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A Salvi por sus mentiras geniales...

- Yo estaba entrando al kiosco, salió corriendo y nos empujó, la vieja se cayó arriba mío y me aplastó porque era re-gorda, no sabés lo que costó sacármela de arriba.
La abuela escuchaba el relato de su nieto entre indignada y asustada.
- Yo tenía el celular en la mochila, por eso se rompió. Pero ya averigüé para comprar otro, lo vi en una revista, tiene MP3 y todo ¿Vos me ayudarías a comprarlo? Porque es mas caro que el que se rompió.
- ¿Como podés pensar en eso ahora nene?- dijo la abuela- ¿Te lastimo el desgraciado?
- No… bueno… tengo un raspón acá – Se arremangó el delantal y le mostró el codo raspado – La vieja si se lastimó, no podía levantarse, le dolía mucho la cadera como a todas las viejas, vos abue tendrías que tener cuidado.
- ¡Que asesinos que son! Bueno, a dios gracias no pasó algo peor.
- Además me quedé sin celular.
- Eso no es tan grave, después vemos como hacemos para conseguirte otro.
- El que me gusta tiene MP3 y cámara de fotos…
- Cuando lleguen tus padres a buscarte hablamos- Interrumpió la abuela - Ahora sacate el delantal que voy a preparar la merienda.
Entrada la noche llegaron sus padres, todos los miércoles, cuando pasaban a buscar Martín después del trabajo, se quedaban a cenar con la abuela que por la tarde los había puesto al tanto de lo ocurrido.
- Yo estaba entrando al kiosco- relataba nuevamente Martín durante la cena – el ladrón salió corriendo y me atropelló, tenía una pistola…
Estas palabras hicieron que el estómago de su madre se bloqueara por el disgusto.
- … y se rompió el celular que estaba en la mochila.
- Pero contale lo de la señora – Interrumpió la abuela.
- ¿Qué señora?- preguntó Martín.
- La señora que se cayó…
- ¡Ah, si! La vieja, si claro – Recordó Martín.
- ¿Había otra persona? – Preguntó el padre.
- Si, una vieja – Dijo Martín – cuando el ladrón salió corriendo, la empujó primero a ella y ella me llevó por delante a mí, me hizo caer y como tenía la mochila en la espalda, el celular terminó aplastado.
El padre y la madre intercambiaron miradas mientras la abuela murmuraba – ¡Que asesinos, que asesinos! ¿Cuándo cambiaran las leyes en este país? ¡Esto ya parece Colombia!
- ¿Y a la señora se lastimó?- Preguntó el padre.
- No, estaba bien, un poco nerviosa nada mas.
- ¡Nerviosa! ¡Se golpeó la cadera pobre mujer!- Intervino la abuela.
El padre notó que Martín miraba con fastidio a su abuela, conocía esa mirada, la madre en cambio se levantó para ir al baño, las situaciones tensas la descomponían.
- ¿Se lastimó la mujer?- Preguntó el padre.
- Bueno… si, que se yo… se dio un golpe fuerte – Respondió Martín - Se tocaba acá – Pasó su mano por la zona de la cadera.
- ¿Era un tipo joven el ladrón?
- Tenía veintinueve años – Dijo Martín sin dudar.
- Veintinueve – Repitió el padre – Ajá… Me disculpan un segundito.
El padre se puso de pie y fue hasta la puerta del baño.
¡Toc, Toc!
- ¿Si que pasa? – Respondió la madre desde el baño.
- ¿Estás bien?- Preguntó el padre.
La puerta se abrió.
- Si, estoy bien, me puse muy nerviosa pero ya pasó – Dijo ella.
- Creo que Martín está mintiendo.
- ¿Qué?
- Lo que escuchaste.
- ¿Estás seguro?
- Casi, volvamos a la mesa que te lo voy a demostrar.
De vuelta en el living, la madre se acopló a la abuela para recoger los platos. El padre reanudó el interrogatorio.
- ¿Qué pasó con el celular?- Preguntó.
- Se rompió cuando la vieja se me vino encima.
- Que pena, tenía menos de un año de uso.
- Si, cuando me di cuenta que estaba roto me quise matar.
La madre que regresaba con los platos para el postre intervino en la charla.
- ¿Te acordás que aspecto tenía el ladrón?
- No, tenía una media en la cara.
El padre estalló en una carcajada, en cambio la madre frunció el seño. Martín también se rió pero tímidamente, no le gusto nada el contraste que ofrecían los semblantes de su madre y su padre. Comenzó a intuir algo raro y a ponerse nervioso.
- Esa parte no me la contaste – Dijo la abuela que se acercaba con la jarra térmica para el café.
- Lo que pasa que me asusté mucho, ustedes no se imaginan lo que es estar en medio de un robo.
La madre tuvo que reprimir con mucho esfuerzo las ganas de abofetearlo, minutos antes le había creído y casi se descompone por el disgusto. Se había imaginado a su hijo de diez años en medio de un asalto. El padre recobrando la seriedad afirmó:
- Estás mintiendo Martín.
- ¡No papá, es cierto! ¿Por qué me decís eso? ¡Podría estar muerto!
- ¡Basta Martín! ¡No la embarres más! – Interrumpió la madre.
- ¿En serio decís la verdad? Pensá bien lo que vas a responder- Agregó el padre.
- ¿Que te pasa nena? – Preguntó la abuela al ver a la madre que se había largado a llorar.
- Si papá, estoy diciendo la verdad – Respondió Martín.
- ¡Y como carajo hiciste para saber que un tipo con una media en la cara tenía veintinueve años! ¿Que sos adivino?
Martín guardó silencio en busca de una respuesta que lo ayudara a superar el mal momento pero sabía que estaba acorralado. Su padre tenía razón, una vez más tenía razón. Miró a su madre que al mismo tiempo lloraba y llevaba a su boca una porción de torta de manzana que había preparado la abuela, cuanto mas fácil le resultaba engañar a ella. Con la abuela ocurría lo mismo, podía llevarla de las narices a donde quisiera y hacerle creer cualquier cosa, pero a su padre no, siempre lo descubría, había desarrollado un sexto sentido que le permitía saber, por algún gesto, si su hijo mentía o no – Lo traiciona la cara– Solía comentar con un aire de suficiencia que rozaba la arrogancia. Aunque lo que mas fastidiaba a Martín era el posterior ensayo acerca de la supremacía del adulto sobre el niño con frases como – Este se cree que nací ayer- o – Te conozco como si tu hubiera parido - o la humillante – A papá no chiquito, ya está todo inventado, acordate siempre que yo también tuve diez años – Una de las frases favoritas de su padre.
Pero lo que más le dolía en su orgullo era que siendo Martín un gran mentiroso, su padre representaba un obstáculo imposible de sortear, el último escalón que le faltaba escalar en su mitómana carrera por zafar del castigo a sus diabluras escolares. No tuvo más remedio que decir la verdad acerca de la rotura de su teléfono celular.
- Lo rompí en una guerra de bolsos a la salida de la escuela – Reconoció humillado.
- Pero no lo hice a propósito, pensé que lo tenía en el bolsillo del delantal – Continuó diciendo ante las admonitorias expresiones de sus padres que lo juzgaban silenciosas, y lo que ellos no sabían era que Martín en su fuero intimo deseaba que su celular se rompiera para poder acceder a un modelo que le gustaba mas pero que no le comprarían mientras funcionara el que tenía debido a que el celular se lo daban solo por razones de seguridad y servía pura y exclusivamente para recibir o realizar llamadas y el ambicionaba uno con cámara y MP3 como le había comentado a su abuela a la que con seguridad convencería para que lo ayudara a adquirirlo, el otro cincuenta por ciento consistía en convencer a sus esquivos padres que no tendrían mas remedio que ceder ante el contundente argumento que había planeado.
- Retirate de la mesa y preparate porque me vas a tener que escuchar – Fueron las últimas y lapidarias palabras de su padre. Martín se puso de pie y se fue con la cabeza gacha ante el entrecortado llanto de su madre y el silencio de su abuela que en esta oportunidad no lo defendería como otras veces. Abrió la puerta y salió al patio, hacia frio pero el aire fresco le haría bien, se avecinaban días negros para el…
FIN

Texto agregado el 04-09-2009, y leído por 144 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
04-09-2009 Seguiré leyendo, porque esto es en verdad bastante bueno. Parisse
 
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