Una sombra en el vacío…
El precipicio se avecina a un par de pasos de donde me encuentro.
No calculé el vértigo de trepar a semejante estructura, aquí el viento arremolina mis ideas y el horizonte es una línea desdibujada.
No tengo tiempo de sentir mucho más, esto es más bien un incendio que abraza, instalando cenizas de pétalos.
El silencio es el que cincela mis límites, purgando cualquier vestigio del habla.
Acallo un goce secreto entre estos dientes castigados.
El síntoma, que acecha oculto por dondequiera que se arrastren los deshabitados, se deja ver al final, el principio es tan solo para los mendigos, los lujuriosos de la pobreza extrema que atraen abejas y su aguijón de desgracias, consortes de tribulaciones inimaginables que ejercen el displacer, subyugan y omiten un juicio ajeno.
La verdad no se encuentra en éstas instancias, sino más bien en callejuelas abandonadas, tibias madrigueras en donde ruidos sordos transmutan el metal de sus ecos en proezas únicas, batallando a diario lo inapelable, lo que desgasta mas no da muerte.
Un paso más…
Uno más y sabré si saltaré donde me reciban suavemente.
Las extrañezas se redimen con la sangre de los inválidos de corazón, se aniquilan con el desamor que promueven las agónicas nauseas de un futuro sin gloria.
Saltar no sé si es la solución, si lo es sentir el vértigo que genera este colchón de células, éste deambular de tinieblas que pesan sencillamente sobre columnas y las quiebran.
Salto…
Salto de una vez por todas…
Recibime…
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