Se quedaba sola en su cuarto, sonriéndole a las paredes y llorándole a la realidad. En esta vida había perdido, tenía todo pero no había logrado nada por si sola y esa era su pena. Solía decirse “Cuando esta pena me deje, cuando deje de sentir que todo está perdido, cuando logre mirar al frente y ver el surtido de oportunidades del que todos me hablan, solo entonces sonreiré de nuevo.”
Y la pena la cegaba, y la vida la mareaba. A veces, se levantaba animosa, optimista y bella, porque eso sí, era bella aunque ella no era capaz de reconocerlo al mirar su figura en el espejo. Y cuando se levantaba feliz el día se encargaba de mostrarle que no valía la pena disimilar, nació para ser triste, nació para llorar, es más, sus ojos estaban modelados en la tristeza, así nació, para perder, para llorar, para sufrir. Para que quien pasara por su lado se riera y le mostrara cuan feliz podían ser los demás, solo los demás.
Y así pasaban los días y pasaba por ciclos, a veces más, a veces menos triste pero seguía siempre sintiendo ese vacío en el pecho. En el fondo sabía que ese vacío era falta de amor, de ganar una sola batalla romántica, de que solo por una vez la diosa del amor le diera la mano y le permitiera soñar. Se engañaba y pasaba por periodos críticos en que andaba con hombres que no la querían pretendiendo llenar ese vacío pero no lo lograba, al contrario, todo empeoraba, se quedaba aun más vacía porque sostenía sola relaciones insostenibles, amaba sola, amaba por los dos... le era tan fácil entregar amor y tan difícil recibirlo.
Se fue marchitando y nadie la amaba, fue colapsando y refugiándose en la nada y un día cuando hasta su soledad la abandonaba solo abrió los brazos y se entregó a la vida, la maltratadora, la perversa vida que la odió desde que nació. Hizo un pacto con ella, un pacto en el que para variar solo ella perdía. Consistía en no llorar más, sin importar lo que la vida le mandara, ella no lloraría y no lloraría por una razón muy sencilla, no esperaría nada de la vida y por ende ésta no la desepcionaría... ahora sabía que la vida no le prometió nada bueno, no tenía esperanzas de ser feliz, no había ilusión... solo debía entregarse hasta que la perversa vida la dejara morir y recién ahí podría sonreir... |