Me siento algo cansada, diferente del cansancio de trasnochar o trabajar, es un cansancio del tipo “hastío”, que trae entre sus manos algún promotor de cambio,
ya no hubo viento que se lleve tu aroma, ni agua que limpie mi cuerpo de tus manos ni las huellas tuyas en mi piel; eres recuerdo, no sé si tan latente, al menos tengo la duda… en mi patio, tomando el sol, quedó tu maleta, estacionada.
Recuerdo que tiempo atrás me la trajiste de vuelta para nuevamente no hacerte cargo de tus dolorosos giros, ni deudas, ni cumplir con tus letras, simplemente te volviste a esfumar; ya no quiero tu regreso, me basta con tu fantasma, al cual ya no alimento, pero aún esquelético se pasea por mis habitaciones, incluso me acompaña cuando recorro la ciudad, pero ya está débil, pronto de la agonía pasará a la muerte, muerte espiritual,
hasta le había tomado algo de cariño, incluso logró ser más amable que tú, claro está, tu fantasma no podía hablar, ni tocarme hirientemente, ni despreciarme, ni abandonarme, pero le di algunas atribuciones y su compañía se hizo constante, mirándome primero desde la esquina de mi cuarto, luego por la cerradura, siempre presente, me acostumbré, pero ya se va, ya le queda poco,
ya viene el tiempo bueno en medio del invierno, en que hasta un día de sol me haría feliz…
Me preparo, por fin,
voy a regalar tu ropa y a mover de su lugar las cosas que quedaron en el cuarto que ocupabas, y no te ofendas por eso, pero a los muertos hay que enterrarlos, y este cuento llamado vida debe continuar…
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