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Del campo y la ciudad

Mi relación con el campo tiene que ver en gran parte con su paisaje, con los cielos, con el silencio de los atardeceres. No me agradan otro tipo de labores como la de criar animales para matar, así como otras costumbres propias de la vida campesina.
Mis recuerdos de la infancia se relacionan más con lo humano y lo social, especialmente con la lucha y la ardua adaptación en “América” de todos esos gringos corridos por la situación en Europa, estragados por las guerras, persecuciones y hambrunas, llegaban a este lugar tan remoto para ellos, sin conocer el idioma ni las costumbres y tener aquí que remontar una vida, muchos de ellos profesionales y comerciantes que jamás tuvieron el mas mínimo contacto con el campo, esto siempre lo observé con atención y un gran respeto.
Me siento muy identificado al mismo tiempo con los ideales del “cooperativismo” que hizo posible la gesta. Es verdad que los sacrificios que hicieron fue inmenso, no había posibilidad de retorno y eso lo tenían por bien sabido.
Estudié y analicé mucho sobre estas cuestiones que me apasionaron desde joven. Creo rotundamente en los valores del cooperativismo acompañado por proyectos principalmente en la importancia de la educación y la vocación por el trabajo.
Siempre vislumbré en estos ejemplos que recibí de joven el camino posible que se puede seguir para solucionar los problemas de tanta gente de nuestros pueblos, desnutrición, pobreza y falta de educación producto del desinterés de los gobernantes.
Muchas veces con ingenuidad me pregunté como se hace para tener hijos desnutridos, muriéndose de frió y de hambre, en el más extremo desamparo, cuando nos muestran por televisión imágenes de un hombre harapiento, rodeado de hijos famélicos y su mujer llorando apoyada en el dintel de la puerta de un rancho. Lo curioso es que este hombre y esta mujer viven sobre un pedazo de campo. –Propio o ajeno-, para el caso lo mismo da, y es que no los educan ni los ayudan quienes debieran tener la obligación de hacerlo. Los ministerios quedan lejos, y sus funcionarios están distraídos.

En lo personal no me interesa de la fortuna de los ricos, si me preocupa el abandono al que se somete a los pobres. Por eso muchas veces pienso con dolor que para ser esclavo es mejor serlo de un rico. A pesar de los lamentos que emanan de ciertas milongas trasnochadas que suelen conmover a los chicos ricos de la ciudad mientras se toman un vino en alguna peña, puedo decir sin temor a equivocarme, además con la experiencia de no haberlo visto por televisión, que en las grandes estancias la gente pobre que trabaja en ellas viven bien. Lo he visto en mis largas recorridas, incluso disfrutan a veces más que los propios dueños. Los patrones vienen de tanto en tanto, y a las apuradas, en realidad el encargado y la peonada prosperan con los años en la medida en que se comporten bien.
Lo ideal sería que las cosas fueran de otra manera, y se sabe como hacerlo, simplemente que no se lleva a cabo. Muchos países lo hicieron con buenos resultados y con menores posibilidades. Más de una vez hablé sobre estos temas con gente que podía tener incumbencia para llevar algo adelante. –No te metas, contestaban, te van a tomar por “zurdo”.

Hay razones políticas, necesitan alimentar un conurbano de gente sumida en la pobreza extrema, a los que se les puede comprar un voto por una chapa más un choripán.
La oportunidad que me dió ser testigo presencial de estos fenómenos, es un privilegio. De las colonias vi salir muchos intelectuales y una gran cantidad de profesionales.
En mi pueblo y en otros tantos que recorri en mis viajes pude conocer centros de cultura realmente admirables por la cantidad de posibilidades que ofrecían.

Esa es mi admiración hacia esta cultura que trajeron los gringos junto al equipaje y a sus dolores, y esto se puede lograr en la medida en que de verdad se quiera hacer algo que no sea declamar tonterías para los obsecuentes aplaudidores de discursos vacíos de contenido, y posiblemente influya mucho el día en que los “zurdos” piensen un poquito menos en retocarse la barba y en tomar café en algún boliche de moda. Debieran ocuparse en ir a ver la realidad que padece nuestra gente, usar lentes para ver de cerca cuando están releyendo a Marx en los boliches, y comprarse lentes para ver también de lejos.

Yo solo soy un romántico caminante del campo y de la ciudad. Pasa que a lo largo de los años ví muchas cosas, algunas buenas y muchas malas.
A pesar de todo no perdí para nada la atracción que siento por el paisaje campestre, por el viento silbando en los alambrados, por un molino bombeando agua para un tanque australiano, los charcos y pequeñas lagunas al costado de los caminos, los patos “sirirí”, nadando imperturbables sobre el agua encrespada.
Este es el alimento y la energía que me mantiene vivo. y ese es mí verdadero amor por esta clase de naturaleza, eso si –“que no me manden a madrugar para ordeñar las vacas en invierno, por que en ese caso me hago “zurdo,” y si me quieren encontrar, me van a encontrar leyendo y tomando café en el bar “La Paz”.
Por lo demás soy un bicho de ciudad., lo que se dice un verdadero “Citadino”. Necesito de la vida cultural de la ciudad, de sus cafés, de las librerías, de sus calles empedradas, del Teatro Colon.
Últimamente no suelo hablar mucho de estos temas, es posible que esté cansado. Fueron años de sembrar en el desierto, y por lo que queda, prefiero andar tranquilo vagando por la ciudad, sin pensar mucho en cosas importantes.
Me entretengo leyendo y observando con sigilo a las mujeres hermosas de Buenos Aires, más, ahora que se acerca la primavera. No suelo hablar con la gente ya que no me gusta oficiar de jubilado, solo lo hago si se trata de una anciana venerable y en buen estado de conservación y uso, y en todos los casos bajo una estricta condición: permito que se me hable de "un solo nieto, y de una sola enfermedad".
Mis confesiones, por así llamarlas las transcribo, y las transmito a ustedes de la mejor manera que puedo.
Muy poco podemos saber en esta relación sobre cada uno de nosotros, solo sé que es cierto el afecto y el amor que siento al hacerlo.
Es en el preciso momento en que me dispongo a escribir los siento presentes y me aferro al abrazo de despedida de cada último encuentro.
Andre, laplume.




Texto agregado el 10-09-2009, y leído por 240 visitantes. (0 votos)


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