Un ambiente seguro antes de dormir. Puertas cerradas, cuartos luminosos, en los olores se puede refugiar; de la lluvia, sol, calor o frío, porque la noche avanza con tierna determinación hacia el ocaso (de las bestias). Es fácil que en cualquier punto pierda la estructura y se desparrame, como un vaso desbordando su sangre toda aguada.
Le falta firmeza, disciplina, valor, rectitud. Valores. Le falta bravura, fortaleza, certeza, holgura. Pierde la fe con facilidad y se espanta de su propio escepticismo: allí va él, como bola de nieve hacia la nada (decirlo es un mecanismo de defensa, elaborado desde una estructura afectiva improvisada sobre la marcha).
Lo que le sobra no le sirve. Preferiría estar realmente cayendo, y no ser testigo de la decadencia aquí mismo, ahora mismo. Desearía encontrar la coyuntura necesaria, el eje para el equilibrio; buena soga para el yugo, y buenas vacas que lo lleven. Que el camino tuviera menos hoyos y que la carreta tenga ruedas de hule.
Desea mucho más que eso, pero ya es tarde para elaborar una lista. Es hora de irse, a cualquier parte; y tener confianza de que aquel sitio esté limpio y bien iluminado; que tenga mucho polvo y aromas que le recuerden la felicidad; que se vea el sol más grande en las tardes, y el crepúsculo dure más, dure siempre.
Ojalá también tenga arena. Arena blanca o terrones -no importa el agua-. Para poder restregar las manos y sentir la tierra y sus grietas; las rendijas negras calentadas por la luz; la textura dura en donde cruzar los dedos. Y de allí murmurar rezos que calmen los animales.