“PAPADA”


El tipo desconocido se me quedó viendo fijamente. El sol tímido de noviembre no alcanzaba a calentar el ambiente y todos los que teníamos la mala fortuna de estar formados esperando los honores del lunes nos frotábamos las manos, temblando desacostumbrados a éstos fríos. El tiempo transcurrió lentamente y el maestro de civismo se aprestó a decir su acostumbrado “bueno si, bueno si” en el gangoso micrófono escolar. Súbitamente, el tipo extraño se acerco y gritó casi encima de mí; ¡PAPADA! ¿CÓMO ESTAS? ¡MALDITO PAPADA! ¿DÓNDE TE HAS METIDO?. Una mezcla de terror y vergüenza me hizo retroceder. ¿Quién era ese sujeto que se atrevía a llamarme así?. Instintivamente recogí mi mochila y corrí hacia la salida. Seguramente éste enfermo era nuevo en la escuela y sin el más mínimo respeto me insultaba de esa manera. Seguro que es nuevo en la escuela por el uniforme nuevo que mal porta. ¡Que atrevimiento y ofensa!.
En plena confusión tome el autobús colectivo que en esos momentos venía repleto de obreros y amas de casa. Como siempre, no había asiento y yo por eso detestaba subirme a la lata de sardinas con olor a cebolla. Para variar paró en cada esquina y los empujones de los de adelante nos apretujaban sin dejarnos casi respirar. Al fin apareció; mi calle al fondo de la avenida. Toqué el timbre ansioso por llegar a mi casa. me lavé la cara y los brazos que a pesar del frío estaban pegajosos de un sudor extraño que era más de coraje y de nervios. Al mirarme en el espejo noté ésa masa extraña de grasa bajo mi barbilla. ¿Será cierto lo que dijo ese tarado? ¿Yo, papada?. Que extraño. No se da uno cuenta y todos los días se ve en el espejo. ¡Que trauma! Y éste todavía me bautiza. Ahora seré para toda la escuela; ¡LA PAPADA!. ¡NO! Esto no puede ser. Esto tiene que saberlo papi. ¡Él lo resolverá!.

Soy lo último. No me pelan. Primero; el trabajo y los compromisos: “Si, luego hablamos”. “No te fijes”. “Mañana lo vemos”.”No dramatices”. Pedirle a mi madre un poco de atención; cero. Primero; el voluntariado y las obras de caridad, los patronatos y los desfiles de moda. ¿Y Yo? Seré; “EL PAPADA”. Por falta de interés de unos padres a los que les importa un comino lo que le pase a su hijo.

Regado mi cuarto de fotos antiquísimas, alcancé a comprender lo profundo de mi tragedia. En unas fotografías en blanco y negro, mis padres aparecen disfrazados de actores de la obra “VASELINA” bailan rock & roll antiguo y a pesar de ser muy jóvenes y delgados lucen orgullosamente, si, sin ningún recato; grandes y generosas PAPADAS. ¿Quién puede contra la genética? ¡Malditos cromosomas! ¿Por qué no me dieron mejor otro tono de piel? no este color verde lagartija que contrasta con el brillo de; ahora sí; mi brillante y gran papada ¡Imposible pensar en una cirugía plástica!. Mi padre jamás lo aprobaría. Siempre quejándose de las colegiaturas y del costo de la vida. ¡Como si uno tuviera la culpa! Pero, ni pensar en fiestas o en ir a la Disco. Primero hay que parar esto. Solución: ¡Ya esta! Les exigiré que vayan al colegio y llamen a éste zelembo a la dirección. No puedo permitir que me llame así y después se riegue en todo el colegio. Aun no empiezo mi vida y éste zafio me la destruye con un apodo. ¡No hay justicia!

Nunca pensé en la repercusión de esto, que si bien es ofensivo, lo es mas para mi que soy quien carga ésta vergüenza. Mis padres no se miden. Los gritos e improperios que se dedican no arreglan en nada mi maltrecho amor propio.
Ahora ¡se culpan mutuamente! Ya sacaron fotos antediluvianas de mis abuelos y bisabuelos que, barbones, no dejan ver de donde viene la abundancia de ésta adiposidad familiar. ¡Como si importara!. ¿Quién tiene la bronca? ¡Yo!

Lunes, nuevamente. Obligado después de una semana de no salir de mi casa a base de ejercicios de mandíbula, golpecitos con el dorso de la mano, fomentos fríos y calientes con agua de eucalipto, sólo he logrado enrojecerla y hacerla, eso sí, más prominente.

Aquí estoy de nuevo en la escuela. Sólo de pensar en que éste bruto me gritará de un lado a otro mi apodo, me petrifico.

Mis padres, tíos, primos y abuelos esperan a que termine el homenaje semanal para que juntos, vayamos a la dirección a poner una queja. ¿Queja?, ¡Denuncia! No necesitamos una llamada de atención para este manganzón, sino una sentencia, expulsión, desaparición total. Mi familia a punto del rompimiento por culpa de este infame.

¡No! ¡Ahí se acerca!. ¡Dios, que no venga acá! Ya me vio, no le importa cruzarse en medio del patio. Tipejo infeliz. No le permitiré. Cierro los ojos. No lo puedo soportar. Mi papada, mi grande y voluminosa papada, tiembla como una gelatina recién hecha. Espero lo peor.
¡PAPADA! Grita. ¡PAPADA, NO TE HAGAS!. Lo siento casi encima de mí. ¡SUPER PAPADA!. Pasa a mi lado y abraza al de atrás, que, gordo como un tonel, lo recibe con grandes risotadas y le dice ¡grillo! ¡Que bueno que ya estás en ésta escuela, primo!

Un remolino agita mi cabeza y me lanza de cara contra el césped. Antes de desmayarme veo la cara agria de mis familiares. No me importa. Al fin y al cabo, ya no seré ¡EL PAPADA¡