¡RIIING!
La rana* modelo setenta y uno no era el lugar mas cómodo para hacerlo, pero teniendo en cuenta que en el pueblo no había albergue transitorio alguno donde amarse y que además, tanto el como ella, ya no aguantaban mas el calor que hacía en el baile anual de carnaval que celebraban en el club del pueblo, entendieron que esa era la mejor alternativa.
El cielo estaba por estallar cuando la rana se detuvo a un costado de la ruta que conducía al pueblo, cerca del viejo molino abandonado a la vera del arroyo. En ese lugar tranquilo y descampado, podrían amarse sin problemas. El corrió el techo de lona para que circule un poco mas de aire, apagó las luces y encendió la radio, luego comenzaron con su juego amoroso, mas semejante a un show de contorsionistas que a un acto sexual, si tenemos en cuenta las dimensiones de la rana y el tamaño de los cuerpos, en especial el de el. Para colmo la noche comenzó a dar las primeras señales del temporal que se avecinaba mojándolos con algunas gotitas musicalizadas por truenos lejanos. De mala gana tuvieron que interrumpir la faena para que el corriera la lona del techo, ya se disponían a continuar cuando un trueno, hizo temblar la tierra y un relámpago iluminó el espacio por una fracción de segundo. Luego vino la lluvia, para colmo, granizo. Ella se asustó, una tormenta de granizo en medio del campo podía ser muy peligrosa. El trató de tranquilizarla diciéndole que en el molino podrían refugiarse, no le gustó la idea, le daba escalofríos, pero entendió que no había otra opción ¡como deseaba en ese momento estar en casita escuchando el impacto de las piedras en el techo! mucho mas resistente que la gastada lona de la rana de el. La única arboleda cercana se encontraba junto al viejo molino, para alcanzarla tenían que recorrer un pequeño camino de tierra. Maniobrando con cuidado, para no quedarse en el barro y aguantando el granizo que impactaba sobre la frágil estructura de la ya abollada chapa del 3 C V, alcanzaron la reparadora arboleda y bajaron rápidamente para refugiarse dentro del viejo molino ayudados por la tenue luz de una linterna que el tenía en la guantera. Una vez dentro del molino y completamente empapados, se ubicaron en la zona que todavía conservaba una parte del techo, el se quitó la remera y la retorció para escurrir el agua, luego se la extendió a ella para que se secara. Mientras lo hacía, el observó que el vestido se le había adherido al cuerpo haciendo que los pezones, endurecidos por el frio contacto con la humedad, parecieran dos timbres, excitado por este detalle, olvidó la tormenta de granizo y recordó porque estaban allí, tras secarse la cabeza, ella le devolvió la remera y se quitó su vestido mojado. Fue en ese instante, al contemplarla cuasi desnuda, que no aguantó mas y abrazándola con fuerza, la besó. Ella al principio se resistió, mas preocupada por la tormenta y por volver a su casa, que por el placer de amarse, pero luego se dio cuenta que estos pensamientos no tenían mucho sentido, afuera granizaba y no podrían salir hasta que pasara el temporal. Entonces, un poco por resignación, un poco por placer, se entregó también al juego amoroso que proponía su novio.
Entre besos y jadeos se recostaron cerca de un montículo de paja para estar más cómodos. Fue cuando el estaba desprendiendo la hebilla del cinturón para quitarse los pantalones que escucharon el sonido: ¡RIIING! Ambos se miraron sorprendidos, ¿y eso que fue? Se preguntaron de un modo tácito, volvió a sonar: ¡RIIIING! Evidentemente se trataba de un teléfono celular. Un celular que no cesaba de sonar dentro de un molino abandonado en medio del campo. Un celular, valga la aclaración, que no pertenecía a ninguno de los dos. Se trataba de un ringtong que imitaba el timbre de los viejos teléfonos, nada original por cierto, pero bastante aterrador si tenemos en cuenta el momento y el lugar.
El primero en levantarse fue el, se abrochó el cinturón rápidamente y tomó la linterna, luego se incorporó ella, el apagó la linterna para no ser vistos si llegara a haber alguien mas en el molino, el sonido se interrumpió, ahora solo quedaba de fondo el sonido de la tormenta que no cesaba, un trueno hizo temblar el suelo y a ellos, luego vino un relámpago que iluminó la escena por una fracción de segundo, ella se aferró al brazo de el hasta lastimarlo con las uñas, estaban atrapados por la tormenta y al mismo tiempo acosados por una extraña presencia…. ¡RIIING! El teléfono nuevamente. ¡RIIING! El que toma una drástica decisión. ¡RIIING! Encendió la linterna y gritó: ¡¡Si hay alguien por favor no nos haga nada, solo estamos acá porque nos agarró la tormenta en medio de la ruta!! ¡Por favor, no nos asuste más!!
La única respuesta que obtuvieron fue el sonido constante del teléfono hasta que se cortaba abruptamente cuando se activaba el contestador automático, para volver a sonar segundos después, hasta que ella, guiándose por el sonido y con la ayuda de otro relámpago creyó ver algo, le quitó la linterna de la mano y apuntó el haz de luz hacia el montículo. ¡RIIING! Ahí estaba, asomando tímidamente, la punta de un zapato masculino de color negro. El se acercó con cuidado mientras ella continuaba alumbrando con mano temblorosa. Seguro de lo que iba a encontrar, desarmó el montículo y allí estaba. Rígido y sin vida, el cuerpo de un hombre bastante corpulento, tendría unos cincuenta años y llevaba puesto un impecable traje de color negro, a una seña de el, ella se acercó con la linterna e iluminó el rostro de tez blanca y cabeza semicalva. ¡RIIING! Volvía a sonar el celular. ¡RIIING! Debajo del saco se encendía y apagaba rítmicamente la luz de la pantalla del pequeño teléfono. ¡RIIING! Entre aterrorizados y fascinados por el descubrimiento, ambos no se dieron cuenta que la tormenta había pasado, cuando el teléfono dejó de sonar ella lo notó y tironeando del brazo de el dijo:
- Vámonos ahora que paró, dale.
- Pará un poco. Tenemos que ver si está muerto, por el color yo diría que….
- ¡Que mierda me importa si está vivo o muerto! ¡Vámonos de una vez!- Interrumpió ella que volvió a tirar del brazo de el y salieron del molino mientras el teléfono seguía sonando.
Una vez arriba del auto, cuando estaba maniobrando para salir, el puso el freno.
- ¿Qué pasa? Preguntó ella.
- ¿No te diste cuenta?- tenía el torso desnudo- me olvidé la remera.
- Dejate de hinchar y vamos.
- No, tengo que ir a buscarla ¿si alguien llega a descubrir el cuerpo?
A pesar del apuro, ella lo entendió, el, tranquilizándola, bajó de la rana dejando el motor en marcha. Entró al viejo molino y tomó la remera, lo miró por última vez. ¡RIIING! se acercó hasta el cuerpo. ¡RIIING! La tentación fue muy fuerte. ¡RIIING! Cubrió su mano con la remera, para no dejar huellas. ¡RIIING! La introdujo por debajo del saco. RIIING. Leyó en la pantalla: LLAMADA PRIVADA. En el exterior, ella, comenzaba a impacientarse. ¡RIIING! Con mucho miedo corrió la tapa y acercó el teléfono a su oído. Silencio. Mas impaciente, ella toca la bocina una vez. Luego una voz masculina que decía:
- Hola… ¿Negro sos vos?
Ahora los bocinazos eran constantes.
- ¿Negro sos vos?- Repitió la voz. Más bocinazos.
-¡Hola!- Insistió la voz.
Asustado arrojó el teléfono y salió corriendo. Subió a la rana, puso primera y salió lo más rápido que pudo, justo cuando se largaba otro chaparrón.
- ¿Que pasó que tardaste tanto?- Preguntó fastidiada.
- Nada, no encontraba la remera.
La rana tomó por el camino que llevaba al pueblo….
EPILOGO
Pasaron algunos días desde aquella noche de pesadilla, hasta que la rana se internó nuevamente por el camino de tierra que conducía hasta el viejo molino. En todo ese tiempo no hubo en el pueblo ninguna noticia acerca de un cadáver hallado en ese sitio. De haber ocurrido se hubieran enterado, no era un pueblo muy grande y todo se sabía. Tanto el como ella se habían comprometido a no decir nada acerca de lo que habían vivido esa noche, en algún momento se les cruzó por la cabeza la idea de hacer la denuncia, pero desistieron, tendrían que dar demasiadas explicaciones y no querían correr el riesgo de quedar implicados. Pero había algo mas, algo que solo el sabía y que había omitido contarle a ella cuando se alejaban del lugar, algo que ahora lo llevaba nuevamente, como a un asesino que regresa al lugar del crimen, a ver si todavía el cadáver estaba allí, algo que tenía que ver con lo que escuchó antes de salir, cuando tuvo la mala idea de acercar el teléfono a su oído.
Detuvo la rana detrás de la arboleda de modo tal que no pudiera ser vista desde la ruta y entró al molino. Todo estaba como lo habían dejado aquella noche, incluso el montículo de pasto, eso si: El cadáver había desaparecido. Cierto escozor le recorrió el cuerpo, había algo que no terminaba de cerrar, algo que eternamente rondaría en su cabeza y que tenía que ver con aquella voz, la del teléfono, que le resultaba familiar, tan familiar, que estaba seguro que cuando hizo la pregunta: ¿Negro sos vos? Se estaba dirigiendo a el, que por cierto en el pueblo, era conocido por ese apodo….
FIN.
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