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…. Y la soledad pasó a ser una vieja amiga que hacia tiempo no lo visitaba. Por dos semanas volvía a vivir solo como antes pero con quince años mas – Que no es lo mismo – Pensó mientras regresaba a su casa del trabajo. Antes que nada telefoneó a las chicas, la primera en hablar fue Clarita que estaba feliz disfrutando a pleno la estadía en casa de sus abuelos y después llegó el turno de Mariana que continuaba tan distante como antes del viaje, respondiendo lacónicamente a cada pregunta de Claudio que en vano intentaba dilatar una conversación que estaba muerta desde el comienzo. Cuando cortó subió al máximo la temperatura de la calefacción, calentó unas empanadas congeladas que tenía en el frízer y se recostó en su cama para ver el noticiero de las veinte que terminó en un zapping desenfrenado hasta que se detuvo en un programa sobre motos clásicas que le llamó la atención, no tanto por las motos sino mas bien por el lugar donde se estaba realizando. El informe mostraba a un grupo de motoqueros que presentaban sus reliquias de dos ruedas en una tranquila localidad de la costa atlántica conocida como “EL Paraje”. Una idea surgió entonces en su cabeza, sugerida por aquel bucólico paisaje de pinos y médanos de la costa atlántica. Buscó mas información sobre “El Paraje” en internet, y las imágenes halladas lo subyugaron a tal punto que al otro día llevó el auto al mecánico para que lo revisara. En la empresa donde trabajaba avisó que se tomaría unos días que le adeudaban de sus vacaciones de verano y al finalizar la jornada pasó por una librería, “País de nieve” fue el título que eligió como compañero para el solitario viaje que pensaba realizar. De nuevo en su departamento no tuvo más que preparar un bolso con unas pocas pertenencias y chequear cual era la ruta más conveniente para viajar desde la capital.
Por primera vez en quince años programaba algo sin la compañía de Mariana y estaba ansioso, todavía no se hallaba cómodo con su nueva situación, se sentía como un niño que no sabía que hacer con su libertad, con la posibilidad, durante esas dos semanas, de ir a donde quisiera sin tener que consultar a nadie. Su último día de trabajo antes de la partida (era miércoles y se tomaría la licencia jueves y viernes) lo pasó mirando el reloj, algunos compañeros de trabajo le preguntaron por que razón viajaba solo hasta un lugar desolado en pleno invierno y no supo o no quiso responderles porque estaba seguro que no lo entenderían y tampoco quería hablar sobre su crisis matrimonial que obviamente era la principal motivadora del viaje.
El jueves amaneció con un cielo gris. No le disgustaban los días nublados, tampoco lo amedrentaba el frío, al contrario, lo prefería, seleccionó una buena cantidad de discos para escuchar durante el viaje, se abrigó muy bien y se despidió de su hogar. Cuando subió al auto y puso el motor en marcha se preguntó si tenía sentido lo que estaba haciendo, si era necesario alejarse tanto de su casa para pensar, inmediatamente recordó las imágenes de “El Paraje” y se vio a si mismo sentado en la arena de una playa vacía contemplando el mar, contemplar, meditar, pensar, y la imagen disipó todas las dudas. Puso primera, encendió la radio para sentirse menos solo y arrancó. Cuando tomó la ruta 2 el viaje volvió a entusiasmarlo, la señal de la radio se entrecortaba cada vez más al tiempo que sus pensamientos adquirían mayor claridad. Libre: Esa era la palabra para describir su estado de ánimo cuando aumentó la velocidad a la máxima permitida y se alejaba más y más por la ruta con su llano paisaje suburbano a los costados. Siguió adelante. La señal de la radio se perdió definitivamente y ese fue el momento crucial donde Claudio cortó toda comunicación con su vida habitual, con su rutina. Siguió adelante. Otro viaje comenzaba paralelamente. Puso un disco en el estéreo. Siguió adelante y horas más tarde estaba frente al arco que daba la bienvenida a “El Paraje”.
Como era de esperar, el movimiento turístico para esa época del año era escaso, pocas personas paseaban por la avenida principal cuando Claudio estacionó el auto al costado de una casa de té para tomar un desayuno. El día continuaba nublado pero estable. Al descender admiró la variada arboleda que presentaba el lugar. La casa de té era una pintoresca construcción alpina íntegramente realizada con troncos que tenía un pintoresco jardín al frente y una gran arboleda detrás. Al entrar se ubicó cerca de la ventana y abrió “País de nieve” para comenzar su lectura. Una joven se acercó hasta la mesa para tomar su pedido: Café con leche y dos medialunas de manteca. La chica tendría unos veinte años, y le pareció bastante atractiva con su atuendo de moza, camisa negra a rayas blancas y el delantal por delante cubriendo los jeans gastados, tenía una figura delgada y pequeña pero bien formada, ojos claros y llevaba el cabello recogido por razones de higiene, su piel sin maquillar poseía la suavidad propia de la juventud y sus modos, tímidamente correctos le dieron a Claudio una impresión agradable. Al retomar la lectura la comparó con Yoko, la chica que el protagonista de la novela observa reflejada en el vidrio de la ventanilla del tren en que viajaban. Era una vieja costumbre que tenía la de darle a los personajes de sus lecturas la fisonomía de personas que le gustaban. De ahora hasta el final, Yoko tendría las facciones de Carla, la chica de la casa de té que regresaba con el desayuno.
- ¿Conocés algún lugar para alquilar por dos noches?
- ¿Para cuantas personas? – Respondió ella.
- Para mí nada más.
Un destello de curiosidad se encendió en la mirada de ella.
- En la zona hay varios, pero si es para usted solo, nosotros tenemos un bungaló pequeño en la parte de atrás. Si le parece, desayune tranquilo y después se lo muestro.
- Está bien, no es necesario, me quedo.
- Seguro no lo quiere ver primero, mire que es muy precario.
- No es necesario, seguro me va a alcanzar.
- Muy bien, avíseme cuando esté listo. Me llamo Carla.
- Gracias Carla, mi nombre es Claudio.
Carla se retiró un poco sorprendida. Claudio probó el café con leche y volvió a su lectura. Afuera el frio no cesaba pero en el cielo las nubes se dispersaron lo suficiente para que el sol iluminara un poco la tarde. Apuró el desayuno para ganar tiempo, tenía muchas ganas de caminar, un hombre se asomó desde la cocina, con toda la intención de estudiarlo, extrañado seguramente por el modo en que Claudio había cerrado la negociación para alquilar el búngalo, Claudio lo miró y el hombre hizo un ademán con su mano a modo de saludo. Claudio se lo retribuyó y el hombre, un tipo de unos sesenta años calculó el, regresó a la cocina. Al rato reapareció Carla que se quedó en la barra acomodando algunas cosas. Claudio dio por terminada la lectura y se dirigió hacia donde estaba ella.
- ¿Podemos ver el bungaló?
Se trataba de una construcción alpina bastante elemental hecha con troncos que seguía la línea estética de la casa de té. Contaba con una mesa cuadrada y dos sillas, un pequeño armario, un baño mínimo y una pileta para lavar junto a un anafe de dos hornallas. Tenía dos cuchetas para dormir ubicadas una sobre la otra y como único objeto de decoración; un cuadro con la fotografía de un camino arbolado. Suficiente para el. Fue hasta el auto a buscar su bolso y ni bien se acomodó regresó al salón de té para pagar por adelantado la estadía.
- El cielo va a estar despejado para la noche – Dijo Carla mientras confeccionaba el recibo.
- Mientras no llueva me da lo mismo.
- Si está despejado esta noche se puede ver la salida de la luna desde la playa, se lo recomiendo.
- Lo voy a tener en cuenta.
- Eso si, abríguese bien porque va a hacer frío.
La chica le había caído bien, por eso decidió quedarse en el búngalo y no buscar otro lugar para pernoctar. Además le llamaba la atención que lo tratara de usted. De vuelta en el búngalo, sacó de su bolso una toalla, se daría un baño caliente y después saldría a recorrer el balneario y haría caso a la sugerencia de Carla para ver el plenilunio. Por un momento le pareció que estaba soñando, no podía creer cuanto se había modificado su rutina, primero la partida de Mariana y Clarita, después su viaje relámpago a la costa, y entre esos dos puntos una vorágine de sentimientos encontrados, una revolución interior, que le estaba dando un golpe de timón a su rutinaria vida, nunca se había sentido así, tan libre y tan triste al mismo tiempo, tan calmo y tan eufórico, diferentes estadíos atravesaban su alma en cortas fracciones de tiempo que marcaban el comienzo de un cambio que empezaba a germinar.
Claudio tenía fascinación por los balnearios fuera de temporada. Mientras recorría las calles vacías, llegó a la conclusión de que El Paraje era uno de esos lugares que invitan a los citadinos a soñar con tirar todo por la borda para vivir de la caza y de la pesca. La típica fantasía del hombre insatisfecho y acorralado por su trabajo que durante sus vacaciones cree encontrar en la naturaleza el verdadero sentido de las cosas - ¡Esto es vida!, ¡Viviría tirado al sol sin preocuparme por nada!- Suelen decir ilusionados hasta que todo se desvanece ni bien termina la quincena y tienen que volver a cumplir con sus obligaciones. La luz del día comenzaba a perderse por detrás de la frondosa arboleda, los últimos rayos se filtraban por entre los arboles al tiempo que la temperatura disminuía. Claudio subió hasta el cuello el cierre de su campera rompe vientos y se dirigió a la playa antes de que la luz solar se extinguiera totalmente. El cielo estaba despejado cuando llegó. Metió sus manos en los bolsillos para protegerlas del frío y recorrió unos metros hasta la orilla, el mar estaba bastante calmo y la marea había bajado, puso la vista en el horizonte, recordó a Clarita saludándolo cuando se alejaba de la mano de Mariana en el puerto. Se preguntó por que esa imagen lo llenaba de tristeza si al fin y al cabo volvería a verla en pocos días. Pero el problema no era Clarita, el problema era su relación con Mariana y la posibilidad de una ruptura. Clarita simplemente era el nexo entre ellos que desencadenaba el llanto. Estaba oscureciendo, a lo lejos vio a una familia, padre, madre e hijos que se retiraban entre risas y gritos. A pocos metros de donde estaba parado vio una roca de grandes dimensiones hacia allí se dirigió para sentarse a esperar sin poder borrar de su mente la imagen de Clarita con su sobretodo rojo y su bolsito amarillo alejándose y esta vez no pudo contener las lágrimas difuminando a la luna que asomaba tímidamente en lontananza.
- Estaba segura que lo encontraría – Carla lo tomó por sorpresa, trató en vano de simular su estado anímico.
- No sea infantil, no tiene porque avergonzarse, alguna razón tendrá para estar tan triste.
Claudio secó sus lágrimas con la manga de la campera.
- No se pase la mano le va a hacer mal a los ojos ¡mire! – Señaló a la luna que asomaba en su totalidad – ¿No es hermosa? – Claudio asintió - Es lo que usted necesita.
Carla se sentó a su lado, el intentó hablar, prefería estar solo, pero ella le pidió que se limitara a guardar SILENCIO y a contemplar; y sus palabras despertaron tanta confianza, tanta seguridad que Claudio obedeció y contempló como la luna, amarilla y gigante continuaba su ascenso. De pronto la tristeza cedió y Claudio empezó a recordar, y los recuerdos trajeron hasta el imágenes de un tiempo pretérito, de una época que le era ajena pero que lo tenía como protagonista, imágenes de personas a las que veía por primera vez y que al mismo tiempo le eran muy familiares, muy afines, muy queridas, imágenes que se desvanecieron ante sus ojos y sin embargo seguían presentes y se comunicaban y se entendían y se tocaban prescindiendo de los sentidos, dejando de lado todo lo material que ahora perdía importancia al sumergirse en aquel océano de VACIO donde flotaban como bebes en liquido amniótico, un útero inabarcable en el cual se era inmensamente feliz, donde el goce era absoluto y nada era reflejo porque allí, solo moraba el verdadero yo de cada ser y la lógica y la razón no eran necesarias para entenderse. Un lugar donde solo reinaban entrelazados, el amor y la luz en su máxima expresión; entonces Claudio comprendió y descubrió su verdadera identidad y la de aquellas personas desconocidas y al mismo tiempo familiares que se presentaron como parte de un recuerdo: Eran Mariana y Clarita con otros nombres, en otro tiempo y en otro lugar que volvían a encontrarse con el una y otra vez hasta el momento final donde, libres de todas las ataduras terrenales se fusionarían en el amor mas puro.
Durante ese viaje devachánico Claudio se vio a si mismo como la semilla en tierra de una planta seca que al germinar, contiene en su interior algo de la otra, una nueva vida purificada que renacía como la mañana que sucede a la noche y deposita en el alma imperceptibles indicios de un sueño cósmico que no podemos recordar.
La salida del sol lo tomó por sorpresa, había pasado toda la noche a la intemperie sin saber a ciencia cierta que había ocurrido. Lo único que recordaba era que Carla se había sentado a su lado cuando estaba saliendo la luna. Aunque no recordaba, tuvo la sensación de haber permanecido despierto toda la noche, una bandada de gaviotas irrumpió en la escena en busca de alimento, Claudio se puso de pie y estiró su cuerpo, era evidente que no había dormido pero se sentía bien, aliviado y con muchas ganas de echarse a dormir. La mañana se presentó fría y con un sol radiante, un hombre llegó a la playa con su equipo de pesca.
- Buenos días – Dijo mientras avanzaba hacia la orilla – Vamos a ver si sale algún pejerrey esta mañana.
Era el hombre entrado en años que había saludado el día anterior en la casa de té.
- Espero que tenga suerte – Respondió Claudio mientras se retiraba de la playa bostezando. Después de dormir un rato pasaría por la casa de té para hablar con Carla. Estaba pletórico cuando tomó por la calle principal, a lo lejos la chimenea humeante de la casa de té impregnaba el ambiente con el aroma de los leños que ardían en su hogar. Volvió a recordar a Mariana y a Clarita, pero esta vez la nostalgia fue dejada de lado, reconoció que entre Mariana y el había dificultades y entendió que debía aceptar lo que el devenir trajera para ellos. Aceptar era la clave, aceptar en paz aquello que de todos modos llegaría hasta el, y la otra palabra era entender, entender mas allá del intelecto, de la razón, de la soberbia, del amor egoísta, ese que se extingue como el fuego que se deja de avivar. Amor cegador que inflama los poemas y las canciones románticas, que no se deja penetrar por la luz que ilumina ese otro amor, perenne y libre de verdad. Claudio lo pudo VER, durante la noche sentado en la roca mientras la luna ascendía, guiado por la clarividente Carla que llegó a percibir su congoja. Un amor que al llegar al búngalo, cuando finalmente se recostó en la cucheta, le bajó suavemente los parpados con una última caricia y le regaló el más feliz de los descansos en paz y armonía con el universo del que era su eco…
La primera imagen al abrir los ojos fueron las tablas de la cucheta de arriba, estaba atravesando ese lapso de tiempo existente entre el sueño y el despertar cuando todavía el alma no toma posesión absoluta del cuerpo. Afuera reinaba un silencio expresivo, aves, mar y el viento que movía las hojas de los arboles, salió de la cama, por la ventana entraba la luz de la tarde, señal de que había dormido bastante, una ducha caliente le vendría bien, por primera vez desde que había llegado recordó que tenía su teléfono celular en el bolso, lo encendió y encontró varios mensajes de texto de Mariana. Al leerlos solo encontró preguntas de rigor: ¿Cómo estás? Nosotras bien. Clarita jugando con una amiga. Muy contenta. Besos. Automáticamente devolvió los mensajes con la misma frialdad pero sin resentimientos hacia ella: Me fui a la costa por un par de días, estoy bien. Vuelvo mañana. Apagó el teléfono y se metió debajo de la ducha.
Cuando entró a la casa de té lo recibió el calor del hogar encendido desde la mañana y el olor a cafetería y pan casero, una de las mesas era ocupada por una familia, los mismos que había visto en la playa antes de la llegada de la luna – Buenas tardes – dijo cuando pasó junto a ellos que respondieron con un saludo casi imperceptible tal vez incomodados por la costumbre de no saludar que tienen algunas personas habituadas a mirar con desconfianza al prójimo, incluso si este es amable. Claudio tomó asiento y abrió su libro. Carla apareció al rato con una bandeja cargada de tazas humeantes, tostados y porciones de torta que fue colocando sobre la mesa vecina mientras los padres trataban de tranquilizar a sus inquietos hijos. Claudio levantó la vista al escuchar su voz, ella lo miró y le dedicó una sonrisa, cuando terminó se acercó hasta su mesa.
- Buenas tardes, parece que durmió un rato.
- Si, como hacía tiempo no lo hacía.
- ¿Cómo se siente?
- De eso quería hablarte.
- ¿No recuerda nada?
- No, pensé que a lo mejor me podías ayudar.
- Me dijo mi papá que lo vio esta mañana en la playa – Dijo ella cambiando de tema.
- ¿Ese señor es tu papá?
- Si. Por que no cena con nosotros esta noche, la pesca fue buena y el pejerrey es su especialidad.
La generosidad con que ella lo trataba lo hacía sentir tan bien que lamentó tener que partir a la mañana del otro día. Dijo que si a la invitación a cenar.
CARLA
Sus padres se mudaron a “El Paraje” huyendo del ruido de la ciudad en busca de un lugar mas agradable para criar a sus hijas (Carla y María, su hermana menor) en contacto con la naturaleza. Al principio no les fue fácil, hicieron de todo para sobrevivir hasta que finalmente lograron poner la casa de té y hacer realidad el sueño que tenían cuando decidieron cambiar su estilo de vida. Al poco tiempo la madre de Carla enfermó y tuvo que ser trasladada a Mar del Plata y su padre debía viajar constantemente de un lugar a otro para cuidar de su mujer y al mismo tiempo no desatender el negocio hasta que Carla, siendo una adolescente, tomó cartas en el asunto haciéndose cargo del trabajo que de otro modo se hubiera ido a pique. Finalmente la madre de murió y ella y su padre continuaron llevando adelante el negocio que durante la temporada de verano les daba mucho trabajo; con eso les alcanzaba para soportar el invierno cuando el trabajo mermaba porque estaban acostumbrados a no necesitar mucho para vivir, Carla solía decir que todo lo que necesitaba lo tenía en “El Paraje”, tal era su relación con el entorno y para Claudio, no había nada en su personalidad que remitiera a alguien ya conocido.
Cuando niña sus juguetes fueron las ramas, las piedras, la arena y los imaginarios seres que habitaban el bosque de mil pinos de “El Paraje” sus amigos muchas veces eran de ocasión, que se reciclaban todos los veranos, su educación formal si bien transcurrió en una escuela ubicada en una localidad cercana, corrió en buena medida por cuenta de sus padres. Durante mucho tiempo no supo que era una computadora, recién en su adolescencia descubrió la televisión, pero en cambio tenia en su habitación una gran cantidad de libros infantiles algunos muy viejos que heredó de sus abuelos y que sus padres le narraban al costado de la cama antes de dormir siguiendo una vieja costumbre transmitida de generación en generación que consistía en narrar los relatos evitando que los niños vieran ilustraciones para que las imágenes fueran construyéndose en su mente. Historias que estimulaban su vasta imaginación que desplegada luego en toda su magnitud a la hora de jugar sola o con su hermana María. Con el tiempo se produjo una curiosa sublimación, su capacidad para imaginar fue mutando hasta convertirse en otra cosa, difusa al principio y mas ostensible después a medida que pasaba el tiempo hasta que finalmente pudo entender que había desarrollado cierta clarividencia que le permitía VER otros estados de realidad desconocidos para una persona común pero no menos reales por eso.
Algunas personas llegan a estos estados a través de la meditación, pero Carla llegaba naturalmente, gracias a un don especial, y esta cualidad se acrecentaba cuando, durante el plenilunio, concentraba todo su ser en la figura de la luna llena. Pocas personas tenían esta capacidad natural para conectarse tan profundamente con su lado espiritual y muchas veces no lo sabían porque era esta una capacidad dormida que debía ser despertada por otros. Claudio tenía esa sensibilidad y es por eso que cuando ella lo vio entrar a la casa de té, supo inmediatamente que no se trataba de un visitante ocasional y también supo que, cuando estas cosas ocurrían la casualidad no tenía ninguna participación, por eso lo indujo esa tarde a presenciar el plenilunio, porque supo que el karma había obrado para unirlos nuevamente después de una remota vida anterior.
A lo largo de su joven vida actual, Carla no había tenido muchas relaciones sentimentales, tan solo algunos noviazgos pasajeros durante su adolescencia sin mucha importancia. A medida que su capacidad clarividente aumentaba, se fue volviendo más selectiva y más intuitiva con respecto a las personas. A diferencia de su hermana menor que era mucho más jovial, ella fue sumiéndose cada vez mas en una buscada introspección que la colocaba en armonía con su destino por propia decisión haciendo uso de su libre albedrío. Su desarrollo espiritual resultó ser tan grande que prescindía cada vez mas de las cosas mundanas y eso la convertía en un ser que gozaba de autentica libertad. Difícilmente existan en la tierra muchas personas como ella, capaces de irradiar al mismo tiempo tanta inocencia y tanta sabiduría, haciendo que todo se vuelva mas leve a su alrededor ante la simple contemplación de su sonrisa generadora de pequeños remansos de paz.
Tuvieron una cena de lo mas placentera, el pejerrey fresco que había pescado el padre de Carla por la mañana estaba exquisito, también participó de la reunión María, la hermana de Carla que había venido desde Mar del plata para acompañarlos. Fue una reunión de lo mas animada que se extendió hasta altas horas de la noche, Claudio había bebido por demás y estaba muy animado, María resultó ser igual de agradable que el resto de su familia, muy conversadora y menos sedentaria que su hermana, vivía con su novio en Mar del plata donde se había trasladado para estudiar filosofía. El padre de Carla, austríaco de nacimiento, era un ingeniero industrial que había abandonado su profesión para instalarse en “El Paraje” y al igual que Carla había encontrado allí todo lo necesario para continuar su vida. Ávido lector, fue fundador de la biblioteca pública de El Paraje a la que donó gran parte de su colección personal, y tanto el como su mujer, supieron colmar la imaginación de sus hijas con relatos mitológicos sobre hadas y duendes que fusionaban con historias y leyendas vernáculas de las culturas indígenas. El último tramo de la vida que recorrieron juntos lo habían consagrado a la educación de sus hijas con la premisa de que se convirtieran en libre pensantes, y le contó a Claudio que lo único que le faltaba para completar su existencia era la llegada de un nieto para malcriar. Afuera el viento se hacía oír y sacudía la copa de los pinos, adentro crujían los leños que al quemarse calentaban y perfumaban con su aroma toda la casa, Claudio guardó silencio por un instante y observó a cada integrante de esa familia y el buen momento que estaba pasando junto a ellos, hubiera querido abrazarlos en señal de agradecimiento pero no se atrevió. Eso si, se abrazó a si mismo satisfecho por la decisión de haber realizado el viaje. Interiormente sintió que algo en su vida estaba cambiando y que esa cena era la fiesta de bienvenida a lo que estaba por venir.
Durante la reunión Claudio notó que Carla no había probado el pescado y que solo se limitó a comer las ensaladas y el postre.
- Es que no como carne – Aclaró - Tuve una mala experiencia de chica cuando vi como sacrificaban un corderito que alimenté durante todo un año, incluso le había puesto nombre, se llamaba Lucas, jamás olvidaré la tarde en que lo cargaron en la camioneta de un vecino, cuando volví a verlo, lo estaban asando a la cruz… a partir de ese momento no volví a probar un bocado de carne – Cuando finalizó el relato quedó un pensativa un instante, se levantó y fue hasta la cocina.
María contó que estaba planificando junto a su novio un viaje a Europa que harían en el verano, quería conocer Kraljevek, el pueblo donde había nacido y vivido su abuela antes de emigrar a la argentina. Un pueblo de montaña que alguna vez perteneció al imperio austrohúngaro y actualmente pertenece a Croacia. Carla regresó de la cocina con una torta preparada por ella, una de las especialidades que había hecho famosa a la casa de té en el balneario y una manera de mantener presente en la memoria a la abuela que fue la maestra pastelera de Carla. La torta estaba exquisita, igual que el café. Ya en las postrimerías de la reunión, el padre de Carla se excusó porque estaba muy cansado y se fue a dormir, Claudio miró su reloj, era muy tarde y tenía pensado salir a la mañana temprano, María estaba levantando las cosas de la mesa y Claudio aprovechó para decirle a Carla:
- Antes de despedirme me gustaría que diéramos un último paseo.
- A mi también – Respondió ella que de inmediato tomó su abrigo.
El paraje estaba tranquilo como siempre, el cielo bastante cubierto y el rocío lo había impregnado todo de humedad haciendo mas fría la noche. Como telón de fondo el sonido constante del mar acompañaba a los dos caminantes, que habían tomado la calle principal rumbo a la playa.
- ¿Te gustó la cena? – Preguntó ella y Claudio la miró sorprendido por un detalle: Era la primera vez que lo tuteaba. O tal vez ya lo había hecho durante la cena y no lo había notado. Tampoco le disgustaba que lo tratara de usted, después de todo había una diferencia considerable de edad entre ellos que ameritaba este tipo de trato. Se reservó el comentario sobre este detalle.
- No solo me gustó mucho, también me sentí muy cómodo, me encantó conocer a tu familia.
Ella le devolvió una sonrisa, entraron a la playa y se sentaron en la roca. Cerca del mar el frío era mayor, Carla empezó a tiritar entonces Claudio la abrazó, ella lo miró aprobando su gesto.
- Gracias, ahora me siento más abrigada.
Se quedaron en SILENCIO escuchando el sonido del mar, la cabeza de ella apoyada en el hombro de el dejándose llevar nuevamente hacia ese VACIO de paz infinita en el que Claudio pudo entender sin que mediara palabra alguna, como el destino volvía a unirlos a través de los siglos en ese paraje arbolado con al mar como testigo…
Continuara.

Texto agregado el 04-09-2009, y leído por 117 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
04-09-2009 Y sigo leyendo... Parisse
 
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