El Observador
Yo solía verlo cada vez que iba con mi pelotón, a cumplir con nuestro trabajo de soldados, labor que habíamos elegido para trascender en el mundo y honrar a nuestra patria.
Tengo aun muy fresco el recuerdo de su extraña imagen recortada a la distancia, como pintada de forma surrealista en una tela, observándonos.
Mis compañeros y yo lo ignorábamos, porque de alguna manera nos inquietaba su displicente manera de ser, y teníamos, -supongo- miedo a contagiarnos su indiferencia y su estupidez.
De vez en cuando nos observaba como con pena desde lo alto de esta colina, mientras hacíamos ejercicios y ensayos simulando guerras y batallas, esbozando una sonrisa irónica, estúpida y triste que podíamos adivinar desde la lejanía.
Por momentos, su mirada se perdía en el horizonte observando la caída del sol con un interés desmedido e ingenuo, como si se tratase de algo fuera de lo común.
Solíamos gritarle cosas.....incluso lo insultábamos, pero nunca nos respondía. Era indiferente a nuestras exclamaciones, era como si no las escuchase. Otras veces en cambio, parecía que él nos hablaba a nosotros, pero nunca pudimos -ó quisimos- oírlo.
El, a quién irónicamente llamábamos “el observador”, solía sentarse acá donde yo estoy escribiendo ahora, siendo que soy el único superviviente de aquél pelotón, que sacrificó sus vidas en una batalla por unas islas que ya a nadie importan.
Desde aquí, desde su lugar, observo los maravillosos atardeceres, prodigiosos milagros que suceden a diario y que nadie se detiene a ver, mientras allí abajo, ese nuevo pelotón juega a la guerra.
Y si, .....es verdad, debo reconocerlo. Me gritan cosas, me insultan, pero yo, ....yo no los escucho....yo observo el atardecer, esperando poder contagiarle a alguien mi indiferencia y mi estupidez. |