Pasado y presente se mezclaban en la forma en que se presentaban los sucesos.
Cómo relatar lo que sucede, lo que seduce, lo que colma, lo que deseamos, sentimos o devoramos?.
Como describiría el comienzo?
No se cómo se desencadenó realmente, si fueron nuestras miradas, el roce de nuestras manos,
No, no..
Fue otra cosa, otra…
Fueron tus labios, ellos y de ahí a tus ojos, no pude hacer nada más, nada más…
Quedé a merced tuya que me llevabas de un universo a otro con tan solo aproximarte a mi… con la nave incandescente de tu mirada…
Sin aire en mis pulmones no pude más… exploté silenciosamente, muy muy en cámara lenta.
Mis manos jugaron con tu rostro, lo tomé delicadamente y te besé, suave, muy suave, con miedo a quebrarte, inhalando el perfume que volcabas en mis sentidos, embotándolo todo.
La vertiente de tus cabellos humedecía mis dedos que se deslizaban entre ellos.
Por favor… por favor…
Tan solo… un poco… más…
Y perdí la contención, no pude (ni quise) evitar que mis manos resbalaran por tus hombros, que mis labios devoraran tu cuello.
Herida de muerte, así te quería, mortalmente herida de amor, para poder tenerte entre mis brazos… abrazando con dolor lo que había permanecido ausente. Con el dolor que se desvanecía a pasos agigantados, a medida que iba recorriendo tu cuerpo que vibraba, que establecía un contacto, un diálogo, con el mío.
Y me extravié…
Perdí la noción de todo lo circundante, una vorágine se apoderaba de mi, nuestro sudor demarcaba un límite inexistente, nuestras ansias delimitaban un juego, nuestros suspiros no se ajustaban a nada… a nada…
Y entonces fue tu espalda, fueron tus pechos, tus muslos, nuestros sexos, labios, dientes, gemidos, inundando todo, nuestra lluvia arreciaba por doquier… lluvia… inundando superficies...
Buscamos un refugio y lo encontramos en nosotros, nuestro interior, secreto y eterno lugar.
Te tendí sobre las sábanas, jugando, aprendiendo, disfrutando.
Quise… pero no…
Absorbí cada hectárea tuya, extrema, ardiente, incendiaria…
Te acaricié como a un manjar aterciopelado, recorrí tus llanuras con mis labios como vehículo, ascendí a lo alto de las cimas y me desbarranqué al fondo de las espesuras tratando de recobrarme, pero no… no me dejaste…
Entonces quise… y si…
Penetré el paisaje en el cual sabías que yo sería tuyo, fue ahí, justo en ese instante en que perdí todo mi reino a manos tuyas.
Cerrados los ojos…
Arqueados nuestros cuerpos…
Tu nombre se desprendía en carne viva, lastimaba tanto amor lacerante, descargado en la urgente batida de las alas de los segundos.
Tu voz… un susurro…
Fluíamos a través de nuestra piel.
Nuestra… nuestra…
Un constante ir y venir, una transacción orgásmica de supernova…
Abracé tu tierno desenfreno, volqué mi pasión dentro tuyo, muy profundo.
Jugué a hacerte mía por un instante eterno y más que eso, fue la certeza de que serías la primera… y la última…