LA VERDAD
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La Verdad llamó a las puertas de su casa en la plenitud del verano. Las persianas estaban entornadas, un sol creciente arrojaba fuego sobre los caminos. EL Caminante pidió un vaso de agua.
——Está tibia— le contestó Ella —No ha quedado un solo jarro fresco
——Me basta, llegando de tus manos.
En el exterior de la casa, dos niños jugaban con globos de colores, la sed de los hombres les era desconocida. Adentro el visitante recorrió las habitaciones percibiendo una espesa penumbra que cubría todo el interior. Afuera las palomas aleteaban entre árboles frutales y los niños las alimentan colocándole migajas en el pico.
——Faltan luces— dijo el Caminante
——Aquí se encuentran— respondióle Ella
Y oprimió enseguida el botón de las luces de mercurio, haciendo que una luminosidad homogénea y opaca cubriera sus caras.
——No son suficientes.
——No tengo otras, Caminante.
El la miró. Una visión pálida y poco iluminada, devolvíanle las facciones de la joven.
——Bella, óyeme... Afuera el rayo solar deslumbra la visión de los caminantes. Sus luces refulgen entre sus rostros y grandes sombras proyectánse sobre sus pasos. La sierra resplandece de hermosura… ¿Por qué te encierras aquí adentro, rodeada de paisajes?
——Sólo conozco las luces del interior de mi casa. No tengo otras, Caminante— argumentó ella
El abrió la puerta. Allí el horizonte mostraba los pigmentos del verano. La serranía perdíase hacia el infinito con su línea serpentina y violada, hasta reunirse entre burbujas de nubes. Los árboles mecían sus copas y las ramas inclinaban sus frutos a los viandantes.
——¡Acércate!— le dijo él —Mañana no divisarás este escenario, pues el otoño habrá llegado anunciando el reposo para la naturaleza ¿Te asomaste a verla alguna vez? Pocos la resisten. Yo caminaba bajo su techo agobiado por este resplandor, mi soledad era completa. Dos manos solas no permiten recoger la energía de los rayos que cubren la mañana. Ahora estamos frente al último día.
——¿Y qué llega detrás de él?— preguntó Ella ubicándose a su lado bajo el marco de la puerta
——Viene la estación de las siembras.
——Yo la veré.
——No lo creo, Bella. Las habitaciones cerradas de tu casa no te permitirán contemplar la labor de esos hombres, que respiran el aire natural de la sierra.
——Tengo una numerosa familia. Siempre me rodea.
——Allí está … Tu soledad acompañada
——Ya se acerca la noche. Mis luces de mercurio no emanan calor— comentó la joven
El descendió hasta la vereda por una escalera de piedra que separaba la casa del camino. Ella lo miraba alejarse entristecida, el Caminante volvió la cabeza y la divisó totalmente sola.
——Mi costado está huérfano— reconoció El —Falta la presencia de la mujer... Te lo ofrezco.
Y entonces Ella de un solo impulso bajó la escalerilla colocándose a su lado. Juntos se encaminaron hacia la calle. Los niños que estaban apoyados sobre los vidrios de la ventana, espiando curiosos en el interior penumbroso de esa casa, miránbanlos alejarse con sorpresa. Los globos de colores cayeron de sus manos deslizándose entre las plantas. Una caricia de la noche esparció los colores.
El nuevo amanecer los sorprendió muy lejos, tomados de la mano. Sobre ese paisaje el viento se llevaba las ramas doradas del otoño, residuos gastados que se volatizarían con el aire. El tronco del árbol añoso despojóse de la corteza y Ella la recogió en una mano queriendo exprimirla como un recuerdo, pero fue desmenuzándose entre sus dedos, dejándole la palma muy blanca y limpia. Luego apoyó su cabeza contra el pecho del Caminante y los rayos del sol entibiaron levemente sus facciones. Los surcos del camino abríanse ofreciendo el seno interior de la tierra, donde las lombrices prometieron abundancia.
El Caminante retuvo su mano respondiendo a la ternura sin palabras. De pronto, una multitud de figuras cargadas de múltiples brazos, llegó hasta ellos en mitad del camino. La soledad danzaba ese entorno, como su manto de sombra y cansancio. Una de ellas los miró largamente. Silenciosa.
——No puedes alejarte, Bella, nos perteneces ¿Quién habitará esta morada si así partes? … de improviso.
En la lejanía, la nube del invierno avanzaba cubriendo la calle empedrada junto al camino. El frío acercábase llevando en su mano una aguja. Los colores diseminados por el suelo tomaron vida y se elevaron, como mariposas de la obscuridad, formando una ronda alrededor de su cintura. Ella dejó de improviso la mano viril del Caminante, que conducíala en busca de un nuevo amanecer, para recoger aquellas luces nocturnas.
El Caminante la observó, sorprendido, mientras Ella se alejaba ausente a todo llamado, distante a toda emoción. Alzó en su puño una parte de la arena que había apartado de los surcos y marcó el nombre de la mujer sobre el tronco desnudo del primer árbol. Pero la joven estaba muy lejos. La envolvieron numerosas manos y no regresaría, junto a él, para buscar el sol prometido. Fue allí que El le dijo :
——Yo llegaré cuando despunte la Aurora, y habrás de reconocerme porque traeré prendido el color azul brillante conque se distingue al día… ¡Hasta entonces no me llames nunca!
El hielo se extendió por el sendero. El Caminante quedó en imagen, sobre el recuerdo.
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Alejandra Correas Vázquez
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