Hojeando unas viejas revistas del Pasado, un epicúreo del Futuro leyó sobre el boom de la Gastronomía Peruana en el siglo XXI. Le llamó particularmente la atención cierta delicia peruana llamada Anticucho (trocitos de corazón de vaca ensartados en un palito de carrizo, sazonados con chicha, pimienta y otras especias, asados en una parrilla al carbón y servidos con un trocito de camote, otro de choclo, y cubiertos de abundante rocoto). Aburrido de la sana comida del Futuro, que además es un poco insípida, y ante la imposibilidad de preparar el platillo por falta de insumos (porque la Ingeniería Genética ha conseguido producir vacas de dos corazones y ranas con media docena patas traseras, pero ha desdeñado clonar el camote y el choclito), se subió a su máquina del tiempo y se fue al Perú del siglo XXI, para matar el gusanito.
¡Horror! Al llegar a su destino, encontró que los anticuchos se preparaban y vendían en las esquinas, en poco saludables condiciones de higiene; lo que no impedía que muchos comensales hicieran cola esperando su anticucho calentito, mientras otros, más afortunados, disfrutaban ya del potaje, ayudándose —¡qué peruanos primitivos!— con las manos y resoplando por lo picante del rocoto.
Pero el olorcito de los anticuchos consiguió vencer los remilgos del viajero, que se dirigió al mejor restaurante de la ciudad, considerando que las condiciones de higiene y salubridad de tan lujoso establecimiento no estarían tan distantes de las de sus homólogos del Futuro. Y una vez sentado en el elegante salón, ordenó al mesero un par de anticuchos y cierta botella de vino tinto.
Mucho arrugó la nariz el chef ante un pedido tan indigno de su renombrado talento, pero consideró al comensal un extranjero distinguido, un poco extravagante pero sin duda un gran conocedor, como lo demostraba el vino y la cosecha que pidió (lo que en realidad no era cosa de asombro, pues en el Futuro basta con mandar a la empleada a tal sitio y tal año para conseguir cualquier vino, recién acabadito de embotellar). Por esa razón, tuvo la deferencia —el chef— de acercarse personalmente al viajero para decirle que en seguida prepararía su orden de anticuchos, permitiéndose —el chef— sugerir como plato de fondo la especialidad de la casa, por la que había sido reconocido —el chef— con un lacito azul, mire. Y haciendo una reverencia, regresó —el chef— a la cocina.
Una vez fuera de la vista del viajero, el chef llamó a uno de los mozos, le dio unas monedas y lo empujó a la calle diciéndole:
—¡Corre a la esquina y cómprate un par de anticuchos!
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