El silencio de la mirada infante, adolece siempre de lo mismo, la falta de
piedad como testigo. Algunos crecemos y nos vamos dulcificando o entregando
a los quehaceres que pacifican nuestra mente que aquieta y no pregunta con
la edad.
Otros sólo seguimos ateridos al silencio interrogante. En cada una
de mis creaciones aparece la nada sin cautela del que adolece. El experto
que entiende más de ocres dañados por el tiempo, de
pinceladas lanzadas sin la magia de un encuentro, detrás de los
óleos, se refugia para opinar. Nadie sabe que lo creado engulle al
creador. Nadie sabe que sus traumas son la llave del arcón guardado
en el fondo del río Sambre, en sus frías aguas. Nadie sabe,
pero todos ocultan el acto de restarse el aliento a duelo con la vida. Los
dueños de la crítica osan aparentar que conocen hasta las
áreas más ocultas del artista, desconocida para él
mismo, su hipocampo dañado, una vez más el dolor aterido.
El mundo informa que vi a mi madre flotando en el gélido curso
fluvial. No es así, pero la idea me persigue todos estos años
como pienso sucede con las balas sin alas a los infantes que nacieron de
una guerra civil. Los ecos de las ausencias son las moscas que revolotean y
atrapan la esencia de entes y objetos que coexistimos en el delirio de la
vida. La moviola siempre decide parar la imagen en ese llanto, que no
existió, que me arrebató el silencio interrogante y nadie, ni
mi padre ya hastiado supo acallar su dolor. Entre telas multicolores y
acericos fue mi padre quien me abrazó sin cariño, tan
gélido como el Sambre aquella noche. Una obsoleta gabarra y su
único ocupante fueron los testigos directos del vislumbre.
Avanzó el barquero con gran habilidad, a pesar del flete repleto de
minerales para verificar lo que no le sorprendió. Una camisa blanca
flotaba sin pirueta alguna, se intuía un cuerpo inanimado debajo,
calmo. La intención de aquel ser llegó a su objetivo.
Descansó por fin Regina, pero a los demás nos persigue el
fantasma del silencio interrogante.
En alguna ocasión opté por apartar el realismo mágico
de mis obras y obviar el origen de Les Amants. Otros también lo
hicieron por mí, aludiendo a los rostros ocultos por un sudario
compartido. Un beso íntimo que transpira el raso en el envés
de una vida que pudo ser. Algunos decidieron que las dos versiones del
cuadro aluden a un autorretrato con mi amante, a espaldas de Georgette. Yo
mismo di crédito a tales incongruencias, para no sufrir más
el silencio interrogante.
Entre mi mano y el lienzo, la capilaridad de la esponja atrae el
misterio.Y ahora me retiro, por cierto, no coloque mis reflexiones en
cualquier foro. Saludos al resto de los cuenteros.
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