Hechos curiosos sucedieron tras el fallecimiento de mi hermano Patricio, “Chino”, como lo llamábamos cariñosamente. Acabado de pronto su largo sufrimiento, mis hermanas lo vistieron, recompusieron su estragado rostro y lo reacomodaron en su lecho, esperando que llegara el servicio funerario para que lo trasladaran al féretro. Allí se quedó, yerto y rodeado por todos nosotros, las mujeres sollozando con resignación y yo, tragándome las lágrimas y aparentando una serenidad que estaba muy lejos de sentir.
Chitu, una gatita algo hosca y por lo general, apartada de la gente, esta vez hizo una excepción y con sigilo, se encaramó a la cama en donde yacía mi hermano y se acomodó entre sus piernas. Nos habría gustado saber que fue lo que la motivó a permanecer en ese lugar, hecha un ovillo, como si quisiera custodiar esos restos que apenas expedían un poco de calor.
Y cuando los empleados de la funeraria colocaron al Chino en el ataúd, Chitu estuvo presente allí, sobre una mesa, en actitud expectante, haciendo el amago de saltar una vez más sobre él. Después que el cadáver fue subido a la carroza y trasladado a la parroquia en donde sería velado, la gatita desapareció y ya no fue posible verla de nuevo.
Un poco más tarde, Mustang, un precioso y reclamador bóxer de mediana edad, también tuvo un comportamiento curioso. Cuando su ama llegó a su casa, luego de haber acudido a entregarnos sus condolencias, se dedicó a sus menesteres y después de un largo rato, se percató que Mustang no ladraba ni gemía, hecho extraño, puesto que el can, no bien aparece su ama, se vuelve loco, y hace notar su apetito por medio de sollozos perrunos que parten el alma. Esta vez, nada de eso acontecía. Por lo tanto, su ama se asomó al patio para ver que ocurría. Lo que vio, la dejó estupefacta. Mustang se encontraba en un rincón, en actitud meditativa, sin emitir ni un ruido, tal si estuviese orando para sus adentros. ¿Habrá olfateado el perrito la muerte en las vestimentas de su dueña y guardaba respetuoso silencio por aquella alma que había partido? Sólo él lo sabe y, por supuesto, nunca nos lo confidenciará.
Estos dos relatos y un sinfín de coincidencias y sucesos que uno podría considerar como dirigidos por una fuerza desconocida, me hacen pensar que mi querido hermano Patricio, Chino, en lo coloquial, poseía un alma blanca, sincera, inocente, como lo son todas las de estos seres investidos por el síndrome de Down. Y ello fue percibido acaso por esos animalitos nobles, que le presentaron sus respetos y aguardaron enhiestos que se le entornara la puerta que lo condujese a un lugar superior. Después, como todos nosotros, a sus menesteres. Nosotros, a nuestras prisas, ellos a sus ladridos y maullidos, a los cuales, lo confieso, ahora les encuentro una maravillosa significación…
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