocimiento o le hizo conocer la senda de la inteligencia?

A los ojos de Dios, las naciones son como una gota de agua en un balde, como una brizna de polvo en una balanza. El Señor pesa las islas como si fueran polvo fino. El Líbano no alcanza para el fuego de su altar, ni todos sus animales para los holocaustos. Todas las naciones no son nada en su presencia; no tienen para el valor alguno.

¿Con quien compararan a Dios?
¿Con que imagen lo representaran?
Al ídolo un escultor lo funde; un joyero lo enchapa en oro y le labra cadenas de plata. El que es muy pobre para ofrendar escoge madera que no se pudra, y busca un hábil artesano para erigir un ídolo que no se caiga.

¿Acaso no lo sabían ustedes?
¿No se habían enterado?
¿No lo entendieron desde la fundación del mundo?
El reina sobre la bóveda de la tierra, cuyos habitantes son como langotas. El extiende los cielos como un toldo, y los despliega como carpa para ser habitada. El anula a los poderosos, y a nada reduce a los gobernantes de este mundo. Escasamente han sido plantados, apenas han sido sembrados, apenas echan raíces en la tierra, cuando el sopla sobre ellos y se marchitan; ¡y el huracán los arrasa como paja!
“¿Con quien, entonces, me compararan ustedes?
¿Quién es igual a mi?”, dice el Santo. Alcen los ojos y miren a los cielos:
¿Quién ha creado todo esto?
El que ordena la multitud de estrella una por una, y llama a cada una por su nombre.
¡Es tan grande su poder, y tan poderosa su fuerza, que no falta ninguna de ellas!
¿Por qué murmuras, Jacob?
¿Por qué refunfuñas, Israel: “Mi camino esta escondido del Señor; mi Dios ignora mi derecho”?
¿Acaso no te has enterado?
El Señor es el Dios eterno, creador de los confines de la tierra. No se cansa ni se fatiga, y su inteligencia es insondable. El fortalece al cansado y acrecienta las fuerzas del débil. Aun los jóvenes se cansan, se fatigan, y los muchachos tropiezan y caen; pero los que confían en el Señor renovaran sus fuerzas; volaran como las águilas; correrán y no se fatigarán, caminarán y no cansarán.



Texto agregado el 14-09-2009, y leído por 127 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
17-09-2009 Buena meditación. Mis saludos. flop
 
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