Después de veinticinco años volví a verla en una foto publicada en la página de ex- alumnos. Hay recuerdos que, como los vinos, quedan estacionados en algún rincón oscuro por un largo tiempo y al destaparse generan una catarata de sensaciones que por lo general tienen un raro encanto agridulce.
Así me sentí esa noche al ver la foto que, amarillenta por el paso del tiempo congelaba ese instante de adolescencia. Una chica de catorce años que sostenía la sonrisa ante una kodak fiesta que veinticinco años después la llevaría (internet mediante) hasta el escritorio de un tipo de 41 que estuvo completamente enamorado de ella cuando tenía su misma edad.
Lo cierto es que no puedo mirarla con ojos adultos, tampoco quisiera saber algo sobre su vida actual, tan solo quiero viajar en el tiempo y recordarla, hacer que surja el chico que está contenido en el adulto, un estudiante que en esos años ochenta se limitó a mirarla desde lejos y a soñarla en silencio, sobre todo después de aquella vez en la que intentó acercarse y ella lo congeló con una mirada indiferente, tan fría que no le dio lugar a intentar nada mas que eso seguir soñando.
Será por eso que años después la vida me puso detrás de una cámara. Para seguir observando y estar protegido de las miradas que duelen.
Lejos quedó la tristeza por el desengaño, al verla en esa foto me invade una ternura infinita y acaso el deseo de que alguna vez esta nota viaje en el tiempo hasta su vida como su foto viajó a la mía, eso si: Si esto llegará a ocurrir te pido por favor regalame una sonrisa.