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El hombre de la caja.
El ómnibus se detuvo en la entrada que conduce al balneario, era una tarde húmeda y nublada. Aldo desciende y comienza a recorrer el largo camino arbolado que lleva hasta la zona poblada, podría haber continuado en el ómnibus ya que este entraba al balneario, pero prefirió caminar. Su equipaje era ligero: un bolso con pocas pertenencias, lo mínimo indispensable para pasar un par de días. Hacía tres años que no visitaba el balneario y por un momento, mientras caminaba, los recuerdos felices de antaño comenzaron a abrumarlo. Tardaría alrededor de treinta minutos en llegar a la hostería ubicada en la costanera. Un lugareño que pasaba por el camino se ofreció a darle un aventón en su camioneta, la gente del lugar se caracterizaba por ser muy amable, Aldo agradeció la gentileza pero prefirió seguir caminando. Mientras la camioneta se alejaba recordó a su conductor. Era don Justo, el dueño del almacén Los Nietos donde Aldo se aprovisionaba cuando veraneaba. El viejo no lo reconoció, era lógico, había envejecido mucho en el último tiempo, pero no le importaba, mejor así, sólo quería seguir caminando hasta llegar a la hostería a cumplir con su objetivo.
A esa altura del año la hostería permanecía abierta solo por rutina. Mary, la encargada, había terminado sus quehaceres cerca del mediodía y leía una novela junto al gran hogar a leña del hall de la recepción cuando Aldo entró.
- Hola, necesito una habitación simple por favor.
- Tenemos una con vista al río, las otras están todas al contra frente.
Aldo pensó…
- Al contra frente
- Muy bien.
Mary le entregó la llave y silencioso subió a la habitación. Le resultaba cara conocida ese hombre taciturno. Le pareció haberlo visto en alguna cena de las que se realizaban en la hostería para fin de año. Pero no estaba segura y volvió a enfrascarse en su novela.
Entrada la noche Aldo bajó a cenar. Se sentó cerca del ventanal de vidrio empañado por la humedad, Mary se acercó para tomarle el pedido, se moría de ganas por saber qué lo traía al balneario fuera de temporada, Aldo pidió una porción de tarta de verdura y agua mineral. Coronó la cena con un café y salió a caminar por la costanera. Hacía frío y había crecida. El río se hacía escuchar en la noche destemplada. Aldo se detuvo en la entrada a la playa y con cierta dificultad, a causa del fuerte viento, encendió un cigarrillo. Había vuelto a fumar después de muchos años, buscando tal vez esa contención que no podía encontrar cuando todo empezó a desmoronarse en su vida. Miró hacia la playa, lo tentó la posibilidad de hacerlo esa misma noche y marcharse por la mañana, pero no se animó, ya lo haría mas tarde, algo en su interior le decía que tenía que quedarse un poco más. Los recuerdos empezaron a dar vueltas por su cabeza y la tristeza a crecer desde la boca del estomago, finalmente el cigarrillo se consumió y regresó a la hostería. Necesitaba descansar, tomar la pastilla para dormir, esa que le aliviaba el sueño. Por la mañana daría otro paseo.

Amaneció con mal tiempo, caía una leve llovizna cuando bajó a desayunar. En la mesa ya preparada para el había dos medialunas de grasa y algunas tostadas para acompañar con manteca y mermelada. Mary se acercó a la mesa con las infusiones.
- Buen día. ¿Café o té?
- Buen día, café apenas cortado por favor.
- Como no.
Mientras servía el café, la mujer intentó establecer una conversación haciendo un comentario sobre lo mal que estaba el tiempo, pero no hubo caso. El no estaba allí para hablar.
Terminado el desayuno salió a dar otro paseo por la costanera. La llovizna había cesado. Se le ocurrió que podría caminar un rato por la playa pero nuevamente lo postergó. Prefirió internarse por las calles de tierra flanqueadas por pintorescas casitas en su mayoría de fin de semana y vacaciones como la que había comprado en aquellos tiempos de felicidad cuando los sueños y los proyectos parecían posibles.
Llegando a la casa pensó si valdría la pena pasar por allí. ¿Era necesario torturarse de esa manera? ¿Y si mejor terminaba lo que tenía en mente y se iba de una vez y para siempre? No había regresado al balneario para visitar la casa, estaba allí porque tenía que dar vuelta una página, la más triste de su vida, la que cerraría un ciclo. Encendió un cigarrillo, el primero del día, el que lo ayudó, entre accesos de tos, a tomar la decisión de que valía la pena también despedirse de la casa, luego iría hasta la playa a cumplir con aquel deseo a la orilla del río y adiós….
Se detuvo frente a la fachada deteriorada por el abandono, el pasto había crecido muchísimo a punto tal que no permitía leer el cartel que decía: en venta. Atravesó la cerca y caminó hasta el fondo, se detuvo en medio del jardín, el quincho con su techo uruguayo semiderruido le recordó mejores momentos, casi podía escuchar las voces, las risas, los asados, los fantasmas del pasado que deambulaban alegres disfrutando su eterno verano. Por un breve instante pudo sonreír, la casa le había devuelto, aunque fuera una ilusión, aquello que había perdido. Hasta que volvió a su realidad y su sonrisa desapareció detrás de los fantasmas. Había pensado ingresar a la casa, de hecho conservaba un juego de llaves en su llavero porque aún no se había vendido, pero no se animó, tal vez mas tarde lo haría, lloviznaba con más fuerza y decidió regresar a la hostería.

La piscina climatizada funcionaba todo el año, si bien no había un constante movimiento de turistas, los habitantes del lugar la utilizaban como una suerte de baño termal. Resultaba bastante acogedor relajarse en el agua tibia mientras se podía ver el invierno a través de los grandes ventanales de vidrio. Aldo estaba solo en la piscina, su estadía en el balneario estaba llegando a su fin, a la mañana temprano visitaría la playa que se había negado a pisar en todo este tiempo para consumar su acto final a orillas del río….
Pasó por el hall con rumbo a la habitación. Mary lo observaba mientras se perdía escalera arriba, por la mañana don Justo había pasado por la hostería para dejarle algunas provisiones y le contó la historia de aquel hombre que había reconocido en el camino cuando le ofreció llevarlo en su camioneta.
- Ya me parecía cara conocida a mi- dijo Mary.
- Está muy deteriorado el pobre- dijo el viejo.
- También, no es para menos, con todo lo que le pasó.
- Cierto, una lástima porque eran buena gente.

Aldo no bajó a cenar esa noche. Luego de la piscina se dio un baño y se acostó en la cama a mirar la televisión, tomó la pastilla y se quedó haciendo zapping hasta quedar dormido.
Se despertó muy temprano, el día había amanecido nublado como los demás pero sin lluvia.
Pasó por el baño, se lavó la cara y se miró en el espejo sin poder acostumbrarse aún a lo que estaba viviendo. Comenzó a vestirse con cierto apuro, estaba ansioso, calma se dijo, al fin y al cabo nadie lo perseguía, contaba con todo el tiempo del mundo. Hasta tendría privacidad, los únicos testigos de su acto serían las gaviotas que cazaban peces en el río. Sacó el bolso del placard, lo apoyó en la cama, se disponía a correr el cierre pero se detuvo, el suyo era un acto perentorio, sin vuelta atrás, sus ojos se humedecieron pero se contuvo, encendió un cigarrillo y se recostó en la cama, se quedó en esa posición por un rato con la mente en blanco, un poco mareado por el efecto del tabaco hasta que un acceso de tos lo devolvió a la realidad. Apagó el cigarrillo y abrió el bolso, ahora sus movimientos eran rápidos y seguros. Sacó la caja envuelta en papel madera, le quitó el envoltorio y volvió a guardarla, luego se colocó la campera y tomando el bolso salió.
Dejó la llave en el mostrador de recepción, Mary estaba en el patio de entrada barriendo cuando lo vio cruzar hacia la playa. La mujer intuyó que algo estaba por suceder y tuvo miedo. ¿Que estaría por hacer ese hombre triste? pensó en seguirlo, pero no se animó, ya se enteraría mas tarde.

Parado en medio de la playa Aldo miraba hacia el río y recordaba los días felices del verano, mateando y leyendo hasta la puesta de sol. Abrió el bolso y sacó la caja, le quito el envoltorio, se trataba de un cubo de madera lustrada con una trabita de metal que aseguraba la tapa. La dejó a un costado para quitarse los zapatos y las medias, sintió el frío húmedo en los pies, esto aceleró su trabajo. Arremangó sus pantalones hasta pasar las rodillas y tomó la caja, caminó hacia el río que estaba bastante movido y ruidoso esa mañana, la intensidad del viento crecía a medida que Aldo se iba acercando a la orilla. Cuando los pies tomaron contacto con el agua esperó unos instantes para aclimatarse al frío. ¡Ahora!- se dijo a si mismo y comenzó a internarse en las aguas para el trayecto final. Caminó hasta que el agua humedeció el borde de sus pantalones, se detuvo dándole la espalda al viento que venía del este, tomó aire y abrió la caja, miró en su interior
- Mi amor… son las palabras que alcanzó a balbucear antes de inclinar la caja. Sus ojos se humedecieron cuando las cenizas comenzaron a salir y el viento las arrastró formando una efímera estela gris que se desparramó por el agua, separando a Aldo de su mujer, cumpliendo con el deseo de ella. Entonces pudo llorar al fin como no lo había hecho nunca en el tiempo que duró la enfermedad, cuando tenía que demostrarle que estaba bien mientras la cuidaba. Haciéndola soñar con un futuro que no llegaría jamás y ella siguiéndole el juego a pesar de que sabía que se estaba muriendo, por agradecimiento a su compañero que ahora lloraba con toda su humanidad, con toda la tristeza, con todo el resentimiento…y por un momento el río pareció que dejaba de bramar, para escuchar el llanto prolongado de ese hombre que no tenía consuelo, que se había quedado solo con un puñado de sueños esfumados detrás de la estela de cenizas desparramadas en el río, donde ahora estaba esa persona que dejó vacío el costado de su cama para siempre.
- Te voy a extrañar- alcanzó a decir mientras su llanto se apagaba y se fue. No volvería a pisar esa playa.

Regresó a la hostería para recoger sus cosas y se marchó. Se fue del mismo modo en que llegó, caminando hasta la ruta, observando todo por última vez y soñando que al final de ese camino arbolado tal vez estuviera ella esperándolo como lo hacía cuando regresaba a casa y sosteniendo en sus brazos a ese hijo que desearon tener....
FIN.

AUTOR: GUSTAVO PIVA

Texto agregado el 04-09-2009, y leído por 129 visitantes. (1 voto)


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