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Vaga por las calles envuelto en una nube de marihuana. Lo acompaña un rottweiller asesino y un escapulario que se aferra a su tobillo.
Su ropa es negra y algunos de sus pensamientos también lo son. Hace tres días que solo le quita el bozal a un animal hambriento para dejarlo aspirar unos cuantos gramos de cocaína.
El nervioso perro lo mira con desespero, sacude su cabeza con furia en un vano intento por desprenderse de su bozal. Su amo le sonrie, le dice en ese idioma que solo los ojos hablan que pronto saciará su apetito.
La vieja de la lotería se cambia de calle al verlo acercarse. No es al perro a lo que le teme. Un bozal de cuero con barra metálica puede contener al mismo diablo. Toparse con un rostro desfigurado, en cambio, es algo para lo que solo se está preparado cuando se alquila una película gore.
El hombre de cabello largo se detiene. La mira con rabia mientras el animal zarandea irritado la cadena que lo apresa. Decide seguirla. El redoble de sus botas golpea con fuerza los oídos de una paralizada vieja.
No tarda en alcanzarla. Aminora el paso para ubicarse a su lado.
La vieja suda. Intenta acelerar pero el perro se atraviesa en su camino.
- Tome, es todo lo que tengo, el día ha estado malo - le dice angustiada estirándole unas monedas y mirando hacia el suelo.
- Ya lo creo, las calles están desiertas, parece que pinta mal la cosa ¿no? - le responde levántandole el mentón con una cicatrizada mano.
Presa del pánico deja caer las monedas al encontrarse con lo que queda de un rostro. Sus ojos se encharcan. Sus labios tiemblan.
- ¿Qué demonios es lo que quiere? - pregunta en medio de sollozos.
- El quince treinta y cuatro - responde sonriendo.
La vieja busca temblorosa el billete. No lo encuentra.
- Ya se vendío - dice bañada en lágrimas
Una carcajada se retira con su perro en dirección al parque. Seis cuadras mas adelante llega a ese sitio en el que solía jugar con sus padres y su mascota.
Se sienta en la banca de siempre. Le quita el bozal a un ser que lleva la mirada encendida y el estómago vacío.
Contempla una chica que lee acostada sobre el cesped. Se detiene en los niños que juegan con una pelota de plástico. Mira el anciano que le da de comer a las palomas justo en ese lugar donde un día algo se volvió loco.
Recuerda a ese pequeño que acariciaba al viejo can de la familia. Se le viene a la mente el momento en el que su mascota perdió el juicio y se ensañó con su rostro.
Recuerda esos ojos asesinos, el arma de su padre y los gritos de su madre.
Recuerda un disparo.
Recuerda que es hora de darle de comer a un animal hambriento.
Suelta la cadena.
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Texto agregado el 11-09-2009, y leído por 315
visitantes. (1 voto)
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Lectores Opinan |
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08-10-2009 |
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Es un relato de miedo. Profundamente aterrador. Muy bueno. ***** walker |
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