Machuca: martes 11 de septiembre
Y el mismo ángel que allá en Chile
vio bombardear al presidente
ve a las dos torres con sus miles
cayendo inolvidablemente
S. Rodríguez
Muchos acontecimientos han causado asombro en la historia del hombre. Hay uno en especial que sigue causándome escalofrío. Martes 11 de septiembre, dos años distintos; 2001 en Nueva York y 1973 en Santiago de Chile. Dos fechas que podemos medir por muertos. De la última pocos se acuerdan. Salvador Allende fue la cabeza del primer gobierno con vistas al socialismo constituido democráticamente en Latinoamérica, situación poco conveniente para un Estados Unidos cada vez más fuerte. Machuca es parte de la historia de aquellos días.
Pedro Machuca es un niño de 11 años que vive en las periferias de un Santiago que va beneficiándose poco a poco de las nuevas formas de gobierno social. Como parte de un experimento social-religioso va a estudiar a un colegio privado donde a pesar de las miradas clasistas de los demás chicos, logra trabar amistad con Gonzalo Infante, de clase acomodada que también “súfre” los cambios que generó el gobierno. A ellos se les suma Silvana, prima de Machuca, que despertará las primeras sensaciones de la pubertad.
El contexto se ubica días antes del golpe militar que derroco al gobierno de Allende. Maneja la lucha de clases desde una perspectiva muy sutil a través de las vidas de los dos niños, mas no directamente en ellos. Mientras la familia de Gonzalo echa mano del mercado negro para conseguir los lujos que se daba antes, la de Pedro tiene acceso a más bienes y servicios como la escuela. A raíz de esta situación se realizan diversas manifestaciones por parte de los dos polos involucrados donde exigen, por separado, acallar al otro.
La situación real de Chile en ese momento era muy delicada. Allende pudo cometer muchos errores pero no se niega la transformación que trajo al pueblo antes, durante y, aunque de otra manera, después de su gobierno. Los chilenos estaban eufóricos. La parte menos favorecida hizo de Allende un héroe en vida, pero para que un héroe lo sea, necesita morir. A quienes abrazamos este movimiento nos costó en algún momento aceptarlo, Allende se suicidó. Peleo ferozmente durante unas horas a lado de unos cuantos hombres, contra los carabineros y el cuerpo militar encabezado por Augusto Pinochet, durante el golpe de estado que sumió al país en un holocausto que duro poco mas de 17 años. La Moneda fue su temporal trinchera y cuando se supo perdido, dirigió un ultimo mensaje al pueblo
“trabajadores de mi patria; quiero agradecerles la confianza que depositaron en un hombre que solo fue interprete de grandes anhelos de justicia…me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al intelectual, al campesino, a aquellos que serán perseguidos... superarán otros hombres el momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse.” se sabia muerto y no dió a otro la ventaja de su muerte.
En Machuca los hechos no son del todo explícitos. Fue criticada por la izquierda al exponer las cosas de una manera simplona sin ahondar en los hechos; esa no es la intención del filme, para ello hay una buena cantidad de documentales que narran muy bien lo ocurrido con un objetivo histórico.
Representar a las clases sociales por medio de unos niños fue difícil, estos necesitaban ser fuertes para poder proyectar el accidente que es su nivel social y el resultado es bueno, cada uno ocupa muy bien su papel. En especial me llama la atención la actuación de Manuela Martelli (Silvana) su rol es clave, representa el punto medio entre la inocencia y la conciencia de un pueblo idealista en ese entonces, la calidad de su actuación es tan buena que hace imperceptible el objetivo. La actuación (no el papel) de Federico Luppi no es imprescindible, pero ayudó a darle mas proyección a la película dirigida por Andrés Wood, chileno que vivió en el exilio siendo un niño y que hace de la película un desfogue personal.
Con el correr de las escenas no se puede evitar, para quienes lo conocen, pensar en Víctor Jara, autentico cantautor chileno de protesta que vivió al nivel del pueblo y murió junto con él en uno de esos genocidios en que la cantidad oficial de muertos suele ser la mitad de la real. Se podría antojar escuchar dentro de la banda sonora a Violeta Parra, a Inti Illi Mani o al propio Víctor Jara, curiosamente esto no pasa ya sea por no creerlo necesario o por no ser tendenciosos, aun cuando su música evoca toda una época de ideales trucados, después, por vidas estilo trasnacional.
El final es una critica a la sociedad chilena que oprimida por el miedo siguió desarrollándose con visión al nuevo orden, que volteo la vista y quiso olvidar, una sociedad que hizo lo que todas en Latinoamérica; abrazó cómodamente al capitalismo.
Las últimas escenas se puede ubicar en cualquier país de los muchos que ha sufrido la ignominia resultado de la fe en el cambio social. La sangre, la prepotencia y desesperación bien pueden ser lo mismo que se vivió en Argentina, Brasil, Guatemala, México o tiempo antes Nicaragua, en un siglo que ha dejado el germen implícito de la decadencia. Eventos como este, el 68, las matanzas acalladas por los medios y la ideología capitalista o las dictaduras latínas pronto desaparecerán de la memoria colectiva y se cumplirá aquella frase tan certera que no terminamos de comprender; el pueblo que olvida su historia, esta condenado a repetirla. ¿Que seguirá?
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