Dios, fumador empedernido, se ha negado a ocupar encendedores para prender sus cigarrillos. Que no quiere alentar las guerras en Medio Oriente consumiendo combustibles que comercian los impíos, dice. A cambio, sólo usa fósforos para encender sus pitillos y, como buen reciclador, cuando ya se juntan muchas cajas vacías las apila en montoncitos de a diez y las ubica fuera del cordón Américo Vespucio, la periferia de una ciudad de su fiel Latinoamérica. Así, misericordioso a toda prueba, despliega su caridad a todos sus pobres y tardíos seguidores del tercer mundo ofreciéndoles una cajita de cartón forrado para vivir.