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LA VELA DE NAVIDAD

Las luces multicolores que adornaban la tienda, encendían y apagaban sus cuerpecitos al compás de una bella melodía.
Desde la calle, el viento anunciaba a gritos que era época de Navidad.
El cielo se hacía chiquito, al querer contener los cientos de ojos que disfrutaban del estallar de la pólvora en el aire.
A lo lejos un perro se bebía los destellos del cielo reflejados en un pequeño charco.
De la tienda, gente salía y entraba llevando paquetes y bolsas de todos tamaños.
Había tanta variedad de artículos, que pocos reparaban en una graciosa candela verde con rojo, que parecía saltar inquieta entre velas y candelabros.
Poco a poco las horas se fueron juntando, hasta convertirse en varios enormes días y pequeñas noches a la vez.
Nuestra candelita de veteado vestido rojo con verde, se fue quedando cada vez más sola; ya que la mayoría de sus compañeras se fueron marchando acompañadas de lindos obsequios. Pero no por ello perdía la esperanza de ir alegrar con su luz el ambiente festivo de algún hogar.
Seguramente la tarde escuchó su blanquito corazón de parafina, por que antes de retirarse trajo de su mano a dos niños que con ansias y tristeza compraron la pequeña candela. Montaron en sus bicicletas y la llevaron hasta una vieja bodega.
Se ocultaron en su interior hasta llegar a una espaciosa esquina donde se encontraba una tierra recién apelmazada, sobre ella una delgada cruz de palitos y cáñamo.
La candela abrió así de grande los ojos al enterarse de aquella realidad a la cual pertenecía. Se le había comprado para ser parte de un velorio y no de la gran fiesta que ella había imaginado.
Los niños habían querido encenderle una luz a su pequeño gatito que se les había muerto y al cual le daba mucho miedo la oscuridad.
De pronto la candelita sintió que algo se prendía dentro de si. Un niño había encendido el hilo que la ataba a la vida. Ella no dijo nada, solo cerró los ojos y empezó a lagrimear.
A lo lejos escuchaba el rezo que los chiquillos ofrecían a su mascota ausente. Fueron las palabras más lindas que jamás había oído. Luego muy lentamente se fue quedando dormida, oyendo a medias los gritos del viento en su eterno cantar.
Al rato pudo despertar acompañada de una soledad que la envolvía.
¡ Los niños se habían ido!
Ya sin fuerzas miró el cabito de cuerpo que le quedaba y volvió a cerrar los ojos dispuesta a desaparecer.
En un instante dejó de sentir, para luego ser levantada por unas suaves manitas que la aprisionaban con amor, a la vez que le decían: gracias por alumbrarme el camino en el momento en que más lo necesitaba, ahora te invito a venir conmigo a disfrutar del bello cielo preparado para nosotros, donde los segundos se duermen en los regazos de un tiempo que no tiene prisa por existir.



Texto agregado el 12-09-2009, y leído por 1628 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-09-2009 Hermoso y tierno cuento! Muy bien logrado!Te felicito! 5* tursol
 
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