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Monólogo del Crematorio


"Se respira un tenue olor a quemado, que mezclado con la fragancia de cenizas y madera barata, como esa con la que encienden las hogueras, impregna las paredes de este húmedo crematorio. “Húmedo crematorio”, dirán los que lean estos versos de locura y muerte “eso suena un poco inverosímil”. Así es. Por efecto del calor estas paredes sudan, sudo yo y suda quien esta metido dentro de ese horno.

Yo me vi reflejado en las refractarias paredes. Vi mi cuerpo amortajado con un traje de Hermenegildo Zegna, perfecto, del más fino lino color verde aceitunado, aquel que me costó una fortuna. Vi mis pies calzados con calcetines de Hérmes, frivolidad inútil si quieren, pero que son como caminar en la seda, y vi mis zapatos de Ferragamo cafés, de fina cabritilla inglesa. Todo perfecto, todo inmaculado.

“Mira” dije a mi mismo “Los embalsamadores hicieron un buen trabajo con mi cuerpo”.

La misma sonrisa que tenia en vida, la placidez de mis ojos muertos cuando Morfeo los cerraba, todo era maravilloso.

Pero como puedo explicar, que lo único que los embalsamadores no lograron extraer con sus jeringas y sus cánulas fue tu recuerdo? Mientras parte de mí escuchaba las maniobras de quienes manipulaban el horno donde habría de consumirme, la otra parte aun seguía aferrada a un vago recuerdo, a una tarde plomiza de abril en donde los cobres diáfanos de la lluvia sobre el tejado retumbaban como rulo de tambores de guerra, donde los truenos llamaban a penitencia y se veía a las gemebundas multitudes apresuradas, una larga Santa Compaña de almas empapadas hasta la médula del huesos, dado al traste con sus planes inmediatos y sus deseos mas íntimos aquella tarde.

Las palomas en los aleros de los edificios, apretujadas las unas contra las otras, dejando caer la mancha blanquecina de su cagada sobre el transeúnte despistado, quien arrebatado por la visión perturbadora de un maricón de esos que se hacen pasar por mujeres tan sensuales que mas de un bobalicón se iba con la finta, no se da cuenta hasta que el fétido olorcillo que sale de su solapa lo saca del embrujo del travestido y lo hace proferir en sandeces en contra de su mala estrella, del puto que atrajo su atención y de la maldita paloma que ensució el tiempo con sus deposiciones.

Por ahí hay una pareja que esta besándose como si fuera el fin del mundo. Las manos de el, como garras de ave rapaz se aferran a la delgada figura de ella, como si estuviera al borde de un precipicio al que temiera sucumbir. Hay quienes espantados, se persignan medrosamente, otros divertidos y sobándose la entrepierna no dejan de mirarlos, los mas, por decencia, apartan la mirada. Yo miro desde esta esquina del parabús, con mi inseparable Djarum Black como sus lenguas se entrelazan en una danza perfecta, como el rubor tiñe sus mejillas, los ojos cerrados se mueven nerviosamente bajo los parpados y la respiración se acelera. Doy una calada a mi cigarrillo aromático, meto las manos en mi bolsillo, escupo en el piso y camino hacia el infinito.

Por ahí alguien me salpica y hasta me mienta la madre, pues mi andar desgarbado me hace bajarme de las banquetas. Quizás inconscientemente estaba tratando de llegar hasta este punto hasta donde ahora estoy, yerto, tendido en un espacio reducido, que va caldeándose por la acción del resuello de dragón de gas de las tuberías. Quizás solo intentaba limpiar mis pensamientos, purificarlos de algún modo, pero así, intentado, fui recorriendo mundo entero, vuelta tras vuelta en el espacio redcid de esta triste ciudad. Hurgándome la nariz pasaba frente a la catedral, rascándole la cabeza a un perro pulgoso que movía su cola en un intento de llamar mi atención, mirando sin compasión al ciego del violincito y el revolar de los colores del uniforme de tantos escolares que se arremolinan en las calles esperando quien sabe que diablos, el autobús, a sus papás o quizás solamente haciéndose pendejos y corriéndose las clases, con actitudes demasiado precoces para su edad. Que tiempos aquellos cuando en la esquina del colegio de monjas pretendíamos sin éxito seducir a las chicas de nuestra edad y nos juntábamos en grupos de seis para ir a abordarlas. Y ellas tímidamente también en grupos de ocho o mas salían a nuestro encuentro, y no hilvanábamos mas que pláticas bobas y comentarios sin trascendencia. Ahora… es más común que nunca ver a estos jóvenes hasta alzarle la falda a la enamorada en turno en plena calle, en pleno mediodía. El solo contemplar la escenita me hizo pensar que los tiempos invariablemente cambian.

Ya siento que las llamas van acercándose más a mi yerto cadáver, el cual reposa con las manos cruzadas sobre el pecho. Por ahí alcanzo a ver a través de mis ojos cerrados, un pequeño padrastro en mi dedo índice y me dieron ganas de mordisquearlo. La parafina con la que cubrieron mí ajado rostro comienza a desmoronarse, de modo que pareciera que las lágrimas y el sudor corren en abundancia. Pero es lo mismo de siempre. Son como esas lágrimas de cocodrilo que nadie piensa que en realidad sirvan para algo.

Di la vuelta por el callejón de Santos Rojo, e inconscientemente voltee a ver el reloj de la capilla. Por ahí se escuchaba el torrente de un borrachín que presuroso orinaba en un rincón, y la cantarina maldición de alguien que pisó una plasta de mierda de perro. Las monjas presurosas acudían al llamado del tañer de las campanas y oficinistas salían a hacer el almuerzo.

En las terrazas de nadie, había begonias en los canteros, y filodendros en las macetas. Las mariposas destrozaron sus alas hace mucho tiempo, llevándose con ellas notas musicales que faltan en mis canciones y parte de los colores con los que pintaba mis oleos al atardecer. Algo de ti se fue con tu sonrisa, pero sinceramente, no logro recordar que más fue lo que te llevaste. Ignoro si además de tus cosas, tu cepillo de dientes, la correa del perro y tus zapatos de princesa, te llevaste mi capacidad de inventar, de soñar, y el helio con que alimentaba los globos colorines de mis ideas. El globero ha muerto, supongo, y si no es que esta conmigo en este crematorio, si puedo decirte que sus globos hace ya tiempo que rompieron sus ataduras… Átropos, vieja hilandera, reías con tu sonrisa desdentada… y salieron volando hacia la indescifrable galaxia de la memoria que por más que se intenta, no logra recordarse.

Ya las llamas van lamiendo suavemente mi piel y esta comienza a crepitar. Así crepitaba mi cuerpo al fuego de tu pasión, al arrullo de tus besos y al sonido de tu corazón. Así ardía mi cuerpo cuando tu pelo rozaba mi cara, cuando me fundía en tu mirada…

Ya no queda mucho tiempo para mi, por lo que veo… mi pelo estalla en una deflagración, en un estallido de luz, y vuelvo a sonreír, porque recuerdo el día que te vi en el andén del autobús… cuando con mis manos asía tu delgada figura como un ave rapaz se aferra al borde del precipicio y aquellos que nos miraban, espantados, se persignaban medrosamente, otros divertidos y sobándose la entrepierna no dejaban de mirarnos, los más, por decencia, apartaban la mirada. Y yo mirado al Solitario que me sonreía desde la esquina del parabús, fumando un cigarrillo aromático javanés, aquel que dando una última calada, metió las manos en sus bolsillos, escupió en el piso y caminó hacia el infinito.

Pareciera que hay gozo en mi interior. Pareciera que no me importara el ver como el fuego me va destruyendo poco a poco. Como me voy quemando. Como cada pieza de mi fina ropa (frivolidad innecesaria, pues nunca fui amante de las marcas) se va tornando en cenizas y humo, decía Julio Jaramillo, y ahora mismo me revelo el por que no siento el ardor de las llamas.

Porque la pasión al estar contigo, tu amor ígneo, era como estar encerrado en las paredes de este ardiente y húmedo crematorio.

Esta sensación ya había sido sentida mucho tiempo antes.

Así pues, solo queda esperar que el fuego consuma mis restos, pero no tu recuerdo, refractario al fuego, inmune al olvido.

Y desde la urna donde he de reposar, habré de sonreírles, colocado en el nicho donde vayas a colocarme. Y quizás hasta me sobren fuerzas para de vez en cuando… hacerte una seña obscena con mi dedo de en medio.

Y te la certeza de que mi espíritu volverá noche tras noche, si bien no para atormentarte, si para abonar con sus cenizas… los prados de tus sueños.

Texto agregado el 13-09-2009, y leído por 169 visitantes. (0 votos)


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