ese día partiría, enrique,
en el que se asqueó del brillo de la luz del sol,
partiría, perdido, en un desierto devorado y siempre en luna,
cansado de la hipocresía.
el asco ya no le permitía volver,
pero ya cansado,
quería y no quería haber partido.
parecía que vagaba por años,
en un abismo profundísimo,
no encontraba fondo,
todo lo devoraba el horizonte infinito.
hasta que ese día,
que era y no era el mismo día,
se encontraría con una caravana.
le darían agua, y unas migajas,
y le dijeron: allá, hacia donde te dirijes,
está el borde del mundo,
yo y los míos lo hemos visto,
y el mundo suspendido en un mar,
en una inmensa roca roja.
lo dejaron errar solo,
y cuando ya enrique se había perdido,
ya no contubieron la risa,
aquel tonto corría de su propia sombra. |