“...La Teoría del Caos se empezó a gestar a principios de los 50 como un resultado de la matemática mas pura, y como posible solución a ciertos problemas físicos un tanto complejos. Conforme avanzaba el tiempo se le descubrían mas aplicaciones y al mismo tiempo mas complejidades. Las ideas de caos encierran un orden dentro de un desorden, un universo en continuos cambios y una interacción constante entre cada partícula de ese universo. Esa idea fue metaforizada en la famosa fase El Efecto Mariposa. Una mariposa bate sus alas en algún bosque recóndito y eso provoca un huracán a miles de kilómetros de distancia. La idea es en principio descabellada, pero muchas veces la historia y el conocimiento se construyen con ideas descabelladas... Así pues partimos de la idea de que todos los sucesos están conectados entre si, y que un suceso aparentemente insignificante puede generar otros sucesos mas importantes y estos a su vez generar otros, así hasta infinitas veces. Y de este modo se va construyendo nuestra historia y nuestra vida...”
El hecho de que comience el texto con una cita robada no es nuevo. Que su autor goce del anonimato, sí lo es.
No habiendo pedido permiso al dueño del texto, transcribo fielmente su definición puesto que de ningún modo hubiera encontrado una aproximación mejor para adentrarme en los vericuetos de la teoría del caos.
Que exista un sistema de interacciones infinito, como sostiene, en caso alguno rompe con el determinismo. Solo lo convierte en más impredecible por la multiplicidad de causas.
En toda conducta humana, la teoría del caos supone una plausible hipótesis. Incluso los más descabellados actos de locura, por impredecibles, no dejan de ser explicables. Simplemente la ecuación es lo suficientemente compleja como para resolver la incógnita antes de que ésta resulte visible.
Sostienen los acérrimos del libre albedrío – en su ingenuidad – que por encima de cualquier causa explicativa de la conducta, está la voluntad del ser que la lleva a cabo. Como si dicha voluntad no estuviese mediada, como si dicha voluntad no interactuase con otras fuerzas.
Es destacable la aportación de Schopenhauer en este sentido, puesto que tiene en cuenta la voluntad no como una intención de acción, sino como una esencia a la propia existencia. Y la naturaleza, al igual que el individuo, inherentemente posee una característica definitoria.
Si efectivamente la Naturaleza alberga un carácter volitivo, está en la esencia del mundo el provocar ese caos que en todo caso será de mayor fuerza que la voluntad del individuo en su intención y acción.
Esto nos lleva inexorablemente a la conclusión de que todo acto, todo período histórico, nunca pudo ser de otro modo distinto. La prueba irrefutable es precisamente el hecho en sí. No ha de extrañarnos en este caso que el hombre a lo largo de su historia haya avanzado inexorablemente hacia castas, clases y desigualdades de las mismas. Su esencia egoísta se refleja en su historia, y tan solo la voluntad caótica de la naturaleza lleva a huracanados conflictos que, lejos de cambiar el status, producen un intercambio de papeles entre vencedores y vencidos, dominadores y dominados. Me pregunto si la mariposa no está ya batiendo sus alas.
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