He tenido que matarte muchas veces, duele un poco, lo sé. Algunos días te degüello con autentica ternura y dedicación, debajo del silencio, donde nadie nos ve. Otros días naufragando en mi propio cansancio, apenas puedo juntar fuerzas para apuñalarte, tratando de poner fin a este rito iniciático.
Lo trágico de este día repetido, es retornar a este mismo minuto convergente, arrastrado a este ciclo de necesitarte, asesinarte, despertarme y resucitarte a diario; para que salgas a pasear encarnada en tus zapatitos rojos de tacón, por el mismo parque oscuro, esperando sentir la tibieza de la sangre, sobre tu abrigo claro.
He sido tantas cosas desde ese fatídico día, en el que decidí prescindir de ti; el hombre con sombrero de copa sentado en la primera banca del cine, una gota de sangre sobre un vidrio, un voto mal contado o un nombre tachado de la lista correcta; acaso una sombra de una sombra, algo menos que un transeúnte que se cruza en la fotografía.
No obstante sabes que algunos días he evitado asesinarte, el vigésimo tercer día que se repitió la escena, decidí huir. Puse el puñal en la guantera y tome la autopista, -mientras en la radio el soul se pegaba sobre la carretera-, pero antes de que finalizara el día, ese mismo fatídico día repetido, te arrojaste contra el auto, ego mío.
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