(Para mi hija Catalina)

Era un cruento invierno, y la nieve, el frío y el hambre se posaban sobre una pequeña villa de un lejano reino. Allí, en el taller de un viejo zapatero, una ratita; menuda y juguetona, salía muy entrada la noche a buscar su alimento. Deambulaba por todos los rincones del desolado lugar, apenas alumbrada por los escasos destellos de la luna. Como no encontraba nada echado en el piso para comer subió al mesón de trabajo; caminó sigilosa entre el martillo, las prensas y las agujas; mas sin saberlo ni notarlo empujó, con su colita, el ovillo de hilo para coser del viejo zapatero. El ovillo rodó y rodó raudo en dirección al piso. Sin comida por esa noche, la pequeña ratita, se fue triste y silenciosa a su madriguera; pero, ¡Oh! ¡sorpresa! se alegró de encontrar una pelota de hilo en su camino: el mismo ovillo que ella misma había botado sin darse cuenta, sólo hacía un instante. Lo llevó contenta rodando a su casa para jugar, y olvidar con esa alegría sus penas.

Al día siguiente, el viejo zapatero compró a un tendero otro ovillo de hilo, con el que cosería los zapatos que aún debía terminar. Con las aguzadas lernas abrió pequeños agujeros sobre el duro cuero y las suelas. Martilló y martilló tac-tac-tac-tac; sin descanso, y cosió y cosió zip-zip hasta acabar con todo el hilo. Cuando hubo terminado el trabajo se durmió temprano, porque esa noche estaba muy cansado después de la agotadora jornada, no sin antes dar; de lo poco que tenía, algo de comer a sus queridos amigos: un perro motudo, que lo abrigaba cuando ni la chimenea surtía suficiente calor, y un gato vivaracho que lo rescataba de su soledad lengüeteando sus añosas manos, a la vez que entretenía con sus maullidos el adormilado y callado taller. Así descendió otra noche, tan fría como las anteriores, sólo acompañada por el arrurruz sigiloso de un grillo cantor. Vino entonces; sorpresivamente, un piquete de soldados del rey a golpear la puerta ya muy tarde. Tan-Tan-Tan—, sonó muy fuerte la puerta del taller, al tiempo que una gruesa y tosca voz rompía la apacible noche:
— ¡Zapatero! ¡Zapatero! … ¡El Rey necesita remendar sus botas de caza para mañana muy temprano!

Pero como a esa hora todas las tiendas de la villa estaban cerradas no tenía dónde comprar el hilo que necesitaba para coser.
«¿Qué haré? … ¡el Rey es severo y puede mandar encerrarme en la torre del castillo… sí no hago lo que manda!» —Pensó atribulado.

Sin demora el perro de la casa contó lo ocurrido al gato, el gato se lo comentó a un grillito y el grillito corrió donde la ratita a avisarle la mala noticia. La ratita, con pena y desfallecida por el hambre, rodó y rodó el ovillo de hilo hasta el pie del mesón de trabajo. El viejo zapatero no daba crédito a sus ojos, ahí en el piso junto a la menuda ratita, estaba la salvación para él. Así fue que, con la ayuda de la diminuta ratita; que podía pasar el hilo por los pequeños agujeros fácilmente, el viejo zapatero remendón terminó a tiempo el arreglo de las botas del Rey.
El Rey estuvo muy feliz con sus botas favoritas como nuevas y recompensó generosamente al viejo zapatero, quién a su vez compartió alegremente con la ratita y los otros animales el calor y el alimento de su hogar durante todo ese crudo invierno.

FIN

Moraleja: el que guarda siempre tiene.

"Que pase por un zapatito roto; pero remendado, para que alguien cuente otro"