HUESOS BLANCOS, ALMAS NEGRAS
- Acá, muchachos... ésta me parece la más indicada... –dijo Guzmán a sus laderos.
Muñóz y Alvarez sacaron las telarañas del contorno de la tapa de cemento del nicho pasando una escoba y con un pico la forzaron en un abrir y cerrar de ojos. Ya estaban duchos en el arte de abrir viejas tumbas. Sacaron el cajón entre dos y los cinco se encontraban listos para operar.
- A ver, Ramírez, abrí el ataúd. Difícil que hallemos algo de valor pero uno nunca sabe...
El soldador hizo con pericia su labor y en minutos el cofre mortuorio ofrecía su contenido a los modernos salteadores de tumbas.
- Lista de solicitudes... a ver, Ivana, la estudiante de odontología... precisa un cráneo con todas las muelas... mmm, va a tener que esperar esta mina... ¡el loco éste casi no tiene dientes!.
- Ni dientes, ni anillos, ¡ni corbata!, un seco total este muerto... –comentó Vizcarra, el encargado del mantenimiento de la parquización en el cementerio, tras una revisión minuciosa.
- A ver, este otro... Jaime, el de la Facultad de Medicina; quiere un fémur, un peroné y una rótula.
Vizcarra quitó del esqueleto lo que le solicitaba su jefe y cuidadosamente embaló los huesos en bolsas Indicando contenido y destinatario.
- Ché, Alvarez, llevále el cráneo al negro Oliva. Decíle que lo prepare bien y que lo pinte bien, si es necesario, pero que lo quiero presentable para este viernes.
- Pero, Guzmán, ¿para quién será que lo prepara?, me lo va a preguntar.
- Es para una joda que quiero hacerle a Rivero que se casa el sábado.
Los cinco rompieron a reír en medio del sepulcral silencio del recinto. A Guzmán le gustaba reír así porque mostraba con orgullo un par de dientes de oro y prosiguieron buscando más material para vender a los estudiantes.
- Hay que conseguir clavículas para la doctora Heredia. Quiere hacer un perchero o algo así. Huesos de la cadera para Hernán, el coso que hace prótesis, ¡cuánto laburito, ché!.
Tras revolver los huesos del ataúd, Guzmán tomó una determinación.
- Vamos a tener que abrir el panteón del ala oeste, junto a la plazoleta...
Toda actividad cesó entre los cuatro al oír la proposición.
- ¿Estás seguro?, nunca nos metimos en los panteones, jefe... es distinto entrar y sacar cosas de los nichos que de los panteones...
- Algún día teníamos que empezar... ese lugar hace treinta años que no se abre y nadie vino jamás a verlo... ¡quién nos dice que nos encontremos con algo suculento!.
- Va a haber que cortar unas cadenas muy gruesas –dijo Ramírez ante la propuesta.
- ¡Para eso trabajamos en este lugar!, así que a buscar herramientas acordes y a ponerse las pilas que tenemos muchos encargos por cumplir.
Algo reticentes al principio, pero codiciosos después, los cuatro seguidores de Guzmán siguieron
al mandamás para ver qué obtenían de esa rapiña.
Ya en el lugar, Guzmán se sentó en el suelo apoyado contra un pino y le indicó a Ramírez que se encargara de la cerradura y los candados.
- Hago una siestita y me avisan cuando estemos listos para entrar. –tenía la facilidad de cerrar los ojos y dormirse en el acto.
Despertó sobresaltado, con la impresión de haber dormido un mes entero y todo dolorido por la postura adoptada contra el tronco del árbol.
Recordó que había sentido como que lo tocaba una mano peluda en la nuca y que la misma le buscaba los oídos para entrar a la cabeza. El mal sueño le dio jaqueca y bronca terrible por lo que sus compañeros no lo hubiesen despertado a su debido tiempo.
"¿Dónde estaban estos inútiles que me habían dejado tirado como un trapo?".
Ninguno estaba en las cercanías y esto lo enfureció aún más.
"¡Los voy a hacer despedir a los cuatro si es una broma!".
En eso se le ocurrió pensar que tal vez alguna autoridad municipal había llegado de sorpresa y que estarían tapando de alguna manera el negociado que tenían allí para que no se descubriese nada.
"Si es así, los perdono, pero... ¿por qué no me despertaron?" se preguntó sin dejar de masticar furia.
Las penumbras ya se iban enseñoreando del lugar y si había algo en lo que creían todos los que trabajaban allí, era que la peor hora era ESA precisamente, por que en la oscuridad, todos los gatos eran pardos, en cambio, en ese instante las sombras que se desplazaban parecían cobrar vida propia y se metían por todos los recovecos, dando la impresión de que la muerte despertaba en búsqueda de más muerte...
Guzmán se incorporó pesadamente. El cuerpo no le respondía. Era como si tuviese un excedente de cincuenta kilogramos que lo hacían tambalear de un lado para el otro. Vio la puerta abierta del panteón que él había elegido para saquear y se enojó aún más.
"¡Estos tipos encontraron algo de valor y se fueron para no compartirlo conmigo!". El primer impulso que sintió fue salir a la carrera para buscarlos, pero sintió algo que se desplazaba dentro del sórdido panteón.
"Están jugando conmigo... ¡qué se creen!" se metió con sigilo en el oscuro ambiente y casi tropezó de inmediato con algo desparramado en el suelo. Tanteó para saber de qué se trataba y el líquido espeso
lo enchastró hasta el codo. Sangre... iba a gritar con pavor cuando patinó hacia adentro y la puerta se le cerró con un lúgubre chasquido de huesos quebrados. Temblando como una hoja al viento, buscó el encendedor para salir de esa oscuridad abyecta en la que había caído. Cuando pudo hacer flamear la llama en el interior del panteón, percibió con espanto que sus cuatro laderos estaban con él.
Todos trozados prolijamente y amontonados debajo del cajón abierto. La fantasmal visión que surgió de repente le heló hasta el último hálito de vida y el encendedor cayó sobre el impresionante charco conformado por carne molida, restos triturados de huesos y sangre por doquier.
Ivana estaba desesperada por que iba a dar la tesis de odontología para recibirse y no había conseguido el cráneo con todos los molares. ¡Bah!, su contacto en el cementerio nunca la llamó para que fuera a buscar el pedido y por más que llamaba para ubicarlo, el personal del cementerio que la atendía, le respondía lo mismo:
- Guzmán no ha venido hoy... no sabemos por qué, pero está faltando desde hace un par de días...
Sonó el timbre en su apartamento y se preguntó quién podría ser. Era el portero.
- Señorita Ivana, han dejado un paquete para usted. De parte de un tal Guzmán...
El alma le volvió al cuerpo a la futura dentista. ¡Le habían conseguido el cráneo!.
Bajó en el acto para buscarlo y en complicidad con don Hernández, el portero, abrió la caja.
Contempló gustosa el lustroso cráneo y se alegró tanto que casi besa al viejo portero, mas al notar los dientes de oro algo le dijo en su interior que todo no estaba tan bien como parecía...-
|