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A las siete y media de la mañana ya estaban levantados, Clarita se encargó de despertarlos, estaba muy ansiosa por el viaje, durante la última semana no habló de otra cosa. Mientras Mariana la ayudaba a vestirse, Claudio preparó el desayuno, luego fue hasta la cochera para guardar los bolsos en el baúl del auto.
- ¿Papá va a venir? – Preguntó Clarita.
- Ya te dije que no, papá no puede venir porque tiene que trabajar – Respondió Mariana mientras terminaba de vestirla. Claudio regresó de la cochera.
- ¡Chicas, ya está el desayuno!
El desayuno transcurrió entre tostadas, café con leche y un monólogo de Clarita acerca del viaje. Claudio miró su reloj.
- ¿Cómo estamos de tiempo? – Preguntó Mariana.
- Bien – Respondió el poniéndose de pie – Terminen de desayunar que ya vuelvo.
Entró a su cuarto y tomó del cajón de la mesa de luz sus lentes de sol. Si bien era una mañana gris estimó que los iba a necesitar. Volvió a la cocina. Las chicas estaban listas, Mariana le estaba abrochando el sobretodo rojo a Clarita que tenía en su mano un bolso con sus juguetes favoritos, ambos se miraron, el ensayó una sonrisa mentirosa, no le gustaba separarse de su hija, pero Mariana insistió en hacer ese viaje sola con la nena, hacía tiempo que las cosas no andaban bien entre ellos, y consideraba que esta separación no les vendría mal.
- Estamos listas – Dijo Mariana.
- ¿Tenés encima los pasajes?- Preguntó Claudio recordando aquel verano cuando Mariana descubrió que los había olvidado minutos antes de que el taxi llegara al puerto.
- Están en mi cartera, ya lo revisé – Respondió ella con una sonrisa cómplice porque conocía la razón de la pregunta.
-Entonces despídanse de la casa – Dijo Claudio mientras se ponía la campera y tomaba las llaves del auto.
- Chau casita – Dijeron las chicas a coro antes de cerrar la puerta.
Tomaron por avenida del Libertador, el transito a esa hora de la mañana era escaso, llegarían al puerto con tiempo suficiente. El auto se detuvo en un semáforo, Claudio observó a su hija, tenía una muñeca de tela en la mano y miraba por la ventanilla - Con esa ropa parece una señora en miniatura – Pensó, aunque era mejor no pensar. El semáforo pasó del amarillo al verde y Claudio puso primera.
- ¿Me vas a extrañar papi? - Preguntó Clarita.
- Claro que te voy a extrañar – Respondió Claudio haciendo un gran esfuerzo para contener su tristeza – Pero te voy a extrañar contento, porque se que te vas a divertir mucho en casa de los abuelos y cuando quieras podemos hablar por teléfono.
- Yo también te voy a extrañar – Respondió la nena.
- Bueno, al menos alguien de mi familia se va a acordar de mi – Ironizó, Mariana lo miró de reojo sin decir nada. Estaban llegando al puerto.
Claudio detuvo el auto en la entrada de la terminal, abrió el baúl y bajó los bolsos. Las acompañó hasta la puerta.
- Llamame ni bien lleguen por favor.
- Si, quedate tranquilo.
Se agachó para saludar a su hija, no volvería a abrazar ese cuerpito por unos cuantos días. Se puso de pie para saludar a Mariana.
- Cuidate.
- Vos también – Respondió ella y se besaron fríamente, un beso de media boca, símbolo de la incertidumbre, de no saber que estaba pasando entre ellos pero conscientes de que algo se extinguía. Las chicas tomaron los bolsos y entraron al hall del puerto, el se quedó parado del otro lado viendo como se alejaban, Clarita se volvió para saludarlo y el devolvió el saludo extendiendo su mano, se alejaron un poco mas, Clarita volvió a darse vuelta y se saludaron por ultima vez; una señora en miniatura con un sobretodo rojo y su bolsito lleno de juguetes que se alejaba para embarcar de la mano de su madre. Detrás de las gafas los ojos de Claudio se humedecieron pero se contuvo. Subió al auto y se marchó. Tomó por avenida Córdoba; a la altura de la facultad de medicina sonó su celular, era un mensaje de texto de Mariana, cuando se detuvo en el semáforo lo leyó: Ya estamos arriba. Tu hija feliz. Besos. Se alegró por Clarita. Visitar a los abuelos en la casa de Colonia* era siempre una fiesta para sus caprichos insatisfechos. Leyó nuevamente el mensaje y recordó que antes los terminaba con un “Te quiero” o un “Te extraño” y que en el último tiempo había optado por algo mas distante como “Besos” o “Saludos” o directamente se limitaba escribir el mensaje a secas sin demostraciones de afecto, lo cual era toda una señal, según Claudio, de que las cosas no andaban bien.
De regreso abrió la puerta y se encontró con la casa VACIA, lo aturdió el silencio, por primera vez se enfrentaba a la soledad separado de su mujer y de su hija. La ausencia le dio el primer cachetazo al ver en la mesa, como si fuera una naturaleza muerta, las tazas VACIAS del desayuno que habían compartido una hora antes. Rápidamente colocó todo en la pileta de la cocina y lo lavó, luego fue hasta su cuarto, estaba cansado, no había tenido una buena noche, en el pasillo tropezó con algunos juguetes de Clarita, los recogió y los llevó a la habitación VACIA de su hija, al salir cerró la puerta y decidió no volver a abrirla hasta que ella regresara. Se tiró en su cama boca arriba y conservó esa posición por un buen rato, dejando que el VACIO y el SILENCIO hicieran su parte, sus ojos se humedecieron y brotaron las lagrimas, en un par de horas llamaría Mariana avisando que habían llegado bien, su mirada se clavó en el teléfono, comenzaba una larga espera, triste y larga espera… y el teléfono que no suena.
FIN

Texto agregado el 04-09-2009, y leído por 115 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
04-09-2009 No es necesario que pongas en mayúsculas que todo estaba vacío, se entiende muy bien la idea y las mayúsculas afean un poquito la presentación. Parisse
 
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