Mire usted, esas venas que laten apenas, cuales ínfimos riachuelos perdiéndose a la deriva, delatan a un espíritu que perdió su norte. La prescripción anterior fue errada, lo sacaron de sus tinieblas, de sus muros ateridos, le quitaron sus sueños y lo trasladaron a presuntas luces. Ese fue el primer paso hacia su deterioro. Primero, porque en esas sombras el guardaba su primavera, un sueño, una ilusión, pero primavera al fin. Le sacaron de sus muros, lo despojaron de sus espectros, ahora es un pajarillo al cual le han ocultado su nido.
Mire su tez, empalidece cada vez más. Este enfermo se está muriendo de inanición. Se le procuran sus comidas a las horas establecidas, se le entregan sus medicamentos, se le ordena levantarse, acostarse y sentarse, todo ello para que recupere sus fuerzas. Pero, faltan las vitaminas necesarias: una caricia, una voz tierna, un abrazo. Sin eso en su prescripción, el continuará pensando que las sombras aquellas en las cuales se cobijaba, eran infinitamente mejores que estas miradas hoscas que parecen desnudarlo y agredirlo.
Mire su boca espantosamente abierta, como si lanzara un grito al cual le han robado su desgarradora nota. Contemple sus ojos entreabiertos. Este hombre está muerto, eso está claro, ha fallecido desde el mismo momento en que fue rescatado para este mundo. Ahora gime, solloza y por ello recibe reprimendas. A cada reto, una nueva tabla se agrega a ese catafalco que se le construye minuciosamente. Como doctor, desvirtúo mi finalidad al auscultar a un corazón que sólo bombea amargura.
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El paciente ha muerto, pero su espíritu ha acudido presuroso a sus sombras que por tantos años le cobijaron, fue entonces un muerto en vida, pero un muerto que respiraba y soñaba. Ahora, en esta jaula dorada, era sólo un cadáver plañidero. Y ya desatadas las amarras que lo unían a este continente de sufrimientos, recibe las cartas y el pasaporte que lo inviste como una reglamentaria alma en pena. Y ha regresado a sus ruinas, de donde nunca debió salir. De donde nunca más lo sacarán…
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