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AL FILO DE LA VALENTÍA

A las seis de la tarde, en ese puesto de observación en la ladera noreste del monte Destartalado (Tumbledown, para los kelpers), la oscuridad presentaba un dominio absoluto de varios kilómetros a la redonda, tanto que parecía que eran las once o doce de la noche.
El frío, como siempre omnipresente para cada ser que allí habitaba, estaba apretando con más dureza de la habitual en ese junio invernal, por lo que el pellejo encallecido de estar allí expuestos a las inclemencias de los elementos humanos, no les alcanzaba a cada uno de los soldados, que no cesaban de tiritaban de hambre, además de soledad y con la cuota habitual de temor, todos ellos zambullidos en distintos pozos de zorro y con el alma puesta en cada oración elevada a Dios, con la esperanza de que no los abandonase ante tanta incertidumbre a la hora de la inminente batalla.
Los ingleses amagaban con llegar de un instante al otro. El duelo de artillería que en un principio semejaba un lejano martillar contra yunques, cuando la ofensiva británica había desembarcado, ahora repercutía como si el siguiente impacto de obús fuese a dar de lleno sobre las posiciones de defensa.
El correntino Alcídes había adoptado el hábito de afilar continuamente su facón, aun cuando el filo de éste ya era capaz de cortar un pensamiento si se lo proponía. Tenía toda una fijación con su arma blanca, al punto de cuidarla más que a su fusil de asalto.
- El cuchillo es para machos bien machos –decía- en mis pagos es hombre el que demuestra habilidad con ésto –revoleaba el cuchillo como una centella de plata llameante- y no con otras armas que matan a distancia... ¡es fácil matar a distancia con un balazo!, ¡quiero verte si los ingleses te caen encima y no te dan tiempo a cargar y disparar!.
- Varón, ¡eso era en el siglo pasado!, ¡has nacido cien años tarde!, deberías haber luchado en la campaña del desierto –le respondió el "gordo" Funes, aunque de su condición original sólo le quedaba el apodo, por que grasa, ¡ni en el fusil tenía!.
- No importa, gordo, si llegan los ingleses y les llego a ver la cara de cerca, ¡los voy a correr a cuchillazos!.
El gordo sonrió mientras exhalaba vapor helado entre los labios. El frío de la noche que estaba arribando ya era terrible a esa hora.
En tales condiciones de espera, cada segundo era terrible por que no transcurría nunca, siendo que los otros factores se hacían sentir con mayor peso: la falta de alimentación, de ropa adecuada, de equipos idóneos, de armas modernas... tener que recurrir a la visión disminuida por el agotamiento tras dos meses en ese infierno de turba y agua helada en algunos casos que llegaban hasta las rodillas, hacía que cada centinela descubriese fantasmas cada tres por cuatro en el horizonte desfigurado por las tinieblas de la guerra, no llegando a disparar por tener los dedos agarrotados de tan congelados que tenían hasta el alma.
Esa noche fue distinta en muchos sentidos, primero, por que la parca elegiría a quiénes llevarse gracias al capricho humano por el gusto de matar y después por que la razón y la lógica darían paso a las tinieblas de la locura demencial que significaba una batalla.
Los fuegos artificiales presentaron un panorama distinto con toques propios de aquelarre y de total desprecio por la vida.
Con cada estallido vomitado de las entrañas heridas de la tierra, se iluminaba con luz macilenta y macabra un escenario caótico en el que figuras similares a marionetas se desplazaban desde todos los puntos de ataque posibles en un intento para ganar metros en el peligroso camino en dirección a Puerto Argentino para echar a las tropas argentinas del suelo malvinense.
Primero, Los soldados apostados en las trincheras comenzaron a responder al fuego enemigo a manera de catarsis, disparando a cualquier parte en un intento tibio por sacarse el terror de encima y luego a gritar como marranos como respuesta a la creciente tensión de saberse en medio de una batalla.
El gordo Funes cerró los ojos y vació tres cargadores sucesivamente, no importándole a qué o a quién le apuntaba, como hacía la mayoría de los soldados en situación defensiva.
Alcídes hacía lo mismo pero con la diferencia de mirar sus objetivos como un mastín buscando el cogote desnudo de su rival. Lo que pareció una eternidad en cuanto a combate desplegado, terminó luego de minutos de fragor intenso, despiadado y cruel. Tanto Funes como el correntino se miraron tratando de entender lo que ocurría cuando cinco siluetas se recortaron a pocos metros de ellos.
El gordo apuntó con más temblor que nunca en su cuerpo y un único "CLICK" sonó como toda detonación. Si tenía el espíritu helado como los pies hundidos en el barro, más le quedó todavía al saberse indefenso una vez que sintió el vacío de proyectiles en su fusil. El loco de Alcides, en lugar de dispararles a quemarropa, tiró su FAL aún caliente por las sucesivas descargas, tomó su amado cuchillo y salió del pozo de zorro a los alaridos desafiando a los soldados enemigos que se acercaban.
El gordo Funes, testigo privilegiado de tamaño valor, no pudo menos que admirar a su loco compañero de trinchera, mas no entendía el delirio por hacerse matar como si fuese el último recurso inevitable.
Uno de los ingleses, aceptando el reto, dejó su equipo en el suelo, empuñó su bayoneta con destreza e inició el baile de muerte que le proponía el argentino. Un par de estocadas después, el soldado de la reina yacía ensartado por el bravo correntino. En lugar de rematarlo de un tiro para no correr más riesgos, otro inglés reemplazó al caído en las mismas condiciones y la lucha a puro filo se reinició. El resultado fue idéntico. Funes no cabía de su asombro al ver tanto despliegue de valentía por parte de Alcides. Un tercer británico saltó al ruedo decidido a terminar con el envalentonado argentino, pero la porfía y la habilidad del criollo parecían darle ventajas sobre sus oponentes y otro más acompañó a sus predecesores a visitar el averno.
Los dos que quedaban no alcanzaron a moverse de sus posiciones cuando aparecieron más ingleses emergiendo de la oscuridad y allí se acabó todo...
Ante una decena o más de soldados enemigos, el correntino esgrimió una serie de fintas y puntadas, haciéndose el Bruce Lee, más como bravuconada que como otra cosa y quedó aguardando lo peor...
En perfecto castellano, dos de los recién llegados le pidieron al conscripto que depusiera el arma y se arrodillara. Alcides obedeció y quedó listo para que lo fusilaran sin miramientos.
En lugar de eso, uno de los que oficiaban de traductor se acercó al muchacho y con una mano en el hombro, le dijo con admiración:
- La guerra ha terminado para ti, muchacho...
El gordo Funes salió de su posición y se puso a la par del bravío cuchillero. Miró a los caídos y pese a la oscuridad reinante, notó que eran los temidos gurkhas de los que tanto se comentaba... ¡Alcides había despachado a tres!.
Los otros eran ingleses del batallón de paracaidistas y por la expresión de los rostros, habían quedado impresionados por el heroísmo esgrimido por su compañero, tanto o más que él.
En lugar de tomar represalias o castigar tanto valor, los enemigos habían apreciado tal virtud y lo palmeaban como si se hubiese tratado de uno de ellos.
Detalles que no se destacaban en las guerras modernas: la valentía y la admiración.-

Texto agregado el 08-09-2009, y leído por 156 visitantes. (0 votos)


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