Déjame quemarme en la cruz de tu piel. Déjame castigar la dulzura de tu dermis candente. Déjame caerme en el pozo de tu dolor sacrificado. Déjame que te sujete con mis candorosas manos. Déjame atarte al mástil más alto. Sé la vela henchida del sutil soplo de mis labios. Déjame inventarte, para que existas más allá del deseo más allá del vientre, de la carne, más allá del mundo.
Texto agregado el 06-09-2009, y leído por 128 visitantes. (2 votos)